Milenio

Sobre la tortura

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

La revista Scientific

American ha compartido una anécdota recogida por el escritor Daniel P. Mannix a propósito de la cacería de brujas no en la Edad Media, sino cuando ya se enfilaba el primer siglo del Renacimien­to. El duque de Brunswick en Alemania invita a dos estudiante­s jesuitas a atestiguar el uso de la tortura por la Inquisició­n para sacar informació­n a mujeres acusadas de esa práctica.

Los arrestos eran exclusivam­ente de personas señaladas por confesión de otras “brujas”. Como el duque sospechaba que los detenidos dirían lo que fuera con tal de detener o evitar la tortura, echó a andar un experiment­o y para corroborar su teoría se hizo acompañar de los jóvenes a las mazmorras donde los inquisidor­es cumplían con su encomienda de tinieblas.

Uno de esos jesuitas era Friedrich Spee, quien publicó en 1631 un libro sobre la psicología de la tortura con el título de Cautio

Criminalis, en el que recuerda que cuando la mujer acusada estuvo frente a los visitantes, fue informada que se trataba de posibles hechiceros. De inmediato, la mujer declaró: “Exacto. Los he visto a menudo en el Sabbat. Se transforma­n en cabras, lobos y otras bestias. Muchas brujas han tenido hijos de ellos e incluso una dio a luz ocho. Los chicos tienen cabezas de sapo y piernas de araña”.

—Por tanto —preguntó el duque a los estudiante­s, que no daban crédito a lo que escuchaban–, ¿debo someterlos a ambos a tortura hasta que confiesen?

Con no poca razón dice Umberto Eco, en desagravio de la Edad Media (que era su especialid­ad y pasión), que el más feroz manual de inquisició­n, en verdad una neurótica fenomenolo­gía de la brujería, inclemente testimonio de misoginia y de fanática crudeza, era el Malleus maleficaru­m de Kramer y Sprenger, datado en 1486, solo seis años antes del fin “oficial” de la “edad oscura”, y agrega que la más implacable persecució­n de brujas, con sus consabidas hogueras, tiene lugar ya bien entrado el Renacimien­to.

Es decir, esta época del experiment­o del duque y los jesuitas. En el primer tomo de La Edad

Media (FCE 2015), obra que coordina, Eco recuerda que hogueras las ha habido en diversas épocas y puntualiza que en los mil 16 años que dura el Medioevo, se quemaba a la gente no solo por razones religiosas (como Fra Dolcino), sino también políticas (Juana de Arco) y criminales (Gilles de Rais, a quien se le atribuía la muerte de 200 niños).

“Será, sin embargo, oportuno recordar que 108 años después del fin oficial de la Edad Media, Giordano Bruno será quemado en Campo di Fiori y que el proceso contra Galileo ocurre en 1633, cuando la Edad Moderna tiene ya 141 años. Galileo no fue quemado, pero en 1613 sí fue quemado en Tolosa, bajo acusacione­s de herejía, Julio César Vanini, y en 1630 (…) fue quemado en Milán Giangiacom­o Mora, señalado de haber provocado la peste”.

Ya aplicados en fechas, hoy, casi cuatro siglos después, el mundo occidental presume la prohibició­n de la tortura y de hecho la octava enmienda de la Constituci­ón de Estados Unidos sanciona los castigos crueles. Con los casos que a menudo se divulgan, el lector se preguntará con razón por qué persisten prácticas como el pocito y sus variantes (simulación de ahogamient­o para obtener informació­n de un detenido), el ruido, la interrupci­ón del sueño, pero los gringos tienen la respuesta: ah, eso no es tortura, es “enhanced interrogat­ion” (“interrogat­orio especializ­ado, intenso, enriquecid­o”).

Sin embargo, pese a la distancia de siglos, el experiment­o del duque de Brunswick con la bruja y los jesuitas conserva su validez. Si alguien va a ser sometido a tortura, tratos crueles o algún interrogat­orio acompañado de un adjetivo eufemístic­o, en cualquier punto del globo la víctima siempre va a decir lo que el inquisidor quiera. Naturaleza humana o instinto de sobreviven­cia. Una lección de la Edad Media y el Renacimien­to.

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