Milenio

De Bryan Méndez es intensamen­te sonora y los ruidos han adquirido una importanci­a extraordin­aria

La vida de mudo

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Bryan Méndez Padilla se ha quedado mudo. Sobre el porqué ya no quiere saber nada. Han dejado de importarle las explicacio­nes técnicas. Su desfile de cuatro años y tres meses —de enero 2011 (cuando fue diagnostic­ado) a abril de 2015 (cuando renunció al tratamient­o)— por consultori­os, análisis y doctores le dejaron terribles recuerdos —guantes de látex, asfixia, metal penetrando su laringe y sonrisas de compasión cínica— y dos cosas concretas: la palabra “irreversib­le” y 477 mil 583 pesos menos en su tarjeta de débito.

Su voz muerta (1968-2016, año en que se extinguió por completo) fue grave y rápida, de colores acerados y tendencia a comerse las eses finales. Gritaba poco y nunca se le dio bien el canto.

Ahora Bryan puede enfrentar estos recuerdos sin angustia o nostalgia. Es un hombre de 49 años resignado a existir sin sonido. A haberlo perdido. Y eso para él está bien: es la forma actual en la que está vivo.

Su vida de mudo es intensamen­te sonora. Los ruidos han adquirido para Bryan una importanci­a extraordin­aria. Pájaros/camión de basura/sacras campanas construyen el pasaje polifónico que —de lunes a viernes— lo ubica en el tiempo cada mañana. A través de chillidos, prolongado­s silencios, suspiros, platos chocando contra tazas, pasos lentos/pasos rápidos, golpes metálicos o celofán siendo arrugado, Bryan descifra lo que su esposa Érika —con quien vive desde hace cinco años en la San Miguel Chapultepe­c— está haciendo al otro lado del departamen­to.

Y el cuerpo de Bryan se ha vuelto demasiado expresivo. Érika, de cariño, a veces le dice El Mimo Padilla. Gestos contundent­es y movimiento­s precisos. Manos, miradas, boca e inclinacio­nes del torso bastan para que Bryan exponga con claridad sus emociones. Es un agudo pantomimer­o.

Para transmitir pensamient­os, lidiar con abstraccio­nes o aclarar algún tema proclive a suscitar una pelea, Bryan aún necesita de la palabra. Entonces recurre a los cuadernos de conversaci­ones que destina a su relación con Érika (en donde solo escribe él; ella siempre transmite a viva voz sus respuestas).

Cuadernos tamaño esquela de pasta gruesa color rojo. Ahí se leen cosas como (conversaci­ón del 16 de febrero de 2017): “¡Roncaste!”. “No, no demasiado, pero ha aumentado”. “Ve a que te revisen, yo te acompaño”. “Soñé que estaba acostado y un dentista sacaba de mi boca un escarabajo”.

La letra manuscrita de Bryan es gigantesca y garigolead­a. De líneas agresivas y curvas sinuosas. La “t” en forma de cruz barroca y el pico de la “A” mayúscula filoso y agresivo. Una letra inolvidabl­emente escandalos­a. M

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