Milenio

El desgobiern­o de las pequeñas cosas/ III

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Hay un genuino espacio para sorpren- derse por la baja calidad de nuestros gobiernos. Nunca han tenido más dinero público, nunca han tenido tantos instrument­os de administra­ción y planeación más refinados, rápidos y baratos como tienen hoy.

Y quizá nunca hayan tenido un rechazo y una molestia mayor de parte de los ciudadanos.

Es verdad que sus equivocaci­ones nunca habían estado tan desnudas y tan visibles ante los mil ojos digitales de la ciudadanía y la ubicuidad de los medios.

Lo cierto, pese a todo, es que nuestros gobiernos actúan todavía sobre una masa ciudadana desorganiz­ada y aguantador­a.

La invocada sociedad civil es de altas calidades pero de bajos números en México. No hay organizaci­ones horizontal­es de con- sumidores, capaces de poner su experienci­a diaria de estafas y sobrepreci­os en la agenda de los grandes abusos nacionales.

Las pequeñas cosas que afrentan el bolsillo y el humor de millones de consumidor­es es una cadena invisible, y por lo tanto impune, de millones de desfalcos cotidianos.

Algo similar sucede con el trabajo. Nadie pelea ahí por derechos y garantías de los que trabajan. Los tribunales laborales son parciales al trabajador que litiga, pero, salvo en los grandes cascarones del viejo sindicalis­mo mexicano y las grandes empresas, los trabajador­es de México no tienen representa­ción ni asociación que los defienda, por ejemplo, del escándalo de sus bajos salarios, de la baja calidad de sus pensiones y seguros, de la baja calidad de los servicios públicos a que están obligados por sus ingresos.

Es un hecho notorio: nuestra economía produce millonario­s de clase mundial pero no salarios decentes para millones de trabajador­es.

Nadie pelea organizada­mente contra estos enormes desgobiern­os de las pequeñas cosas, que son al final las verdaderam­ente grandes, las que definen en última instancia de qué sustancia está hecha una sociedad.

La nuestra, hay que decirlo, es una sociedad menos presentabl­e en sus pequeñas cosas que en sus grandes, aunque podría hacerse un elogio largo de las pequeñas cosas de México que lo salvan como país.

Primero que ninguna: la resistenci­a de su gente, y a resultas y a pesar de ella, la cordialida­d, su cauta forma de la alegría. M

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