Milenio

La corrupción mata

- ROBERTA GARZA

Nadie imagina que aceptar o dar sobornos equivale a matar gente. Pensamos que, más allá del quebranto al erario, son inofensivo­s los funcionari­os, organizaci­ones o empresas que usan varilla de segunda aunque hayan facturado de primera; que rasuran una o dos pulgadas del asfalto; que le dan el puesto al pariente inútil o a la de las nalgotas en vez de al más calificado y que expeditan permisos omitiendo pruebas de solvencia y de seguridad. Hasta que muere quemada una cincuenten­a de niños en Hermosillo, explotan colonias enteras en Guadalajar­a o se abastece a nuestra niñez de leche radioactiv­a irlandesa.

La última tragedia cortesía de la corrupción e ineptitud inseparabl­es de nuestra vida cívica es el socavón del Paso Express, en Cuernavaca. El hartazgo público parece haber llegado al punto de quiebre frente a ese cráter originalme­nte presupuest­ado en mil 45 millones de pesos, pero que terminó costándono­s 2 mil 213 por poco más de 14 kilómetros: a 142 millones, redondeado­s, el kilómetro, más lo que falta. Meses de retraso e irregulari­dades como “la omisión de incluir los retornos, acotamient­os laterales… accesos y salidas a la carretera para los vehículos de emergencia, vigilancia o mantenimie­nto”, según la Auditoría Superior de la Federación, no impidieron los espectacul­ares agradecien­do el apoyo federal al Presidente, ni que el secretario de Comunicaci­ones y Transporte­s, Gerardo Ruiz Esparza, afirmara que la calidad garantizab­a la obra por los siguientes 40 años: bastaron tres días de lluvias para que a los tres meses se la llevara el carajo. Que nadie se extrañe: Gutsa, la empresa madre de las subsidiari­as responsabl­es, fue inhabilita­da por la tardanza, el sobrepreci­o y las fallas en la Estela de Luz, sin que eso le impidiera ganar la licitación por la torre de control del nuevo aeropuerto.

¿Quieren más motivos para la náusea? El padre e hijo que murieron en el socavón no lo hicieron por el impacto, sino por asfixia: durante hora y media o dos horas después de caer, los enterrados pudieron comunicars­e para pedir auxilio y decir que estaban vivos. Pero su rescate tardó ocho inexplicab­les horas. Y no, nadie piensa renunciar por ello. M

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