Una muerte oportuna
Siempre pensé que George A. Romero era inmensamente feliz mientras veía a sus zombis corretear y devorar vivas a sus ensangrentadas víctimas. Lo imaginaba creando con gozo situaciones de absurda violencia en un viejo cementerio o en una casona abandonada. Sin embargo, ahora que falleció me entero de cuánto sufría con los resultados de su juguetona imaginería mientras seguía tratando de filmar historias de muertos vivientes.
En 1968, cuando andaba por los 28 años, tuvo la feliz ocurrencia de filmar una película que haría historia: La noche de los muertos vivientes. Derivada de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, y filmada en blanco y negro, su primera cinta costó unos 114 mil dólares. Para el año 2000 había dejado en las taquillas de todo el mundo alrededor de 30 millones. También tenía entonces una legión de admiradores y de imitadores que trataban de reivindicar el éxito de una película prácticamente sin trama.
Cuando el cineasta estadunidense filmó La noche de los muertos vivientes apenas tenía una vaga noción de la estética y del lenguaje cinematográficos. No se le veían ganas de echar a andar ninguna teoría fílmica llena de complejidades. Tampoco se le veía suficientemente nutrido de la historia del cine. Su película era prácticamente una puntada: por alguna razón, los muertos revivían y salían de sus tumbas para perseguir a los vivos. Al morderlos, los reducían a su condición de muertos vivientes. El final de la cinta encerraba una advertencia amenazante: el destino de la humanidad era de los zombis. Nadie tendría escapatoria. Todos acabarían persiguiéndose, mordisqueándose y comiendo trozos ensangrentados de su cuerpo.
La película resultó tan exitosa que el American Film Institute la incluyó en su lista de los 100 mejores thrillers de la historia del cine y la revista Time la consideró como una de las 25 películas de terror más destacadas. Por supuesto, Romero no le dio la espalda a la gloria. Tuvo muy claro que su hallazgo daba para mucho, tanto que desde entonces vivió pegado al tema y a la fórmula: los muertos vivientes y presupuestos muy bajos para la realización de sus películas.
El montón de cintas que realizaron sus imitadores con mínimas variantes y las frecuentes incursiones de Romero en su historia original hacían parecer que nadie tenía queja sobre las bondades de los muertos vivientes. Ni siquiera los exhibidores, y mucho menos Romero, un hombre que parecía más que satisfecho con su vida creativa.
Pura apariencia. En realidad, hace tiempo que el cineasta vivía largas horas de frustración y amargura, por más que luciera siempre su más amplia sonrisa y pareciera dispuesto a complacer a sus admiradores. Su última incursión en un género que prácticamente obedece a su creación resultó casi un desastre desde el título barato que llevaba. La resistencia de los muertos, realizada en 2009, relataba la historia de siempre: la lucha sangrienta contra los muertos vivientes que suman centenares mientras unos cuantos buscaban desesperadamente la fórmula que pusiera fin a la pesadilla al devolver los cadáveres a su estado natural. No faltó quien recordara con cierta malicia que era esa la misma historia que relataba Soy leyenda, la novela de Matheson publicada en 1954, que dejó una profunda marca en otros cineastas como Steven Spielberg y Tobe Hooper, y en escritores como Stephen King.
Cuando Romero llegó dispuesto a sorprender al Festival de Venecia en 2009 con su última cinta, emprendida luego de El diario de los muertos y La tierra de los muertos vivientes, se topó en realidad con una andanada de críticas y maledicencias que le recordaron no solo el claro origen literario de sus incursiones en un género que parece condenado a la degradación, sino su pobreza y falta de recursos ante el predominio de la cinematografía digital.
Pareciera que el de zombis, una suerte de género fílmico que nació en medio de la estrechez de recursos, es un cine que solo puede prosperar en estos tiempos en medio de los grandes presupuestos del cine digital. Las versiones recientes de Soy leyenda, realizada en 2007 por Francis Lawrence, y Guerra mundial Z, de Marc Forster, emprendida en 2013, y la exitosa serie televisiva The Walking Dead, dan elocuente prueba de ello en tanto se preparan ya precuelas y secuelas que hagan felices a las nuevas legiones de fanáticos de los relatos fílmicos de zombis, más jóvenes y más exigentes en materia de nuevas tecnologías.
Romero sabía que Hollywood se había apropiado del género, que emprendía proyectos de 200 millones de dólares interpretados por sus glamorosas estrellas. Y lo lamentaba. Resentido, sabía que su final había llegado. m