Espío, luego existo
Todos los gobiernos espían. Es un acto reflejo, un instinto natural, una cualidad innata derivada del “monopolio de la violencia legítima” que define al Estado moderno. El gobierno de cualquier país democrático que esté libre de esa práctica que tire el primer audio o video.
Pero de aquí a convertir el espionaje en un deporte nacional, hay una indecencia y cinismo tremendos. Y esto es lo que ha pasado en México. La desfachatez, la ilegalidad y la impunidad se ha apoderado del espionaje que lo mismo realiza el gobierno federal, que los gobernadores, los presidentes municipales con presupuesto vasto, los dirigentes de partidos políticos y, por supuesto, los particulares, desde empresarios prominentes hasta capos del narcotráfico. ¿Y qué decir de las 17 agencias de inteligencia norteamericanas que operan en México desde el sexenio de Felipe Calderón?
“Espío, luego existo” es la divisa que rige a las autoridades mexicanas que han rebajado la seguridad nacional al nivel de la morbosidad popular y la guerra sucia electoral.
¿Qué hacer, además de lamentarse y lamentárselas?
La principal defensa que tiene un particular ante el Estado espía es la expiación de ese abuso. Es decir, exigir castigo y pena a la autoridad que viola de manera ilegal, sin autorización judicial expresa, el derecho a la privacidad.
El contrapeso a la autoridad abusiva es el “juicio de responsabilidad política”. Bajo esa figura renunció Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos por espiar a sus adversarios del partido demócrata. Bajo la misma figura se busca en este momento llevar a juicio al presidente Trump por haber solapado el hackeo o intromisión de espías rusos en la elección que lo llevó a la Casa Blanca.
Hace unos días, en Miami, el ex presidente de Panamá Ricardo Martinelli fue detenido por haber practicado espionaje ilegal contra opositores, periodistas y empresarios.
En todas las transiciones democráticas exitosas, una característica común es el desmantelamiento de las agencias de espionaje de los regímenes autoritarios. Es como cortarle las orejas y la lengua al Estado espía. Y en su lugar se erige un centro de información e inteligencia que obedece a una política de Estado, regulada y fiscalizada por el Legislativo, el Judicial y la sociedad civil, independiente del Ejecutivo. Otra forma de expiación efectiva contra el espionaje autoritario es “desnudar al rey”. Lo que hizo Edward Snowden, el ex consultor tecnológico de la CIA y de la NSA, que reveló con detalle las operaciones de espionaje del gobierno estadunidense contra gobiernos aliados y adversarios por igual.
A la indecente práctica del espionaje político mexicano le hace falta al menos estos tres contrapesos: posibilidad de enjuiciar y procesar a la autoridad política que espíe extrajudicialmente a opositores, periodistas críticos y activistas anticorrupción; desaparecer el Cisen tal como opera actualmente; y que surja el Edward Snowden mexicano, que desnude desde adentro al rey.
Mientras tanto, habrá que llevar la rutina del contraespía: no abordar por teléfono ningún tema estratégico; no abrir mensajes de contenido desconocido; hablar desde teléfonos públicos; rotación de número y de equipo; apagar el celular y retirar la batería en reuniones de trabajo; entre otras prácticas. El Estado espía podrá escucharnos, pero no callarnos. M