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El proyecto llegó a México en 2016 y ya cuenta con 4 mil miembros en las tres sedes de Ciudad de México (Torre Reforma Latino, Montes Urales y Varsovia). En la sede de Reforma abrirán cuatro pisos más, convirtién­dose en el Wework más alto del mundo. También planean abrir instalacio­nes en Polanco y Santa Fe.

En el sistema trabajan todo tipo de profesioni­stas, ya sean independie­ntes o de grandes corporativ­os, conectados entre sí por medio de una aplicación, la cual sirve como referente para interactua­r con otras empresas, ya que 70 por ciento de los miembros hace negocios entre ellos. Rodrigo Pérez, director comercial de la agencia de programaci­ón Paradoja, conoció en una oficina compartida del Wework de Torre Reforma a Roberto León, experto en marketing digital en la empresa Conversia Digital. “En un principio éramos solo nosotros dos pero conforme pasó el tiempo el servicio nos gustó y decidimos rentar una oficina más grande para cuatro personas”, comentó Pérez. “No hay conflicto de intereses y cuando algún cliente requiere el servicio de Roberto, mi asistente hace la recomendac­ión. Es mucha la convivenci­a, si necesitas algo que alguien más ahí lo hace, puedes acercarte sin problema”, abundó.

El concepto de coworking brinda el espacio para trabajar sin necesidad de amueblar o firmar contratos a largo plazo. “Lo padre es que te fuerza a que conozcas gente; por ejemplo, en enero me puse a jugar futbolito e hicimos la reta, intercambi­amos tarjetas y a las semana siguiente cerramos tres tratos”, finalizó Pérez. m

En un lugar de su obra de cuyo nombre no puedo acordarme, Antonio Damasio consideró que el racismo se encuentra anclado en el ser humano; aquel que en un inicio había de defender a su clan ante los que eran diferentes, aprendió a temer y rechazar lo diferente. Este neurocient­ífico no defiende el racismo, todo lo contrario: considera que precisamen­te porque es una tendencia natural, es necesario estar alerta para no caer en ella, pues ya no es necesario temer al diferente para sobrevivir. El camino ahora debe ser el opuesto: aceptar al diferente e incluso cuidarlo.

Ese racismo ha impregnado la vida humana por milenios y por ello aunque podamos ser consciente­s de él y tratemos de evitarlo, parece surgir a cada paso. En nuestro lenguaje, en nuestros juguetes, en nuestra vida diaria el racismo se asoma. Las delgadas grietas de la conciencia a duras penas logran contener lo que en verdad somos: todos esos miedos primitivos afloran cuando menos lo esperamos.

Debussy se inspiró en los juguetes de su hija para componer algunas melodías. Así, “El pequeño negro” nos recuerda ese tipo de juguetes aparenteme­nte inocentes. Pero no creo que eso indique racismo en Debussy y lo mismo podríamos decir de Gabilondo Soler, con su “Negrito Sandía”, su “El negrito bailarín” o “La negrita cucurumbé”. ¿Eran racistas? Últimament­e me sorprendo a mí misma diciendo: “Ay, hoy trabajé como negra” y recienteme­nte escuché: “Pongamos orden o esto va a acabar en una cena de negros”. ¿Somos racistas?

Todos somos racistas a nivel ontológico y si lo aceptamos, quizá logremos no serlo a nivel ético y existencia­l. Es natural temer lo diferente, lo otro. Lo otro radical por cierto, según Derridá, es el conjunto de seres diferentes unos de otros que englobamos bajo el concepto “animal”, olvidando que también somos parte de ese mismo reino.

Superar el temor a lo diferente, respetarlo y cuidarlo, es el único camino evolutivo posible. El rechazo a las diferencia­s de raza, sexo o especie, conducen a la destrucció­n: racismo, sexismo y especieísm­o, está probado y comprobado, no son un camino sustentabl­e. Hoy hace falta, sí, una política que conduzca al respeto de las diferencia­s. m

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Usuarios de las instalacio­nes de Torre Reforma Latino.

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