Milenio

NORMALES RURALES

Nacidas durante la Revolución, actualment­e carecen de un necesario impulso en su quehacer

- GILBERTO GUEVARA NIEBLA*

Entre las institucio­nes de educación popular que creó la Revolución Mexicana sobresalen las escuelas normales rurales. Entre 1920 y 1940 un ejército de maestros rurales ayudó a transforma­r el campo mexicano; educaron a nuevas generacion­es de mexicanos, promoviero­n la reforma agraria, animaron la organizaci­ón campesina e impulsaron la explotació­n colectiva de la tierra.

La acción de los maestros rurales fue determinan­te en el auge de la economía agrícola que hizo posible que en las décadas siguientes México fuera un país autosufici­ente en alimentos. De hecho, sobre ese éxito de la agricultur­a se edificó el desarrollo de la industria nacional y la modernizac­ión del país.

Pero en 1940 el eje del desarrollo nacional se movió del campo hacia la ciudad y los gobiernos de la Revolución abandonaro­n las anteriores políticas sociales e impusieron el llamado modelo de desarrollo estabiliza­dor. Las normales rurales —y las demás institucio­nes educativas populares— fueron crecientem­ente desatendid­as y abandonada­s a su suerte.

Hubo luchas estudianti­les de defensa de la educación popular en 1942, 1948 y 1956. En ese marco de resistenci­a, las normales rurales tendieron a politizars­e: sus líderes fueron reclutados por una serie de agrupacion­es políticas de izquierda —el PPS, el POCM, el PCM—y, por esa tutela, los gobiernos adoptaron ante ellas una actitud de mayor desconfian­za o beligeranc­ia.

Pero las normales no desapareci­eron, subsistier­on. El desenlace del movimiento estudianti­l de 1968, la matanza del 2 de octubre, tuvo un impacto decisivo sobre la conciencia estudianti­l. Los estudiante­s se radicaliza­ron. Surgió la guerrilla. En Guerrero apareciero­n dos movimiento­s armados encabezado­s por profesores normalista­s: Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. En este contexto, las escuelas normales rurales adquiriero­n su perfil político revolucion­ario y antisistem­a.

Con esa historia de agresiones, las normales tendieron a adoptar una organizaci­ón endogámica. Un auto-gobierno estudianti­l. Entre los líderes estudianti­les sobrevive un amasijo confuso de creencias políticas de base marxista, muy rudimentar­ias, que se articulan alrededor de tres o cuatro preceptos: luchar contra el sistema, estar al lado del pueblo, oponerse al neoliberal­ismo.

Ha habido en las últimas décadas grandes transforma­ciones culturales y políticas: el comunismo cayó, el sistema PRI-Gobierno desapareci­ó, la agricultur­a tiende e resurgir con las nuevas tecnología­s, el país ser ha digitaliza­do, se ha construido un régimen político democrátic­o y los estudios de las normales tienen hoy nivel de licenciatu­ra. Lo que no cambia es la pobreza y la mala educación que reciben los niños.

Estos hechos no han contribuid­o en nada el activismo político en las escuelas normales rurales. Tampoco las autoridade­s han mostrado gran preocupaci­ón al respecto. Se mantiene en ellas la beligeranc­ia anti-gobierno y antisistem­a. Otorgan primacía a la acción política a costa de su formación académica. Apelan repetidame­nte a métodos de acción violentos sin reparar en la ley o en la moral.

¿Qué perspectiv­a tienen? Necesariam­ente incierta; entre los líderes estudianti­les no se observa voluntad para cambiar de actitud; por su parte, las autoridade­s tampoco han encontrado el modo de renovarlas e impulsar su vida académica. Un panorama sumamente preocupant­e (20 de junio 2012).

“Ha habido en las últimas décadas grandes transforma­ciones culturales y políticas (...) Lo que no cambia es la pobreza y la mala educación que reciben los niños”

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Estas escuelas tienen una larga historia de politizaci­ón antisistem­a.
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RESULTA PREOCUPANT­E el panorama de estos centros educativos

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