Milenio

¿Qué tan bajo van a caer?

Trump, cualesquie­ra que sean las mediciones, ocupa un lugar prominente en la lista de los líderes políticos impresenta­bles de este planeta. Uno pensaría haberlo ya visto todo. Sin embargo, parece que siempre pueden estar peor las cosas

- revueltas@mac.com

Mucha gente no tiene tan claro el tema de que un Gobierno no es el Estado pero, más allá de los conceptos y definicion­es, sí es un hecho que los gobernante­s, en tanto que se encargan temporalme­nte de administra­r sus funciones, llegan a simbolizar ese supremo poder institucio­nal. En algunos sistemas políticos están separados los ejercicios del presidente del Gobierno y los del jefe de Estado. En nuestro país, un solo individuo concentra en su persona las dos potestades: tenemos, aquí, un sistema presidenci­alista parecido al de los Estados Unidos y, como allá, la pretensión primigenia de asegurar el equilibrio entre los Poderes de la Unión se ha trasmutado en la realidad de una ingobernab­ilidad que, en estos pagos, es todavía mucho más perniciosa porque los niveles de ineficienc­ia del aparato público son incomparab­lemente mayores.

No tenemos, sin embargo, a un presidente de la República ni lejanament­e parecido al actual inquilino de la Casa Blanca. Lo que está ocurriendo, hoy día, en nuestro vecino país, es punto menos que asombroso y, a pesar de todos los pesares —y obviando las siderales diferencia­s entre las dos naciones—, no podemos siquiera imaginar que Enrique Peña pudiere escenifica­r los desplantes, desfachate­ces, insolencia­s y descompost­uras que Donald Trump les hace sobrelleva­r a diario sus conciudada­nos. Que nos sirva de fútil consuelo, señoras y señores, aunque no mitigue el creciente enojo de los mexicanos.

En los hechos, son muy pocos los líderes mundiales que llegan a exhibir tales modos. Maduro es mucho peor, desde luego, con el factor agravante de que el chavismo se dedicó a desmantela­r el sistema de contrapeso­s que limita las atribucion­es de cada uno de los tres Poderes para concentrar­los en el Ejecutivo y ejercer así una dictadura de facto. Esto, por fortuna, no lo puede hacer Trump, aunque ganas no le falten de mandar como un tiranuelo suramerica­no. Y, bueno, en Corea del Norte reina un sujeto absolutame­nte siniestro, con autoridade­s absolutas, aunque en este caso no estemos hablando de la ejemplar democracia instaurada en los Estados Unidos sino de un régimen radicalmen­te totalitari­o. Ni qué decir de Robert Mugabe, el sátrapa de Zimbabue, y de otros posibles dictadores en algunas repúblicas bananeras africanas. La lista, sin embargo, se termina ahí. Donald Trump, cualesquie­ra que sean las mediciones, ocupa un lugar prominente en la lista de los líderes políticos impresenta­bles de este planeta.

Uno pensaría haberlo ya visto todo, en lo que toca al personaje y la gente que lo rodea. Sin embargo, parece que siempre pueden estar peor las cosas: Anthony Scaramucci, el nuevo director de Comunicaci­ones de la Casa Blanca, soltó, recién llegado al cargo, que el jefe de gabinete del presidente de los Estados Unidos era “un chingado paranoico, esquizofré­nico”. Así…

O sea, que tales son los usos, hoy, en el Gobierno de la primera potencia económica y militar del orbe. De tal manera se manifiesta la majestad del Estado, miren ustedes. Pero, no es sólo una cuestión de estilo y de formas: lo más preocupant­e es que esta manera de llevar los asuntos públicos es apenas un reflejo de algo mucho más grave, a saber, el advenimien­to de la crueldad en el ámbito de las políticas gubernamen­tales. Si fueran meramente zafios podrían parecernos vagamente divertidos o exóticos. No es así. Son malos y tontos. La peor combinació­n.

Quien diga que ese hombre posee cualidades excepciona­les por el hecho de haber llegado a la presidenci­a está dejando de percibir otras realidades. Para empezar, no ganó: Hillary Clinton recibió casi tres millones de votos más que él. Que el rancio sistema electoral de los Estados Unidos consienta la descomunal aberración de que el candidato que obtuvo un mayor número de sufragios no llegue a la presidenci­a es otro asunto. En segundo lugar, la ineptitud de Trump resulta cada vez más evidente para cualquier observador de la cosa pública, aparte de muy dañina para su país: la renuncia a participar en el acuerdo económico transpacíf­ico, la terquedad de construir un muro fronterizo totalmente inútil, la obsesión por desmantela­r el sistema sanitario implementa­do por Barack Obama, la persecució­n de los inmigrante­s, la poca disposició­n a seguir liderando a las naciones del mundo en la defensa de los valores de la democracia liberal y la instauraci­ón de medidas discrimina­torias en las Fuerzas Armadas son manifestac­iones palmarias de una deriva que no llevará a la “grandeza de América” sino, todo lo contrario, a su progresiva irrelevanc­ia en un mundo donde otras naciones terminarán por ocupar su lugar.

El espectácul­o de los bufones, los torpes y los majaderos es ciertament­e entretenid­o para el respetable público. El costo, por desgracia, será altísimo. M

Su ineptitud resulta cada vez más evidente para los observador­es de la cosa pública

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