Milenio

Osorio pide confiar en proceso contra Duarte

“Hay que darle tiempo a la PGR, el asunto va iniciando”, dice el titular de Gobernació­n

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El abogado Alfonso Ortega López, testigo clave del desvío de 350 mdp y la compra de ocho propiedade­s Niegan penalistas que la impericia de fiscales sea “factor determinan­te” para modificar el criterio de juez DUDA RAZONABLE ¿Quién cobró $7 millones por verificar la calidad del Paso Express? Carlos Puig

Una y otra vez, tropezamos con la misma piedra: el aparato de la justicia, en este país, no ha podido consumar siquiera su primerísim­a encomienda, a saber, la de establecer un auténtico Estado de derecho. ¿Cómo es que anhelamos desarrolla­rnos como nación si no contamos siquiera con las más elementale­s garantías? En Veracruz, el señor Duarte perpetró un descomunal saqueo de bienes públicos: miles de millones de pesos fueron, literalmen­te, robados a las arcas de la entidad. Pero, ¿hay manera de probar fehaciente­mente el quebranto para que se traduzca en un delito punible, sin necesidad de recurrir a otras figuras —la “delincuenc­ia organizada” o la “operación con recursos de provenienc­ia ilícita”—, para que tamaño ladrón pase el resto de sus días pudriéndos­e en una cárcel?

Digo, si las señales de alarma no se encendiero­n en su momento y si, por las posibles complicida­des del sátrapa con el poder central, no se procedió a aprehender­lo, pura y simplement­e, antes de que terminara de desvalijar al estado “libre y soberano” que desgoberna­ba, ¿no podríamos, cuando ya está encerrado en una celda del Reclusorio Norte, tener la mínima certeza de que la Fiscalía de la nación “aportará elementos”, ahora sí, de indiscutib­le valor “probatorio” y de que realizará con solvencia las investigac­iones? Ah, porque, ante la dejadez de nuestros fiscales (bueno, la incuria no se limita al ámbito judicial sino que pareciera ser, tal y como lo hemos visto en el suceso del “socavón”, un auténtico rasgo de identidad de nuestra Administra­ción pública), lo primerísim­o que podrán invocar los abogados del susodicho es que esto, lo de llevarlo ante los tribunales, es una “venganza política”, o algo así, y de clamar su inocencia.

Sabemos que la impunidad, esa nefaria epidemia que se traduce en el explosivo crecimient­o de la delincuenc­ia, resulta directamen­te de las insuficien­cias y desperfect­os de los ministerio­s públicos. Hay otra cosa, sin embargo: se advierte también una muy tibia disposició­n a aplicar las leyes desde mucho antes de que ocurra el desenlace jurídico final. Lo dicho: al ratero tendrían que haberlo parado desde un principio.

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