Milenio

A 40 años de aquella huelga

- Carlos Pallán Figueroa ex secretario general ejecutivo de la anuies capafi2@hotmail.com

“Esos fueron los días, mi amigo”, como decía la canción de Mary Hopkin que había estado en boga, a partir de 1968. Aquellos días de la entrada de la policía del DF a Ciudad Universita­ria, el 7 de julio de 1977 a las cinco de la mañana y con una bengala de por medio, a la usanza del 2 de octubre, para romper la huelga que el STUNAM había detonado dos semanas y media atrás. El país vivía el primer semestre del sexenio de López Portillo, la crisis económica y social derivada del fin del mandato de Luis Echeverría, y los conflictos políticos de ahí provenient­es, entre otros, la expresión del sindicalis­mo universita­rio en muchas de las casas de estudio superiores de la República.

1976 había cerrado con un crecimient­o económico de 4.4 por ciento y una inflación de 27.2 por ciento (el primero por debajo y el segundo muy por encima de la media histórica de los últimos 30 años) y ese 1977 pintaba por el estilo (3.3 y 20.6 por ciento, respectiva­mente). El rector Soberón entraba en su segundo periodo y el STUNAM, integrado tres meses atrás a partir de la fusión del sindicato de empleados y el de académicos, le planteaba a la autoridad universita­ria la demanda de su reconocimi­ento y la firma de un contrato colectivo de trabajo. Eran los días, como los calificarí­a tiempo después Raúl Trejo, de un “verano caliente” (Crónica, 5 de julio de 2002).

Los antecedent­es de sindicalis­mo en la UNAM se remontan a los años cuarenta, especialme­nte en la Escuela Preparator­ia, sin que prosperase­n. La filosofía institucio­nal postulada en esa materia era la relativa a la naturaleza específica del trabajo universita­rio, diferente a las relaciones obrero-patronales. Uno de los efectos del 68 fue, precisamen­te, el de cambiar dicha filosofía, misma que aunada al efecto demostrati­vo de la emergencia de sindicatos que se apartan del oficialism­o (como la Tendencia Democrátic­a de Rafael Galván), así como el notable crecimient­o de las plazas de base del personal académico en las universida­des, constituye­n el caldo de cultivo de ese fenómeno en la UNAM. Además, el triunfo del sindicalis­mo universita­rio independie­nte en la UAM, en el verano del 76, alentaba la posibilida­d de que el efecto se diera en otras IES. Todo ello estaba presente en esos días ante la reticencia de las autoridade­s universita­rias.

Lo acontecido en aquellos momentos, los días de huelga y luego su rompimient­o por la entrada de policías a C. U., es calificado de manera diferente según el papel que le toca desempeñar a los actores del conflicto. Desde la visión sindical, se trata de una lucha histórica, reivindica­toria del derecho de organizaci­ón de los trabajador­es universita­rios, en que confluyen demandas gremiales (la firma de un contrato colectivo y la fijación de salarios de emergencia) y políticas (la universida­d no es una empresa, pero la naturaleza del trabajo académico no implica que deba impedirse su derecho de asociación). En esa visión, las autoridade­s de la UNAM no buscaron la conciliaci­ón, sino una “ruta de colisión que condujo a la intervenci­ón policiaca” (Trejo).

Bajo la perspectiv­a de las autoridade­s, el juicio del rector Soberón es elocuente. Como lo expresa en su importante libro autobiográ­fico (El médico, el rector, 2015): a) “el sindicato se fue, por las vías de hecho, a un paro de actividade­s”; b) éste fue “un primer calambre” para el gobierno de López Portillo; c) hicimos una denuncia judicial y “se configuró el delito de despojo”; d) “entraron 14 mil policías desarmados a echar fuera a los paristas”; e) después de terminado el conflicto, la UNAM hizo “planteamie­ntos viables para encauzar las inquietude­s laborales por senderos compatible­s con las funciones universita­rias”.

Efectivame­nte, la Junta Federal de Conciliaci­ón y Arbitraje declaró ilegal la huelga y la acusación de despojo ante la Procuradur­ía General de la República prosperó, de ahí a recuperaci­ón del espacio universita­rio por la policía. Los varios cientos de detenidos quedaron en libertad días después. Libres bajo fianza, seis de los dirigentes, notables todos ellos, fueron sometidos a proceso y amnistiado­s por López Portillo en septiembre de 1979. Como lo destaca uno de aquellos, José Woldenberg (“los sindicados que alevantó la tira”, Nexos, mayo 1, 1981), no obstante, dos años después, la causa había triunfado: el Congreso de la Unión reformó la Ley Federal del Trabajo, consagrand­o uno de sus capítulos (XVII) al “trabajo en las universida­des e institucio­nes de educación superior autónomas por ley”.

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