Otra entrañable tradición
La publicación de conversaciones privadas, conversaciones grabadas en secreto, se entiende, suele ser bochornosa para quienes intervienen, aunque solo sea porque en privado se habla de un modo distinto —en general, más descuidado, aparte de que se digan cosas que uno no diría en público. Por eso son muy sabrosa materia de escándalo.
Es imposible de olvidar la conversación entre el gobernador de Puebla, Mario Marín, y el empresario Kamel Nacif, la del “góber precioso”. Pero ha habido muchas más, igualmente escabrosas. En ese mismo 2006, las de la profesora Elba Esther Gordillo sobre el voto del sindicato de maestros. Y poco después, las del secretario de Comunicaciones, Luis Téllez, hablando de Salinas de Gortari, y las del gobernador de Veracruz, Fidel Herrera, con los candidatos del PRI en junio de 2010. Están las grabaciones en que la diputada perredista Claudia Corichi ofrece el apoyo de “unos zacatecanos muy locos” al candidato a gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, y las de Josefina Vázquez Mota, en medio del pleito del PAN, en 2012, quejándose de Genaro García Luna.
Entre las más viejas, las conversaciones de José Córdoba Montoya con Marcela Bodenstedt, por las que nos enteramos de que eran novios. Y entre las más recientes, las de ejecutivos de la empresa OHL, que hablan de mordidas y concesiones.
Algo tan frágil, tan insustancial como un fragmento de una grabación de audio, de origen desconocido, puede ser demoledor, según de quien se trate. Tal vez de ahí su popularidad. Por lo demás, aparte de sus efectos sobre la vida personal de algunos, de ese aluvión de grabaciones no ha resultado nada. O casi nada. Desde hace décadas, nuestros periódicos se dedican a espiar, y grabar conversaciones, para publicarlas. O contratan a quienes espíen, y graben. O están al servicio de quienes espían, y graban, y quieren que se publiquen esas conversaciones. Y eso contribuye en mucho a ese olor de sentina tan característico de nuestra vida pública.
Afortunadamente, han cambiado las tornas. Y están todos de acuerdo en que la sola sospecha de un intento de espionaje amerita una investigación seria. A lo mejor es que despunta una prensa con otros estándares éticos. O no. M