EPN: cuatro momentos
Restan en el sexenio de Enrique Peña Nieto cuatro momentos de decisión y de verbalizarlos ante la opinión pública y la historia. Tiene por delante este año, dos, quizá tres de esos cuatro. Uno es la Asamblea Nacional del PRI el mes de agosto. Dos, su quinto Informe en septiembre. Tres, tal vez este año, la nominación del candidato del PRI a la Presidencia de la República. Cuatro, asumir públicamente y hasta hacer suyo el resultado de la elección presidencial en julio del año entrante. Otros momentos habrá, pero rituales, de poca o ninguna importancia. Su sexto Informe será extemporáneo a los tiempos políticos fatales que marcan la historia en los próximos meses y años.
El momento dos, el quinto Informe, es la última oportunidad que tiene de recuperar una narrativa propia de riesgo, costos políticos y realizaciones, cuyos resultados en su mayoría solo incidirán hasta la siguiente década y no necesariamente se le reconocerán. Sería como suponer que los mexicanos de hoy reconocieran en Carlos Salinas los beneficios del Tratado de Libre Comercio.
Del tercer momento, la nominación del candidato priista, sin la conjetura ociosa de quién, tan importante es la interrogante de cuándo. Si uno se atiene a las declaraciones del presidente nacional del PRI, será hasta 2018, en alineamiento a lo que establece la ley electoral. Como coartada, pase. No tiene ningún fundamento legal que impida al PRI hacerlo antes. Ese momento responde a una evaluación estratégica muy compleja que escapa al simplismo de que otros van muy adelantados. Intervienen otros factores, como la posibilidad de una campaña relativamente corta y menos expuesta para el candidato y a los errores propios, además de la posibilidad de concentrar en un corto tiempo una cantidad descomunal de recursos humanos y financieros.
Segundo y tercer momento tienen una escala previa ante una Asamblea Nacional de un priismo que en términos generales no ha entendido nada de los grandes trazos del sexenio. Se vive en la conciencia de la cotidianidad que le ofrecen la queja y el escándalo diario de una agenda mediática en cuya orientación la administración del Presidente brilla por su ausencia.
A esa asamblea llega el PRI con un sinfín de déficits y vulnerabilidades: ausencia de liderazgos representativos; solo 14 delegaciones estatales con gobernador, lo que no implica en automático control. Inexistencia práctica de los sectores. Un Consejo Político Nacional a modo del círculo cercano, que desde fuera nadie respeta. Inconformes personales y grupales que desde su inconformidad rechazan las prácticas que los encumbraron hasta el exceso y que ahora no les favorecen. Discusiones bizantinas y pequeñas sobre candados estatutarios. El saldo de esa asamblea serán esas debilidades ampliadas y manifiestas o la reafirmación de las pocas fortalezas visibles que le quedan al partido, como lo es el mismo presidente de la República y la capacidad de decisiones de ese jefe del Partido, funciones que se reafirmarán o quedarán en el olvido dependiendo de la operación política y de la conciencia que todos los asambleístas tengan del momento histórico de la nación. M