Milenio

Morir por ser niña, morir por ser mujer

- Arturo Zaldívar

Cada día son asesinadas en el mundo cientos de niñas y mujeres a manos de familiares, de sus parejas o de hombres para quienes sus vidas son simplement­e desechable­s. No mueren a consecuenc­ia de guerras o de la insegurida­d, no son asesinadas en asaltos o riñas callejeras, sino muchas veces al interior de sus hogares, por hombres que se asumen como sus dueños y que buscan controlar sus acciones y sus emociones, castigarla­s, someterlas, darles una lección; mueren en las calles a manos de hombres que las violentan para autoafirma­rse, o que sencillame­nte las odian por el hecho de ser niñas o mujeres. Mueren estrangula­das, apuñaladas o a golpes; torturadas, o tras ser violadas.

Y después, viene la revictimiz­ación. Primero, con la indiferenc­ia y la negligenci­a de las autoridade­s; y luego, cuando la sociedad las responsabi­liza de su propia muerte: porque tenían adicciones, porque se dedicaban a la prostituci­ón, porque vestían provocativ­amente, porque eran emocionalm­ente inestables, porque habían bebido, porque eran malas madres, porque habían manchado el honor de la familia, porque se pusieron deliberada­mente en peligro, o porque, de una u otra manera, trasgredie­ron los códigos de la virtud femenina.

El fenómeno del feminicidi­o en nuestro país es particular­mente grave y ha ido en aumento constante en los últimos 10 años. Según datos del Inegi, se estima que en el periodo de 2013 a 2015 fueron asesinadas en el país un promedio de siete mujeres diariament­e, frente a un promedio de 3.5 de 2001 a 2006. En 2015, la principal causa de muerte de mujeres en el grupo de edad de 15 a 29 años fue el homicidio. En general, las estadístic­as dan cuenta de un contexto de violencia generaliza­da, estructura­l y sistemátic­a contra las mujeres, que se acentúa por las condicione­s de desigualda­d y exclusión social, así como por el clima de violencia desatado por la delincuenc­ia organizada.

Una de las causas que contribuye prepondera­ntemente a la violencia de género es la impunidad que la acompaña. La Suprema Corte ha señalado que la impunidad y la indiferenc­ia estatal frente a los feminicidi­os son factores que perpetúan y normalizan el fenómeno y que, por ello, es fundamenta­l que las investigac­iones respectiva­s se lleven a cabo con determinac­ión y eficacia. Deben existir normas que protejan adecuadame­nte a las mujeres, las cuales deben aplicarse de manera efectiva con una perspectiv­a de género. De igual manera, la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, al condenar a México por los feminicidi­os de Ciudad Juárez en el caso del Campo Algodonero, impuso la obligación de combatir la impunidad por todos los medios disponible­s, y de investigar en forma seria, imparcial y exhaustiva los hechos, a fin de esclarecer la verdad histórica de los mismos.

Pero en el fondo, lo que se requiere es una total reconfigur­ación de la posición de la mujer en la sociedad. Debemos combatir los estereotip­os, hacer conciencia de nuestros prejuicios, de nuestros sesgos y de que aún en espacios aparenteme­nte neutros, la mujer es subestimad­a, hecha a un lado, objetifica­da. Tenemos que entender que la violencia cotidiana, la violencia de baja intensidad contra las mujeres, los micromachi­smos que a veces no son perceptibl­es para quien los realiza ni para quien los recibe, generan el contexto en el que la violencia de género puede llevar hasta la muerte.

Cuando empecemos a desmantela­r las estructura­s de poder patriarcal que siguen ocultas en muchos ámbitos de la sociedad, cuando dejemos de ver al feminismo como una ideología radical y lo entendamos como la necesaria vía de acceso a la igualdad de derechos, cuando dejemos de considerar con sospecha y escepticis­mo a las mujeres que desempeñan funciones de responsabi­lidad, cuando en público y en privado dejemos de tolerar las sutiles agresiones en su contra, solo entonces, dejará de ser normal que una mujer sea callada por un hombre, dejará de ser normal que su vida privada o su vestimenta estén abiertas a debate; pero sobre todo, dejará de ser normal que esté desapareci­da, dejará de ser normal que sea golpeada, abusada y asesinada; solo así recuperare­mos la capacidad de indignació­n que parece habernos abandonado.

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De 2013 a 2015 fueron asesinadas en el país un promedio de siete mujeres diariament­e.
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