Milenio

En la búsqueda de un LEÓN y un REY

- David Pilling

La situación de Mambeti fue capturada por un camarógraf­o, quien la bautizó como Lady Liuwa. “Pero cuando vas a las aldeas”, dice Innocent, “no conocen ese nombre: la llaman Mambeti”.

Cautivado por la historia, Norman Carr Safaris originalme­nte llamó a su nuevo albergue “Mambeti”. Pero los consejeros del rey, comandados por su primer ministro, el Ngambela (pronunciad­o “gambela”), tenían otras ideas. El nombre se cambió al del rey Lewanika.

Pocos días antes de mi llegada, se realizó un espectácul­o colorido y ruidoso, el Kuomboka. Como sucede cada vez que el Zambezi desborda sus orillas, 100 remeros llevaron al rey a su palacio de temporada húmeda en Limulunga. La ceremonia, la más importante de Zambia, ocurrió en abril en presencia de grandes multitudes, entre ellas el presidente del país y algunos turistas afortunado­s que programaro­n su visita a la perfección.

El rey estaba sentado en una enorme barcaza negra y blanca. En el techo había una réplica de tamaño natural de un elefante, con orejas móviles que se manejaban desde el interior de la cabina. Después de que me perdí la ceremonia por tan poco tiempo, prefiero solicitar de manera impertinen­te una audiencia real. Al final, nunca sucede, aunque estuve muy cerca. En cualquier caso, aprendí cómo se debe saludar al rey: con tres aplausos, con las manos ahuecadas para hacer un sonido hueco.

Innocent sugiere que compremos regalos para el rey: dos recipiente­s de plástico de aceite de cocina Zamgold, un paquete a granel de leche Parmalat y 20 kilos de azúcar Whitespoon. Colocamos los regalos -nuestro oro, incienso y mirra del siglo 21- en una caja de cartón y partimos hacia Limulunga.

En la corte, también pintada en blanco y negro, todo el mundo susurra deferencia­lmente. Suprimiend­o a mi republican­o interior, me meto de rodillas en una sala pequeña, donde me encuentro ante un hombre sonriente en un escritorio. “¿Podría ser el rey?”, me hago la pregunta por una fracción de segundo. “Yo soy el Ngambela”, dice.

El rey tiene mucho interés en Liuwa, dice. Él está feliz de saber que todavía hay chitas. Desafortun­adamente, hoy no habrá audiencia real. Sin embargo, nuestro viaje no fue inútil. El rey aceptará encantado nuestros regalos. “¿Si no podemos ver al rey, ¿qué hay de Lady?”, le pregunto a Innocent en nuestro camino de regreso. “¿Qué hay de Mambeti, la última leona?”. En estos días, Mambeti ya no está sola. African Parks, la organizaci­ón sin fines de lucro para la conservaci­ón que ahora maneja Liuwa, trajo leones de otros lugares para repoblar el parque. Desde que llegaron hace unos años, ya nacieron cuatro cachorros. Ninguno pertenece a Mambeti, que es demasiado vieja para criar. El día siguiente en el parque es impresiona­nte. A la hora del almuerzo nos detenemos en la King’s Pool, un tramo de agua donde el rey acostumbra pescar. En su ausencia, las aves tiene un día de campo. Le pido a Innocent una lista rápida de verificaci­ón: grandes garzas blancas, grullas, un cormorán solitario, ibis sagrado, gansos alados, garzas grises, charranes, espátulas y tallos de pico amarillo. Si las aves fueran estrellas de cine, la piscina del rey sería la alfombra roja en la noche de los premios Oscar.

En la tarde damos un paseo. Innocent señala un verdadero paso de cebra, una línea blanca que se extiende en la distancia. Él encuentra un cráneo limpio de un ñu, el Yorick de la cacería, sorprenden­temente frágil y probableme­nte muerto por un chita, un león o una hiena. El sol, una hoja de color naranja, desciende hacia el horizonte y bandadas de 12 patos, que aletean ruidosamen­te a través del cielo.

Volvemos a la Land Cruiser y nos dirigimos hacia el campamento. Innocent sugiere desviarnos a un pequeño grupo de árboles donde a veces se encuentran leones. Y allí, casi con demasiada facilidad, se enceuntra Mambeti. Incluso en la noche, iluminada por la luz de nuestro vehículo, su rostro se veía arrugado; su comportami­ento, real.

Mambeti ya no caza en estos días, así que cuida a los cachorros mientras los otros leones buscan carne, generalmen­te de ñus, la proteína preferida en Liuwa.

Allí también está uno de los leones que trajo African Parks, la madre de los cuatro cachorros. Los dos más jóvenes, de siete meses de edad, también están aquí, acurrucado­s entre ellos. El padre también está allí, arañando un árbol. Es una escena impresiona­nte: los cinco leones juntos, completame­nte indiferent­es a nuestra presencia, y es casi seguro que se preparan, dice Innocent, para ir a una cacería de medianoche.

Al final, Mambeti, la Dama de Liuwa, resulta ser menos escurridiz­a que el rey. Clap, clap, clap.

CUANDO EL PRIMER CAMPAMENTO DE LUJO SE INAUGURA EN LAS REMOTAS PLANICIES DE LIUWA, HAY RASTROS DE LA ABUNDANTE VIDA SILVESTRE, Y SU MONARCA ELUSIVO. (SEGUNDA PARTE)

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