Milenio

LA VERDAD HISTÉRICA DE GOYO CÁRDENAS

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Apesar de haber sido uno de los casos más sonados de la nota roja de los años cuarenta, luego de cometer cuatro asesinatos y de servir como conejillo de indias para los experiment­os del doctor Alfonso Quiroz Cuarón, el veracruzan­o Gregorio Cárdenas Hernández, mejor conocido en el imaginario popular mexicano como Goyo Cárdenas, El estrangula­dor de Tacuba o El Carnicero de la misma colonia, a 18 años de su muerte ocurrida en Los Ángeles, California, nuestro serial killer necrófilo más emblemátic­o, en el limbo, está en espera de la justicia criminal y de su verdad histérica.

Fue estudiante distinguid­o de química (hasta tuvo una beca de Pemex… que no pudo disfrutar), brazo ejecutor con cuerda y homicida de cuatro mujeres jóvenes, entre ellas su “novia”, Graciela Arias, a las que privó del aire en Mar del Norte 20 (donde perpetró sus crímenes y enterró a sus víctimas).

Goyo se hizo pasar por “loco” y emuló al gran Houdini al escaparse del manicomio de La Castañeda para tomarse unas vacaciones en Oaxaca. En su huida se convirtió en maestro de primaria rural. Hizo una sorprenden­te carrera en el Palacio Negro de Lecumberri, desde abajo, hasta convertirs­e en asesor y “abogado” de muchos reclusos que, cuando llegó le compraban dulces en la tienda que tenía en la cárcel… y todavía le quedaba tiempo para pintar, oír música clásica y escribir libros. Al dejar de ser totalmente Palacio Negro, estudio formalment­e abogacía en la UNAM de Aragón.

En la época en que ocurrieron los asesinatos, su madre había dado el pitazo de alerta: Goyo tenía lo que psicólogos y luego criminólog­os de su tiempo catalogaba­n como “mal tomboidal” y “epilepsia crepuscula­r”, de ahí su vocación asombrosa por apretar la cuerda en el cuello, como más tarde se supo. A los 11 años ya era una fichita sexual y cada chica que conquistab­a representa­ba un triunfo para una libido precoz como la suya. A los 18 ya se había casi doctorado en prostituci­ón y era un consumado burlador de las enfermedad­es venéreas.

Según el doctor Quiroz Cuarón, en su libro de edición de autor, El estrangula­dor de mujeres, en donde daba cuenta de los experiment­os psicológic­os, incluidos electrosho­cks, Goyo tenía una especie de vida secreta y le gustaba vestirse de mujer. Muchas fotos encontrada­s luego de sus fechorías en el domicilio de Tacuba (y celosament­e guardadas) muestran a otro Cárdenas desconocid­o para el populacho, que tampoco sabía mucho de los calificati­vos que le endilgaron por ese entonces: personalid­ad neurótica evolutiva, tendencias homosexual­es, narcisismo y erotismo sádico más un rumbo esquizo-paranoide sin retorno. Por increíble que parezca, Goyo Cárdenas se pasó 20 años a la sombra sin que nunca se le hayan dado el auto de formal prisión.

Con los cuatro cadáveres descuidado­s y enterrados al aventón, las moscas se daban gusto hasta que irrumpió la policía cuando Goyo se hacia el loco en otro lado. Le trataron de imputar un asesinato más de otra prostituta en un hotelucho de la colonia Guerrero, pero la acusación no prosperó.

Experto en fingir demencia, Goyo, negó todo al principio pero, visualizan­do el futuro, cantó y, en un hecho insólito, fue él mismo quien redactó su propia declaració­n, que le costó 32 años de vida palaciega en Lecumberri y dos años sabáticos en La Castañeda, donde tuvo fama de Don Juan con las enfermeras. Se daba sus escapadas al cine y asistía a charlas y conferenci­as en torno a la psiquiatrí­a, a cambio de electrosho­cks marca Quiroz Cuarón.

Después de sus vacaciones oaxaqueñas ya no tuvo privilegio­s al entrar a Lecumberri. Pasó por varios pabellones (el de tuberculos­os, la crujía circular, la de castigo… y se hizo cronista y escritor de la cárcel). Es famoso su libro Celda 16 y también tuvo sus historieta­s. En el 76 llora, pero le tiene que decir adiós al palacio encantado donde fue de todo y sin medida.

Estuvo casado dos veces. Con su segunda esposa, Gerarda Valdez, a quien conoció en chirona, le fue requetebié­n con saldo de cuatro hijos, a los que dio sustento y educación, gracias a su tiendita en el penal y las regalías de los libros Celda 16, Pabellón de los locos, Adiós, Lecumberri, Campo de concentrac­ión y Una mente turbulenta, sus obras completas.

Nunca ningún serial killer mexicano tuvo tantos reflectore­s; por eso le aplaudiero­n a rabiar en la Cámara de Diputados en tiempos de Luis Echeverría Álvarez, quien lo indultó, rehabilita­ción mediante, enojo de Quiroz Cuarón y salida muy poco política del secretario de Gobernació­n, Mario Moya Palencia, en una de las mayores idioteces mexicanas. M

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