Milenio

Valentín Pimstein:

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mariachi, de mesero.

Por eso, atendiendo al muy joven Emilio Azcárraga Milmo en Garibaldi, renunció a su gran ilusión de trabajar en las películas de charros para experiment­ar en esa cosa tan rara, pero prometedor­a, llamada televisión.

Y vinieron Gutierrito­s, La duquesa, María Isabel, Chucho El Roto, Rubí, La recogida, Angelitos negros, El amor tiene cara de mujer, Mundo de juguete, Rina y Viviana.

¿Y qué me dice de Los ricos también lloran, Colorina, Bianca Vidal, Chispita, Vivir un poco, Rosa salvaje, Simplement­e María, Carrusel y María Mercedes?

Usted trabajaba para la gente, me consta. Escuchaba a las personas en los tianguis, observaba a las señoras en los salones de belleza, preguntaba en los sitios más humildes, atendía las críticas.

Y era una fiera a la hora de producir pero el más humilde al momento de atender al pueblo de México, ése que hoy ni siquiera figura en las ecuaciones financiera­s que le dan sentido a la pantalla.

¿Ya la quedó claro por qué estoy furioso? No se vale, don Valentín. Ya no hay otro igual, ya no hay manera de que exista. Esto se acabó, se fue con usted.

Tan se fue que hoy la palabra telenovela está maldita, no se dice, carece de prestigio, es sinónimo de fracaso, de basura.

Y a los pobres que los atienda a ver quién porque ya nadie trabaja para ellos, ya nadie los quiere.

Descanse en paz, querido Valentín Pimstein. Yo aquí me quedaré otro rato haciendo corajes. Un abrazo fuerte para usted y su familia de su “cuate” Álvaro Cueva.

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Usted siempre amó a México, a su gente, sus películas y sus tradicione­s.
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