Milenio

Visitas nocturnas

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com o Twitter: @RPerezGay

Volví a dormir mal. Hablo de abrir el ojo a las 4 de la mañana perseguido por fantasmas en raros episodios oníricos. Hablo de ese espacio oscuro entre el sueño y la vigilia. Se jodió la noche y si me apuras mucho, el día siguiente también, como si tuvieras que arrastrar una tristeza del tamaño de un elefante. Pero carajo, si hiciste ejercicio y tomaste gotas de Rivotril. A ese momento, los neurólogos lo conocen como un despertar indeseado que no es insomnio y tampoco parasomnia. En ese lugar se encuentran la sombras. No hay, por cierto, miedo o dolor, acaso un poco de ansiedad, pero nada más.

Ese mundo intempesti­vo le pertenece a los muertos. Lo digo en serio. O mejor, se trata de una ofrenda en el altar de nuestros muertos. Mi mamá vino a visitarme muy ebria, mi pobre madre que se emborrachó una vez en su larga vida de 90 años. La cargué en la espalda (perdón por la obviedad literaria). Luego mi papá y yo caminábamo­s por las calles de mi infancia, pero él y yo, por esas cosas que solo ocurren en sueños, teníamos la misma edad, 60, y nos parecíamos, pero él gordo. Mi hermano me exigía entre bromas que le devolviera una pluma, que yo no tenía en mi poder: tengo la mía, le decía, y además tiene música, cámara y luz. Risas, como en los malos programas cómicos. En ese momento desperté para no dejarlos ir, me imagino; atrapar sueños, quién no se ha propuesto esa aventura irrealizab­le. Se fueron y me quedé con los restos de estas mínimas historias hasta que la luz entró por la ventana.

He fabricado una interpreta­ción compasiva para explicar estas visitas nocturnas. Si te sientes solo y a oscuras, algo de ti atrae como un imán lo que has perdido y lo llamas para que te haga compañía. A riesgo de que se me diagnostiq­ue como una víctima de duelos enfermos, les digo que los muertos siempre vuelven, si no, no existiría la memoria, ni los sueños.

Dicen los que saben que las benzodiace­pinas, medicament­os como el Rivotril y el Tafil, te impiden el sueño profundo, por eso se recuerdan vívidament­e las tramas oníricas. Ignoro si ése es uno de los efectos de esa vida química; sé en cambio que las 12 horas negras, como le llamaba Victor Hugo a la noche, no dejan de ser un misterio insondable. ¿Quién vendrá esta noche? Insisto: dormí mal. M

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