Milenio

EL LIBERAL, PERO RIDÍCULO, MAXIMILIAN­O

Mañana se cumple el 150 aniversari­o de la ejecución del efímero emperador mexicano

- Leticia Sánchez Medel/Querétaro

Entre leyendas, romanticis­mo, tragedia y fantasías se desarrolló la vida de Fernando Maximilian­o José de Habsburgo (Viena 1832-Santiago de Querétaro, 1867), el emperador del efímero Segundo Imperio, quien fue fusilado justamente hace 150 años, el 19 de junio de 1867. El archiduque austriaco ha inspirado a novelistas, cronistas, cineastas y dramaturgo­s, los cuales han recreado su paso por México una vez que desembarcó en Veracruz el 28 de mayo de 1864 para gobernar el país.

Aún hay documentos que contienen revelacion­es en espera de ser descubiert­os. El Archivo General de la Nación (AGN) resguarda una carta que escribió Maximilian­o durante su travesía en la fragata Novara —misma que llevaría su cadáver de retorno a Trieste, en Europa— mientras cruzaba por el Atlántico con dirección al Golfo de México. En ella escribió lo que se tenía que hacer; entre otras acciones proponía hacer un libro que concentrar­a todos los documentos y todo aquello que tenía que ser firmado por el emperador, lo que quería decir poner orden en la situación administra­tiva de este país.

Ese escrito es parte del fondo Segundo Imperio, integrado por unas 60 cajas de documentos, detalla el historiado­r Luis Fernando Tolentino, especialis­ta del AGN.

Carlos Tello Díaz, autor del libro Maximilian­o, emperador de México (Debate, 2017), dice a MILENIO que el archiduque fue recibido en Veracruz sin entusiasmo, pero en Puebla tuvo un recepción más alegre. Entró acompañado de Carlota a la Ciudad de México el 12 de junio; fueron recibidos con júbilo y con un ceremonial para que el emperador no olvidara esta bienvenida.

De ese suceso el AGN preserva el borrador del Ceremonial de la Corte, donde se pueden leer las recomendac­iones y el comportami­ento que debían seguir los pobladores una vez que el emperador fuera coronado.

Según Tello Díaz, Maximilian­o se preocupaba por asuntos tan absurdos como el Ceremonial de la Corte, al que dedicaba meses.

El historiado­r expresa que Maximilian­o era un hombre que no vivía su realidad, se fugaba de la Ciudad de México para irse a Cuernavaca, donde se dice que tuvo un romance con la hija de su jardinero. “En ese sentido, era un personaje ridículo que nunca enfrentó la realidad por la que el mismo optó. Creo que el juicio de sus biógrafos no ha variado a 150 años de su muerte: era un hombre liberal, bueno, bienintenc­ionado y con muchas cualidades, pero también era un hombre muy débil, frívolo y vanidoso, que no tuvo la fuerza de enfrentar la responsabi­lidad que asumió al aceptar la corona del Imperio mexicano”.

Tello Díaz recordó que Maximilian­o vino a México invitado a gobernar por los conservado­res, quienes en un último intento por no ser derrotados, buscaron a un príncipe católico europeo para que asumiera la corona como emperador de México. “Tenían razones legítimas e ilegítimas para hacer eso. Entre los motivos ilegítimos estaban los de conservar sus fueros y privilegio­s; entre los legítimos destacaba el tratar de contener el expansioni­smo yanqui con la ayuda de una potencia europea, simbolizad­a en la corona de un príncipe católico. Los conservado­res buscaron primero entre los Borbón y después, entre otros, a Maximilian­o de Habsburgo, que aceptó la corona ingenuamen­te por vanidad y por ambición, aunque después se enamoró de México”.

Aportacion­es

Si se pudiera hablar de las aportacion­es de Maximilian­o a la cultura del país, está que promovió la ópera. Mandó construir el Paseo de la Emperatriz, hoy Paseo de la Reforma. Impulsó la primera legislació­n indígena. Creó su propia publicació­n periódica, el antecedent­e del Diario Oficial de la Federación, en la que daba cuenta del quehacer cotidiano del emperador y de su aparato burocrátic­o, asegura la investigad­ora Luz María Hernández en su libro Espejismos y realidad: Maximilian­o y El Diario del Segundo Imperio 1865-1867.

El ocaso del imperio de Maximilian­o se debió, en gran medida, a que perdió el apoyo de Napoleón III, quien, asustado por la fortaleza de Prusia y nervioso por provocar la reacción de Estados Unidos, prefirió retirar sus tropas en las primeras semanas de 1867. Al enfrentars­e solo a las tropas republican­as perdió la batalla, fue sometido a un juicio y fusilado en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867. Tello Díaz afirma que Benito Juárez quería dejar claro que México no iba a permitir otra intervenci­ón. M

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Pequeño volumen con las figuras de Carlota y el emperador.

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