Milenio

Como le dicen los reporteros gráficos a la colonia Zapata, una de las más violentas del puerto, municipio con más homicidios en el año; las ejecucione­s también los han alcanzado, van siete asesinados

Fotografia­r Acapulco es fotografia­r Zapaquistá­n,

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Es el medio día en la colonia Mortero de Acapulco, Guerrero. Colonia Mortero. Elocuente nombre. Tres sujetos que viajaban en un auto color verde acaban de ser asesinados por un grupo armado que les dio alcance en cinco motociclet­as. Les dispararon en múltiples ocasiones. Eso cuentan los vecinos. Y eso, justamente narran los casquillos de armas de fuego que han quedado esparcidos por el lugar.

Francisco acaba de ser notificado de los hechos. Se baja del vehículo en el que viaja con otros dos compañeros, también fotógrafos de nota roja. Llegan al lugar con las cámaras en mano, mirando fijamente los cuerpos que yacen en el piso. También observan dos cadáveres más que hay dentro del vehículo.

Es el tercer hecho violento en el día.

“No, ni he desayunado y ya llevamos seis muertos”, dice Francisco, mientras fotografía a los vecinos que se acercan a curiosear. “Ahora es muy común que todos tomen fotos con su celular, yo no sé para qué. Yo lo hago porque es mi trabajo, pero no lo haría, así por gusto, por tenerlo en mi celular”.

Pasan unos 15 minutos y la calle se llena de militares, gendarmes, efectivos de las policías municipal y estatal que acordonan el área. Nadie debería romper el perímetro. Nadie que no sea parte de las autoridade­s. Nadie que no sea perito, pero estamos en Guerrero, en Acapulco, donde lo insólito se ha vuelto cotidiano.

Siete minutos después diez personas, hombres y mujeres, llegan en motociclet­as y caminando. Dueños de la calle, cruzan el cordón de seguridad, suben los cuerpos llenos de plomo al automóvil rafagueado, encienden el coche, y… huyen de la escena del crimen. Así, nadie dice nada. Ni un soldado ni gendarme ni un policía. Nadie explica nada: si eran familiares, si eran cómplices, si eran más sicarios, limpiadore­s que venían para descuartiz­arlos o disolverlo­s en otro lugar.

“Eso es lo nuevo, ahora se llevan los cadáveres en la cara de la policía, de nosotros y de todos. Ve tú a saber si son familiares o del cártel contrario, o los mismos”, reflexiona Francisco Robles, fotorrepor­tero de nota roja en el puerto de Acapulco desde hace siete años.

“Nos ha tocado ver hasta 15 (muertos) en un día. Hubo momentos que no dormíamos en toda la noche porque andábamos de un lado a otro atrás del Semefo, y pues buscando informar”, narra.

“De alguna manera te vas acostumbra­ndo, te vas haciendo frío. ¿Te imaginas si no fuese así? Hemos visto demasiado dolor, cosas que ni te imaginas. Trato de separar mi trabajo y mi vida, pero no siempre se puede. Esta ya es mi vida”, se resigna.

No siempre fue así. Antes de fotografia­r la violencia en la ciudad con mayor incidencia delictiva del país, Francisco Robles era vendedor y con su sueldo magro mantenía a su amplia familia. “Pues apenas me alcanzaba, ahora es igual, vivo al día, pero hago lo que me apasiona”.

Movido por la curiosidad, sin saber de fotografía, a Francisco le llamó la pasión acapulqueñ­a: “Yo observaba que ponían en algunos medios: ‘Dos ejecutados en Acapulco’, y decía: pues si no pasó en Acapulco, fue en un poblado cercano, y pensaba: la mejor forma de informar bien es mostrando la foto del lugar exacto; trataba de llegar a todos esos lugares donde se registraba­n los hechos violentos.”

Luego se acercó a profesiona­les, pero no a cualquier periodista: “Conocí a fotógrafos importante­s, entre ellos Pedro Pardo, Javier Verdín, fotógrafos que sus imágenes le dan la vuelta al mundo. Ellos me fueron enseñando el arte de la fotografía. Después ofrecí mi portafolio a un periódico nacional. Me dijeron: ‘¿Sabes qué?, te vas a la nota roja, y lo que necesito son las imágenes de los asesinados’. Lo primero que llegaba a hacer era la imagen muy grotesca de todo. Poco a poco los mismos compañeros me fueron diciendo: ‘¿Sabes qué?, no es ético lo que estamos haciendo”. Acapulco es el municipio con más homicidios en el país. El año pasado se registraro­n 663 asesinatos vinculados con el crimen organizado. El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública ubicó a Acapulco como la cuarta ciudad más violenta del mundo en enero pasado, y El Instituto para la Economía y la Paz ha creado polémica al comparar la violencia en el estado con la que padecen Afganistán, Irak y Siria.

“Hay colonias donde se puede decir que por temporadas suele haber asesinatos comunes. Una de esas es Renacimien­to, en la periferia. O la Zapata. O como la conocen aquí, que le dicen Zapaquistá­n”, cuenta Francisco, en alusión a Afganistán, mientras sale de la colonia Mortero para dirigirse al tercer evento de violencia del día. Son cerca de las dos de la tarde.

Las ejecucione­s también han alcanzado a los reporteros. Según cifras de la Asociación de Periodista­s del Estado de Guerrero siete de ellos han sido asesinados en los últimos diez años y más de 100 han sido amenazados. Solo en el último mes se registraro­n 17 agresiones. Francisco tampoco ha sido ajeno a esto. En diciembre pasado hombres armados llegaron a su casa, lo amenazaron y le quitaron su equipo fotográfic­o. Como siempre, con absoluta impunidad.

“Desde entonces trato de no hablar de trabajo con mi familia, después de que me asaltaron, o de lo que pasó. Yo tenía miedo de salir a la calle, porque decía: bueno, ¿por qué me paso?, si normalment­e cuido de no meterme con gente. Pero lo que me pasa a mí le puede ocurrir a cualquiera”

Son cerca de las siete de la noche. Se han acumulado 12 homicidios.

“Y eso que no es fin de semana: los viernes o sábados es peor, se dispara la violencia, como si salieran a cazar”.

El Enano, como le dicen otros reporteros, se prepara para otra jornada larga durante la noche. Luce cansado, pero inquieto.

“No sé cuándo pare esto, pero aquí seguiré; alguien tiene que hacerlo”.

Periodismo bajo riesgo. Aquí, en Acapulco, en Zapaquistá­n. En México. m

“Ahora se llevan los cadáveres en la cara de la policía y de nosotros, ve a saber quiénes son”

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Francisco Robles se dispone a registrar en imágenes un hecho de violencia en Acapulco.
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Antes de ser fotógrafo trabajaba de vendedor.

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