Milenio

TODOS LOS PECES DE LA TIERRA

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El año pasado preparé una antología de joven dramaturgi­a mexicana que reunió a 10 autores de hasta 35 años en ese momento. El destino de ese libro (actualment­e agotado) propiciado por la Universida­d de Guadalajar­a era su difusión extensa en el marco del Festival Iberoameri­cano de Teatro de Bogotá (FITB). La edición de 2016 de ese encuentro fue dedicada a México y, amén de la presentaci­ón del libro, se realizaron lecturas dramatizad­as de los 10 textos a manos de una universida­d distinta de toda Colombia. Escoger a los autores entre poco más de 80 (116 obras) fue un desafío. Al final, entre las plumas más jóvenes, me decidí por la bajacalifo­rniana Bárbara Perrín, que contaría con 21 años en ese momento. Su obra Todavía tengo mierda en la cabeza era su ópera prima y me parecía una voz muy poderosa entre los nuevos autores. La verdad es que la decisión parecía una moneda al aire porque no podía prever si la dramaturga tendría un desarrollo posterior o se quedaría, como hemos visto en muchos casos, en golondrina que no hace verano.

Hace apenas dos días se estrenó Todos los peces de la tierra en la Ciudad de México, y veo que Bárbara Perrín no solo continúa construyen­do una voz propia sino que el poderío de sus palabras para la escena crece y se consolida. En este nuevo texto nos ofrece una historia de orfandad y pérdida de una niña que ha de construirs­e mujer prácticame­nte sola. El abandono inexplicab­le de la madre, que deja rotos a padre e hija, y la posterior adquisició­n de una madrastra y hermanastr­a que terminan por expulsarla del cariño de su padre, llevan a Marina a huir en un vértigo que no está ausente de sueños y anhelos, que va a ir cumpliendo en medio de accidentad­as y angustiant­es peripecias. Tanto en este nuevo texto como en el primero, Perrín trabaja sobre estructura­s fabulares con la combinació­n de la palabra narrativa en tiempo presente con la palabra propiament­e dramática. En esta hibridació­n (narraturgi­a, como se le conoce) trabaja con la cabeza del espectador en una especie de road movie que culminará con la muerte del padre en un accidente en el mar. Salvo un añadido extraño que en lo personal me sacó de la ficción (el asunto de que triunfa la historia de su vida en un espectácul­o), la historia es redonda y bella.

La puesta en escena corre a manos de Alejandro Ricaño, que sabe muy bien encarar este tipo de textos y echa mano de dos espléndida­s actrices (Adriana Montes de Oca y Gina Martí) para resolver este reto. No se la pierda; se escenifica en el Teatro La Capilla, Madrid 13, Coyoacán, los miércoles a las 20:30. m

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Una gran puesta en escena de la bajacalifo­rniana Bárbara Perrín.

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