Morir por ser niña, morir por ser mujer
Cada día son asesinadas en el mundo cientos de niñas y mujeres a manos de familiares, de sus parejas o de hombres para quienes sus vidas son simplemente desechables. No mueren a consecuencia de guerras o de la inseguridad, no son asesinadas en asaltos o riñas callejeras, sino muchas veces al interior de sus hogares, por hombres que se asumen como sus dueños y que buscan controlar sus acciones y sus emociones, castigarlas, someterlas, darles una lección; mueren en las calles a manos de hombres que las violentan para autoafirmarse, o que sencillamente las odian por el hecho de ser niñas o mujeres. Mueren estranguladas, apuñaladas o a golpes; torturadas, o tras ser violadas.
Y después, viene la revictimización. Primero, con la indiferencia y la negligencia de las autoridades; y luego, cuando la sociedad las responsabiliza de su propia muerte: porque tenían adicciones, porque se dedicaban a la prostitución, porque vestían provocativamente, porque eran emocionalmente inestables, porque habían bebido, porque eran malas madres, porque habían manchado el honor de la familia, porque se pusieron deliberadamente en peligro, o porque, de una u otra manera, trasgredieron los códigos de la virtud femenina.
El fenómeno del feminicidio en nuestro país es particularmente grave y ha ido en aumento constante en los últimos 10 años. Según datos del Inegi, se estima que en el periodo de 2013 a 2015 fueron asesinadas en el país un promedio de siete mujeres diariamente, frente a un promedio de 3.5 de 2001 a 2006. En 2015, la principal causa de muerte de mujeres en el grupo de edad de 15 a 29 años fue el homicidio. En general, las estadísticas dan cuenta de un contexto de violencia generalizada, estructural y sistemática contra las mujeres, que se acentúa por las condiciones de desigualdad y exclusión social, así como por el clima de violencia desatado por la delincuencia organizada.
Una de las causas que contribuye preponderantemente a la violencia de género es la impunidad que la acompaña. La Suprema Corte ha señalado que la impunidad y la indiferencia estatal frente a los feminicidios son factores que perpetúan y normalizan el fenómeno y que, por ello, es fundamental que las investigaciones respectivas se lleven a cabo con determinación y eficacia. Deben existir normas que protejan adecuadamente a las mujeres, las cuales deben aplicarse de manera efectiva con una perspectiva de género. De igual manera, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, al condenar a México por los feminicidios de Ciudad Juárez en el caso del Campo Algodonero, impuso la obligación de combatir la impunidad por todos los medios disponibles, y de investigar en forma seria, imparcial y exhaustiva los hechos, a fin de esclarecer la verdad histórica de los mismos.
Pero en el fondo, lo que se requiere es una total reconfiguración de la posición de la mujer en la sociedad. Debemos combatir los estereotipos, hacer conciencia de nuestros prejuicios, de nuestros sesgos y de que aún en espacios aparentemente neutros, la mujer es subestimada, hecha a un lado, objetificada. Tenemos que entender que la violencia cotidiana, la violencia de baja intensidad contra las mujeres, los micromachismos que a veces no son perceptibles para quien los realiza ni para quien los recibe, generan el contexto en el que la violencia de género puede llevar hasta la muerte.
Cuando empecemos a desmantelar las estructuras de poder patriarcal que siguen ocultas en muchos ámbitos de la sociedad, cuando dejemos de ver al feminismo como una ideología radical y lo entendamos como la necesaria vía de acceso a la igualdad de derechos, cuando dejemos de considerar con sospecha y escepticismo a las mujeres que desempeñan funciones de responsabilidad, cuando en público y en privado dejemos de tolerar las sutiles agresiones en su contra, solo entonces, dejará de ser normal que una mujer sea callada por un hombre, dejará de ser normal que su vida privada o su vestimenta estén abiertas a debate; pero sobre todo, dejará de ser normal que esté desaparecida, dejará de ser normal que sea golpeada, abusada y asesinada; solo así recuperaremos la capacidad de indignación que parece habernos abandonado.