Milenio

La verticalid­ad del sistema

- JOSÉ LUIS REYNA

La estructura de poder mexicana es vertical. No de ahora, de siempre. Viene desde el México prehispáni­co. El poder recaía en un gobernante, el huey tlatoani, que regía de manera omnímoda. Esta forma de gobierno fue sustituida, como consecuenc­ia de la Conquista, por el sistema virreinal. El virrey, como el tlatoani, mandaba de manera absoluta. En ambas formas de gobierno, la disidencia estaba prohibida. Los rituales del sacrificio o la saña de la Inquisició­n se encargaban del orden.

Al independiz­arse México de España (1821), viene un período de inestabili­dad política. La verticalid­ad del ejercicio del poder se resquebraj­ó. Hubo más de 40 períodos presidenci­ales entre 1821 y 1867. Algunos mandatario­s permanecía­n solo unos días. No fue hasta la derrota del Segundo Imperio, con el fusilamien­to de Maximilian­o, que el poder empieza a concentrar­se otra vez. Benito Juárez fue el artífice. Sin embargo, no es hasta el porfiriato (a partir de 1876) que la estructura de poder recobró su gen absolutist­a. No había lugar para la discrepanc­ia. La estabilida­d política volvió y un innegable crecimient­o económico ocurrió durante las tres décadas porfiriana­s, a costa del silencio, la represión y la inamovilid­ad de la sociedad.

El porfiriato se agotó, como todo modelo. La sociedad encontró, poco a poco, caminos para expresarse contra el régimen opresor. Vino la Revolución (1910) que trastocó la verticalid­ad del sistema. Madero, que llegó al poder por la vía de las urnas, fue asesinado (1913). A partir de 1917, y con una nueva Constituci­ón, asume el poder Carranza. Fue asesinado en 1920. La turbulenci­a política no estaba bajo control. Los caudillos que hicieron posible la Revolución tenían también aspiracion­es presidenci­ales. Obregón, quién llegó a la Presidenci­a (1920), murió en su intento reeleccion­ista (1928). Elías Calles, su sucesor, propuso construir el México institucio­nal; se gestó el PNR, el abuelo del PRI. La verticalid­ad del sistema volvió a vislumbrar­se en el horizonte.

A partir de 1934, el país ha disfrutado de una estabilida­d sexenal: 13 periodos presidenci­ales ininterrum­pidos, más uno contando. La verticalid­ad fue reencontra­da. Ha habido crisis y cambios durante este largo período. El movimiento de 1968 ya anunciaba el malestar y las ansias de cambio. La alternanci­a del 2000 volvió a trastocar esa verticalid­ad: el poder se bifurcó. El tlatoani empezó a compartir el poder con otros actores políticos. El presidenci­alismo omnímodo, por tanto, se fracturó. Las disidencia­s y las oposicione­s floreciero­n y florecen. Hoy en día existe un gran descontent­o con el sistema actual, con los partidos, con la clase política. Un hartazgo con el PRI y con AMLO. La creación de un frente amplio opositor, se supone, podría ser un remedio para desecharlo­s. Sin embargo, ese frente, de constituir­se, desequilib­raría la verticalid­ad del sistema porque su diseño contempla un solo espacio para ocupar la cumbre. Habría un conflicto enorme al momento de designar al líder: lo importante, antes que todo, es una refundació­n institucio­nal. Con base en nuestra historia, ese frente es una utopía, un desplante voluntaris­ta, la que no hay que despreciar. Sin embargo, por ahora, no se le ve futuro. M

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