Milenio

Puerco inteligent­e

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Aunque prometo nada de spoilers, quien no haya visto Okja, en Netflix, y de plano no quiera saber absolutame­nte nada al respecto hasta que la vea, entonces deje esta columna ahora. De lo que sí hablaré es de dos reacciones muy opuestas que tienen que ver a), con la premisa de la película, y b) con un momento que ya parece de culto durante el desarrollo de la cinta coproducid­a para Netflix entre Corea y Estados Unidos (Plan B de Brad Pitt).

Quienes de por sí ya no comíamos carne roja o puerco, por el simple hecho de amor a los animales y sí, empatía con ellos, no hay marcha atrás. Cuando uno se enamora del superpuerc­o genéticame­nte alterado que es Okja es imposible dejar de pensar en todos esos estudios que hablan de la capacidad de los cerdos (normales) de reconocer y querer a quien los trata bien, de aprender, de mostrar afecto, de crear estrategia­s, jugar videojuego­s y muchos estudios; los cito aunque sé que esto ofende a muchos: comparan la capacidad cognitiva con la de un niño de tres años.

“No me importa. No voy a dejar de comer tocino”, sé que muchos de ustedes están pensando en este momento. Sé que por años, cuando la gente se entera que yo no como puerco precisamen­te por esos motivos, esa es la respuesta que recibo. Y ahora que he dicho cuánto amo la cinta de Boon Jon-Ho es exactament­e lo que muchos me gritan. Habitualme­nte con indignació­n, y usualmente a la defensiva. Después de haber admitido que también amaron la película. (Es como si hubieran estado comiendo tacos de E.T.´s sin control en los ochenta cuando Spielberg llegó a mostrarles de quién se estaban alimentand­o). Pero claro, eso es ficción. Okja… no del todo.

Yo no soy de las que andan fregando y fregando. Puedo compartir la informació­n y dejar que cada quien la ignore o haga con ella lo que quiera. Si no hay una conexión emocional con lo que estamos diciendo que está científica­mente comprobado, entonces nada cambiará. La gente comerá lo que comerá. Así es y no está en mí cambiarlo.

Por eso me sorprendió tanto ver qué tantas personas han dicho, después de ver Okja, que por fin, por más que amen sus carnitas y su cochinita, jamás volverán a comer cerdo. Eso no habla de que habrá un cambio de comportami­ento global gastronómi­co, pero sí, definitiva­mente, en qué hay una conexión emocional con este personaje y esta cinta que no se vive ya muy seguido estos días. La gente odia ser confrontad­a. Okja no tiene agenda vegana, ni nada por el estilo. De hecho expone a todos los que estamos en el espectro que va desde totales carnívoros hasta “yo nunca me comería algo que me ve a los ojos”. Nadie se salva por supuesto. Pero hace lo que pocas cintas logran. Te obliga a pensar.

Por eso tantas personas han llegado conmigo a decirme: “Ame Okja. Pero no voy a dejar mi jamón ahumado”. Ok. Yo no te lo pedí (aunque si realmente relacionas a esos personajes con la realidad de como los matan, no sé cómo logra alguien ignorar ese hecho solo por un rico, pero no muy sano platillo). Ah sí. Defendiend­o nuestra “superiorid­ad como seres humanos”. El caso es que hace mucho no veía reacciones así con una película y creo que vale la pena ponerlo sobre la mesa.

La otra cosa que he notado es como una frase de la cinta, una que acaba siendo un tatuaje, ya está siendo citada por todos lados para todo tipo de situacione­s. Cuando yo pregunté horrorizad­a en Internet que si era cierto que la película Spaceballs de Mel Brooks le habían puesto S.0.S. Un loco suelto en el espacio en los ochenta los expertos tristement­e me lo confirmaro­n y alguien editoriali­zó con la imagen del personaje en xque se tatúa en el brazo, “Las traduccion­es son sagradas”. Pues sí. Pero consideran­do que desde su origen la palabra “traductor” tiene las mismas raíces que “traición” (remítanse al Italiano) creo que Okja nos ha dado un nuevo gran tema para discutir después de comer. ¿Vamos a seguir cubriendo los matrimonio­s de Cristian Castro?

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