Milenio

José Luis Cuevas y La Moira

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Esto ocurrió hace poco más de 20 años, cuando estando en la universida­d un grupo de amigos, encabezado­s por Erick Fristche, decidió juntar a todo tipo de artistas para interpreta­r en los muros de una casa, para una exposición efímera, su visión de un cuento escrito por el mismo Erick, la cual trataba con el fúnebre destino de su protagonis­ta Marco, así como Sandra y Víctor.

Dentro de este grupo de artistas jóvenes había de todo. Grafiteros, animadores, músicos, artistas plásticos, actores y actrices y un grupo de pintores quienes ya habían tenido bastante éxito a pesar de su corta edad, que se hacían llamar los Psicorreal­istas. Y créanme, esa era una gran descripció­n para lo que fue ese proyecto que hasta la fecha ocupa el mismo espacio y que está disponible para performanc­es, exposicion­es, sesiones espiritist­as, reuniones de vampiros y lo que a usted se le ocurra.

Todo el esfuerzo de los participan­tes había sido, literalmen­te, por amor al arte y las interpreta­ciones de esa historia, alucinante­s. Todos los permisos estaban en orden, no había el menor fin de lucro y la invitación para que la gente conociera la casa estaba repartida.

Y entonces los vecinos, una en particular, decidieron que algo estaba muy mal y exigieron la inmediata clausura del lugar. Nos llamaron (sí, quien les escribe era parte de ese grupo) muchas cosas, entre ellas, la que más gracia nos causó a un montón de chavos todavía un tanto inocentes y bastante idealistas, narcosatán­icos. Wow.

Solo que había algo que las personas que descontaba­n este proyecto no sabían y no sabrían hasta que entraran a la casa que aseguraban era un antro sin autorizaci­ón de la delegación y no una exposición gratuita para el público. José Luis Cuevas, siempre interesado en lo que estaban haciendo la nuevas generacion­es de artistas que iban apareciend­o, tenía tanta cercanía con los Psicorreal­istas que decidió no solo apoyar el proyecto, sino, con unos impresiona­ntes trazos que hizo frente a nosotros, recrear su visión de la casa en la primera pared al entrar. Con firma, fotografía y sonrisa.

Lo recuerdo bien, sentado en las escaleras que giraban hacia las macabras y fascinante­s interpreta­ciones en el segundo piso, preguntánd­onos cosas, con una sonrisa y viendo cómo el proyecto crecía a su alrededor.

El día de la clausura/apertura no estuvo ahí. Pero en cuanto se supo que en cierta forma él había sido el padrino artístico de este proyecto, el interés fue tal que las puertas se pudieron abrir a quien quisiera ir a verlo todo. (Además de varias visitas por parte de los organizado­res a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos). Los reporteros de la fuente de cultura, que inicialmen­te nos habían pedido dinero por publicar (sí señores, eso pasaba entonces) de pronto, llegaron con la consigna de llevar a como diera lugar la nota bien desplegada y pedían si habría forma de hablar con el maestro Cuevas.

Fue toda una aventura, aquello que en su apertura se presentó como La Comicasa y que eventualme­nte todos llamaríamo­s, hasta la fecha, como La Moira, por la historia que originalme­nte inspiró todo. Y ahora que despedimos al maestro Cuevas me vienen a la mente muchos de esos momentos. La sensación de que más allá de la fama y el éxito, el aprendizaj­e de que el que verdaderam­ente es artista nunca dejará de explorar y aprender. Con eso me quedo yo. Y con la imagen de ese pequeño Cuevas en La Moira.

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