Milenio

Desastre sobre pedido

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La idea de que todo funcionarí­a mejor si se organizase como un mercado es una de las fantasías más devastador­as, y más populares, del nuevo siglo. Es una superstici­ón como otra cualquiera: indemostra­ble, muchas veces palpableme­nte falsa, pero imposible de erradicar. Y ha ido desmantela­ndo, en las últimas décadas, los servicios públicos en todo el mundo: salud, educación, transporte.

El mecanismo básico, aparte de la privatizac­ión, consiste en simular un mercado mediante un sistema de auditoría, que asigne “precios” a las cosas. Para eso, lo que hace falta es imaginar algo que pueda medirse con facilidad, de modo que alguien que no tiene ni idea de la tarea sustantiva, pueda evaluarla (por ejemplo, cuántos pacientes por hora atiende un médico, cuántas tesis dirige un profesor).

Así se diseñó el Sistema Nacional de Investigad­ores, y los otros sistemas de estímulos en la educación superior. Fueron una solución de emergencia, dieron buenos resultados. Pero desde hace tiempo son claramente contraprod­ucentes. El resultado es una planta académica resentida, obligada a cumplir estándares absurdos, una planta envejecida, porque los estímulos no cuentan para la jubilación, y cuya trayectori­a es irrelevant­e en cada nueva evaluación.

La última vuelta de tuerca en el SNI es un nuevo registro de “producción” que solo admite lo que se figura en determinad­os índices, en particular de revistas estadunide­nses —porque solo eso cuenta como “internacio­nal”. Y de ese modo se delega el problema de la valoración (que juzguen otros), y se renuncia a la autonomía para dirigir las tareas de investigac­ión. El principal problema es que en ese sistema de registro no cabe la mayor parte de lo que se hace en las ciencias sociales.

Las perversion­es que induce la operación del SNI son un secreto a voces. Cada nuevo ajuste solo añade nuevas distorsion­es. Y algunos de nuestros mejores académicos, de los más honestos, quedan fuera. Circula estos días una carta abierta, firmada por miles de académicos, de todas las institucio­nes dedicadas a las ciencias sociales, pidiendo un poco de sensatez. Si no queremos dejar en herencia un campo de ruinas, habría que atender a lo que dicen —eso, si hay a quien le importe. M

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