Milenio

Regreso de la antigua Yugoslavia

- CARLOS TELLO DÍAZ* *Investigad­or de la UNAM (CIALC)

El tren salía de la estación de Liubliana, pasaba hacia la medianoche por Zagreb y llegaba a las seis de la madrugada a Belgrado. Salía de la capital de un país que hablaba esloveno, era católico, conocía la prosperida­d, usaba el alfabeto latino, había sido parte del Imperio de los Austrias, y tras atravesar Croacia, llegaba a la capital de un país que hablaba serbio, era ortodoxo, conocía la pobreza, usaba el alfabeto cirílico, había sido parte del Imperio otomano. El tren, también, cruzaba dos fronteras: la de Eslovenia con Croacia y la de Croacia con Serbia. Los policías entraban a los vagones a mitad de la noche, abrían de un golpe las puertas de las cabinas, prendían las luces, gritaban a los que dormíamos que mostráramo­s los pasaportes. Algo extraño en 2017, me pareció. Pero todos esos países por los que pasábamos estuvieron enfrentado­s, hasta hacía poco, en una de las guerras más sangrienta­s y más crueles del siglo XX.

Yugoslavia estaba formada por seis repúblicas que son ahora países independie­ntes: Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovin­a, Montenegro y Macedonia. En esas seis repúblicas había cinco naciones, cuatro lenguas, tres religiones y dos alfabetos, unido todo por un solo partido, dominado por el mariscal Tito. Y en todas ellas había también minorías más o menos importante­s. A partir de 1980, tras la muerte de Tito, las repúblicas más ricas del norte (Eslovenia, también Croacia) comenzaron a resentir el apoyo que les daban a las más pobres, situadas en el sur (Macedonia, incluso Serbia). Al mismo tiempo, la república dominante en la antigua Yugoslavia, Serbia, empezó a querer imponer su hegemonía sobre el resto de las repúblicas, bajo la presidenci­a de Slobodan Milosevic. Con la desintegra­ción del socialismo en Europa, al surgir nuevos países, pasó en Yugoslavia lo que tenía que pasar: Eslovenia

Ly Croacia, y luego Bosnia-Herzegovin­a, proclamaro­n su independen­cia de Serbia. El problema es que había minorías muy grandes de serbios en todas esas repúblicas, sobre todo en Bosnia-Herzegovin­a, donde formaban 31 por ciento de la población al estallar la guerra en 1991. Los serbios de Bosnia-Herzegovin­a, dirigidos por asesinos como Ratko Mladic, recibieron el apoyo de Belgrado. La guerra provocó alrededor de 300 mil muertos y millones de desplazado­s. Uno de sus episodios más trágicos ocurrió en Srebrenica, donde fueron ejecutados cerca de 8 mil hombres, muchos de ellos niños de 13 años, por las fuerzas de Mladic.

El recuerdo del pasado está presente en Serbia, que perdió la guerra contra Croacia, contra Bosnia-Herzegovin­a y contra Kosovo. Está presente en las casas derruidas y los campos abandonado­s que vi desde la ventana del tren, en la manifestac­ión contra la OTAN por la que pasé junto al Parlamento, en las palabras con las que el ministro de Relaciones Exteriores de Serbia inauguró el congreso al que asistí, elogiando a los países de América Latina que habían votado contra la independen­cia de Kosovo… Está presente, también, el recuerdo de otra tragedia: la Segunda Guerra. Belgrado fue destruido por bombas alemanas (en 1941) y por bombas aliadas (en 1944) y Yugoslavia fue, en esa guerra, el país que más muertes sufrió en proporción a su población, solo por debajo de Polonia. Murió uno de cada ocho yugoslavos en la Segunda Guerra. Y sin embargo, en ese país dolido por sus derrotas, resentido por el juicio adverso de la historia, hay una pasión que no es frecuente en otros lados, una pasión que enciende todas las noches las fondas de Skadarlija. M

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