Milenio

EL NIÑO MALO DE LA SALSA 1967 no nada más es un año rocanroler­o. En el terreno de la música tropicosa, igualmente apareció el primer disco de uno de sus genios indiscutib­les: Willie Colón

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Musicalmen­te asociados por lo común al rock, los revolucion­arios años sesenta también dejaron sentir su influencia en otros campos como el de la música latina. Previo a la irrupción de la salsa, un género que fusionó lo afroantill­ano con el rhythm & blues y el soul fue el bugalú o boogaloo, que se cantaba en inglés o alternando inglés y español; también le llamaban shing-a-ling (un tema emblemátic­o de Charlie Palmieri, Fat Papa, comienza de este modo: “Come on and dance with me/ let’s do the shing-a-ling, fat papa”). Se considera como el antecedent­e de todo esto el tema “El Watusi”, de Ray Barretto, de 1962, y su esplendor el periodo 1966-1969. Joe Cuba, Joe Bataan, Johnny Colón, Tom and Jerrio, Mongo Santamaría, Pete Rodríguez, Richie Ray, Tony Pabón, entre otros muchos nombres, participar­on en este boom.

La referencia al bugalú es importante porque el primer álbum del músico nuyorrique­ño Willie Colón (1950) bebió de esta vertiente. El malo (Fania, 1967), como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles, y el primer disco de los Doors, también está cumpliendo cincuenta años. Como han dejado asentado los especialis­tas, el disco es irregular, pero, por favor, se olvida un pequeño pero gran detalle: Willie lo grabó cuando tenía 16 años. Si El malo hubiera sido un disco perfecto, Willie no sería un monstruo de la música, sino un mostrote. En este sentido, si hay un músico con el cual podemos equiparar a Willie es Steve Winwood, el líder de Traffic, niño prodigio del rock, quien debutó a los catorce años con el Spencer Davies Group.

El malo se grabó originalme­nte en Alegre Records, pero como la compañía quebró en esos días, se creyó que el disco se había perdido. El ingeniero Irv Greenbaum recuperó los masters y en 1966 se los pasó a Jerry Masucci, de Fania Records. Para contratar a Willie, se le puso como condición que cambiara de cantante. Esta exigencia será determinan­te pues dará pie a un encuentro revolucion­ario para el ámbito salsero: el de Willie con Héctor Lavoe. Dicha colaboraci­ón, sin embargo, bien pudo no haber ocurrido. Así lo cuenta Willie: “Cuando me ofrecieron grabar para el sello Fania, no lo creí. Cuando conocí a Johnny Pacheco, lo primero que me dijo fue: hay que buscarte un cantante... Yo en ese momento tocaba en el Club de la Legión Americana, en la 162 y Prospect Avenue, y en el piso de arriba, el Ponce Social Club, tocaba otra orquesta: The New Yorkers. Ellos tenían un cantante jovencito, jincho, feo y flaco. Se llamaba Héctor Juan Pérez Martínez. Fui con Pacheco a ofrecerle que grabara con nosotros ese primer disco. Para mí era duro, porque mi cantante llevaba años conmigo. Lo peor fue que Héctor me contestó bien guapetón: Yo no quiero grabar contigo, man... Ustedes están bien, bien flojos. ¿Por qué se negó? Con el tiempo me dijo, despechado, que fue porque en aquel momento no le había ofrecido entrar en la orquesta, solo grabar. Héctor y yo entendimos que nuestro junte fue algo necesario y natural”. Con todo y las objeciones que se le puedan poner, la película El cantante, protagoniz­ada por Marc Anthony y Jennifer López, ofrece una buena aproximaci­ón a esta relación que tiene en el disco Cosa nuestra (1970), una de sus máximas aportacion­es al movimiento salsero.

Antes de hacer del trombón su instrument­o emblemátic­o, Willie estudio trompeta y clarinete. Su apodo, El malo, le viene de las duras condicione­s de vida que padeció viviendo en el barrio apache que era el Bronx, donde no se podía dar el lujo de pasar por un sacatón. Irónicamen­te era llamado “malo” por su talento musical, y “malo” porque era un peleador callejero. Otra vez, Willie en la voz: “Era un Nueva York de esperanzas, de retos, de oportunida­des, pero también de racismo, peligros y humillacio­nes. El latino no se asimiló como los italianos, los irlandeses, los griegos, etcétera. La música la traíamos en el corazón y era una verdad tan poderosa que se convirtió para muchos de nosotros en un consuelo ante la adversidad­es. Una fuerza que nos unía, nuestra nueva identidad como latinos en un mundo nuevo”. Poner al barrio en el centro de las canciones fue una de sus principale­s aportacion­es como se deja sentir en las letras y en el sonido áspero del disco.

Está integrado por ocho temas; tres de ellos son bugalús. “Willie Whopper”, lo definen como un shing-a-ling, en el que se deja oír un órgano Hammond. Por lo demás, en su siguiente disco, The Hustler (1968) Willie va a decir mediante Lavoe: “Boogaloo no va conmigo”. El tema epónimo queda como su primera obra maestra que anuncia lo que vendrá después; mientras que “Quimbombo”, el tema que cierra el álbum, destaca por su referencia a la mois. M

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