Desastre sobre pedido
La idea de que todo funcionaría mejor si se organizase como un mercado es una de las fantasías más devastadoras, y más populares, del nuevo siglo. Es una superstición como otra cualquiera: indemostrable, muchas veces palpablemente falsa, pero imposible de erradicar. Y ha ido desmantelando, en las últimas décadas, los servicios públicos en todo el mundo: salud, educación, transporte.
El mecanismo básico, aparte de la privatización, consiste en simular un mercado mediante un sistema de auditoría, que asigne “precios” a las cosas. Para eso, lo que hace falta es imaginar algo que pueda medirse con facilidad, de modo que alguien que no tiene ni idea de la tarea sustantiva, pueda evaluarla (por ejemplo, cuántos pacientes por hora atiende un médico, cuántas tesis dirige un profesor).
Así se diseñó el Sistema Nacional de Investigadores, y los otros sistemas de estímulos en la educación superior. Fueron una solución de emergencia, dieron buenos resultados. Pero desde hace tiempo son claramente contraproducentes. El resultado es una planta académica resentida, obligada a cumplir estándares absurdos, una planta envejecida, porque los estímulos no cuentan para la jubilación, y cuya trayectoria es irrelevante en cada nueva evaluación.
La última vuelta de tuerca en el SNI es un nuevo registro de “producción” que solo admite lo que se figura en determinados índices, en particular de revistas estadunidenses —porque solo eso cuenta como “internacional”. Y de ese modo se delega el problema de la valoración (que juzguen otros), y se renuncia a la autonomía para dirigir las tareas de investigación. El principal problema es que en ese sistema de registro no cabe la mayor parte de lo que se hace en las ciencias sociales.
Las perversiones que induce la operación del SNI son un secreto a voces. Cada nuevo ajuste solo añade nuevas distorsiones. Y algunos de nuestros mejores académicos, de los más honestos, quedan fuera. Circula estos días una carta abierta, firmada por miles de académicos, de todas las instituciones dedicadas a las ciencias sociales, pidiendo un poco de sensatez. Si no queremos dejar en herencia un campo de ruinas, habría que atender a lo que dicen —eso, si hay a quien le importe. M