Milenio

Jazz para el Reclusorio Oriente

En febrero pasado los once músicos salieron de la prisión durante unas horas para ofrecer un concierto en el Museo de la Ciudad de México

- Verónica Díaz/México

“Fue volver a ver los colores; aquí estamos acostumbra­dos a ver solo el beige”

El encierro se come todo: la esperanza, la vida y el color. Por eso Javier Mendoza rememora cada segundo de aquel paréntesis en los cuatro años y medio que lleva preso en el Reclusorio Oriente. “Fue volver a ver el mundo en colores, porque aquí estamos acostumbra­dos a ver solo el beige, a ver las paredes blancas, el color crema de los uniformes. Salir fue espectacul­ar. La tristeza regresó cuando tuvimos que volver a este lugar y otra vez lo mismo. Pero fue una experienci­a muy grata”, dice.

Su compañero, Faustino Cruz, el saxofonist­a oaxaqueño, vivió una experienci­a similar esa tarde que les cambió la vida: “íbamos con la cabeza agachada y no teníamos la oportunida­d de nada; teníamos que acatar las normas de seguridad pero ya dentro del recinto en el que dimos el espectácul­o volteábamo­s para todos lados lo que uno no hace en la calle cuando uno está libre; no percibe uno cosas que se encuentran alrededor de nosotros”, dice.

Mendoza y Cruz recuerdan así un día de febrero pasado en que salieron de la cárcel por unas horas, solamente para ofrecer un concierto en el Museo de la Ciudad de México como parte de la Big Band Oriental Palace, el grupo musical integrado por 11 músicos internos del Reclusorio Oriente.

De acuerdo con Marco Guagnelli, maestro de música y responsabl­e de la orquesta, este proyecto forma parte de un programa de trabajo que desarrolla la Secretaría de Cultura en toda la red de reclusorio­s de la CdMx, para hacer valer los derechos culturales de los presos. La banda nació hace un año como parte de otro proyecto denominado Memoria e Identidad, que se propone conmemorar personajes de la cultura mexicana. “El año pasado se cumplió el centenario del nacimiento de Dámaso Pérez Prado, el Rey del mambo, y quisimos celebrarlo formando una orquesta Big Band dentro del reclusorio Oriente”, señala Guagnelli.

Originalme­nte el grupo estaba pensado para crearse en otro reclusorio, pero al constatar que en el Oriente era donde más músicos había, alrededor de 100, los organizado­res decidieron fundarlo aquí.

“Al principio fue muy interesant­e porque no teníamos todos los elementos necesarios. No había suficiente­s saxofonist­as o los trompetist­as no se llevaban entre sí; entonces, el proyecto ha tomado dos vertientes: uno de formación musical y otro para pacificar al gremio porque entre ellos no se llevaban bien por distintas situacione­s.

El proyecto, entonces, ha sido un espacio para aprender jazz, mambo, diferentes ritmos a los que no habían tenido acceso nunca y, a la vez, su amor por la música los ha motivado a acercarse a limar asperezas, a aprender música para formar parte de este grupo”, señala Guagnelli.

Como todo grupo, esta banda está integrada como una familia: por hombres de todas las edades, de diferentes perfiles psicológic­os, con condenas largas o cortas, algunos están a punto de salir y otros casi acaban de entrar. Y casi todos con diferentes delitos que aquí se convierten en una pesada carga emocional. Uno de ellos, por ejemplo, se negó a brindar su testimonio a MILENIO, “¿para qué?, ¿pa decir cosas que no? La verdad yo sí me porté muy culero allá afuera, no tiene caso”, dijo uno de los músicos que no quiso dar su nombre. “El trabajo que han realizado aquí —opina Guagnelli— es digno de reconocers­e porque muchos de ellos ni sabían tocar y ahora ya tocan Glenn Miller o Pérez Prado; cuando tocan se siente un espíritu de comunidad, están generando diálogos a otro nivel, ya no desde la violencia, el encierro o la ansiedad, sino desde un diálogo musical”. “Para mí antes eran ritmos para bailar, para pistear, para estar melancólic­o pero al estar dentro de la música creo que es una fantástica válvula de escape… Y viniendo de una familia de músicos creo que no tenía que quedarles mal, porque mi tío Fernando Dávila me apoyó con su trompeta y fue como empecé a tocar. Mi abuelito me daba solfeo de pequeño y aquí lo volví a rescatar porque yo no sabía que yo sabía eso, solito regresó”, dice Javier Mendoza.

Cruz dice que tocar aquí es “como salirse de este lugar, con la música uno viaja y se mete a un mundo en el cual se olvida que existen paredes, las rejas... yo lo hago con una intención: salir a trabajar en la música”.

La Big Band Oriental Palace cuenta con la dirección de un

“Están generando diálogos a otro nivel, ya no desde la violencia, el encierro o la ansiedad”

músico que tiene ya más de 40 años tocando y dirigiendo orquestas y que, curiosamen­te, en su juventud estuvo en la misma condición de sus músicos: encarcelad­o. “Algunos tienen problemas sicológico­s por estar aquí, algunos traerán condenas largas, otros cortas pero afortunada­mente esta labor les ha beneficiad­o. Yo los veo a ellos, la luz, la brillantez de sus ojos, cómo lo gozan y a mí me apapachan, ‘maestro y te quiero maestro’…”, híjole yo creo que la sensibilid­ad del músico llega a ser tan grande que se proyecta en un saludo, en una palabra”.

Hoy el grupo se encuentra ensayando porque la fama que ha adquirido lo llevará a dar conciertos en otros Centros de Readaptaci­ón Social. Los músicos están contentos, orgullosos de sus conquistas.

Cástulo Rodríguez Mateo, en especial, está extremadam­ente feliz porque de los 27 años 6 meses que era su condena por homicidio calificado, se encuentra a unos días de abandonar la cárcel a sus 17 años de prisión, por reducción de condena. “Para mí la Big Band significa mucho, ha sido uno de mis más grandes logros porque me gusta la música, amo la música y digo: sí me gusta tocarla”. Acerca del nombre de la banda el mismo Rodríguez cuenta: “lo decidimos todos los compañeros que están aquí; yo opiné que se llamara Mar, pero la mayoría por la institució­n en que estamos decidieron que fuera Oriental Palace”. M

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“Con la música uno viaja y se mete a un mundo en el cual se olvida que existen paredes, las rejas...”

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