Un negocio familiar
Alfredo del Mazo lleva el priismo en la sangre. Su padre y su abuelo fueron gobernadores en el Estado de México por el Revolucionario Institucional y, ahora, la tercera generación tendrá su oportunidad al frente del Ejecutivo mexiquense.
El joven Del Mazo domina las formas de la cultura priista y lo demostró plenamente durante la campaña. Es un tricolor de cepa que lleva preparándose toda una vida para este momento.
Como estudiante cumplió la ruta educativa que, para muchos, valida sus aspiraciones políticas. Primero la licenciatura en el ITAM y luego una “especialidad” en Harvard pagada, claro, con becas del gobierno.
Como profesional en la administración pública, Alfredo tercero trabajó para las mismas dependencias que han visto desfilar a docenas de herederos políticos que, como él, son incapaces de obtener un empleo sin el empujoncito de la conexión familiar o el favor del compadre. Incapaces de ganarse uno de los pocos lugares en los que el mérito todavía se impone al nepotismo.
México se explica en parte a través de sus dinastías políticas y Alfredo del Mazo forma parte de una muy importante. Estas dinastías nacieron durante la dictadura perfecta, esa etapa que parece haber desaparecido de la memoria colectiva, como también parece haber desaparecido la indignación que generaban sus caras más visibles y la mención de sus nombres. Los mismos que ahora adornan aeropuertos y salas de museo.
Dicen que los hijos no son culpables por los pecados de sus padres, pero Del Mazo y otros jóvenes políticos que comparten su circunstancia deben, cuando menos, reconocer que su estilo de vida ha sido subsidiado por los mexicanos y su trayectoria política patrocinada por un partido entregado a la idea de que “un político pobre es un pobre político”.
Estos herederos del poder en México no se conforman con hacerse millonarios a través de licitaciones y asignaciones públicas. Ahora aspiran a tomar las riendas del negocio familiar, el negocio con el que han vivido como ricos en un país lleno de pobres. M