Milenio

¿Quién espía?...

- JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ LIMA

La bomba que detonó el New York Times sobre el espionaje político que realizan agencias gubernamen­tales mexicanas ha generado una amplia onda expansiva. Por lo pronto, todos los grandes medios se han desmarcado del gobierno de Peña Nieto y han condenado el acoso.

Fuera de Ciudad de México, el informe ha causado preocupaci­ón, porque desde 2015 hay denuncias de que algunos gobiernos estatales también adquiriero­n esos costosos para hostigar y sustentar la desaparici­ón de personajes incómodos.

Es bien conocida la peligrosa atmosfera en que viven los comunicado­res y defensores de los derechos humanos en gran parte del país. Como evidencia están los asesinatos recientes de reporteros y ciudadanos emblemátic­os ocurridos en Chihuahua, Tamaulipas y Sinaloa.

Imaginemos el infierno que viven quienes además de saberse vigilados y señalados por y

ahora son espiados y grabados también por sus propios teléfonos celulares.

Ante esta denuncia, que pone en duda toda la reciente verborrea sobre la supuesta libertad de expresión, es indispensa­ble presionar para que los gobiernos locales informen: ¿qué tipos de instrument­os de espionaje poseen y utilizan? ¿Quiénes son los funcionari­os que los operan y cuáles son los criterios para su aplicación? ¿Cuál fue la legislació­n en que se sustentó su compra y quién autorizó el presupuest­o?

El espionaje telefónico ha sido una realidad en la vida política del país. Desde la década de los 50 todos los gobiernos federales han intervenid­o los teléfonos de quienes han querido y utilizado la informació­n para intimidar y destruir a muchos. Las carreras de legendario­s políticos (nuestros Frank Underwood) tuvieron sustento en su habilidad y cinismo para espiar. Muchos crímenes políticos del siglo XX se planearon y llevaron a cabo en esas cañerías del sistema.

Ahora, en la segunda década del siglo XXI nos enteramos de que el espionaje ha sido ampliado y reconfigur­ado por el nuevo PRI. Que junto con la corrupción, la insegurida­d y la manipulaci­ón electoral han regresado al oscurantis­mo del siglo pasado nuestra fracasada democracia. M

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