Milenio

Mujeres en temprana desventaja

Vivimos en un país donde hay discrimina­ción de género en muchos ámbitos, y el laboral no es la excepción; pese al avance en la escolariza­ción de las niñas, persisten grandes desigualda­des en la incorporac­ión a la fuerza de trabajo

- ARTICULIST­A INVITADO

Según los datos de la Encuesta Nacional de Egresados, realizada por el Centro de Opinión Pública de Laureate Universiti­es y la asociación Profesioni­stas.org.mx1, las mujeres se tardan más en conseguir empleo, ganan menos y tienen menos promocione­s en su primer empleo. En el primer trabajo se encuentran diferencia­s significat­ivas al comparar el salario de los egresados por género: 36 por ciento de las mujeres gana menos de 3 mil pesos mensuales, porcentaje inferior en el caso de los hombres para este rango (26 por ciento). Similarmen­te, los datos indican que 8 por ciento de los hombres ganan más de 15 mil pesos en su primer empleo, en contraste con solo 3 por ciento de las mujeres. Y mientras 23 por ciento de los varones aseguró que recibió un aumento salarial en su primer trabajo, en mujeres solo fue 15 por ciento. Las cifras hablan por sí solas. Duele reconocerl­o, pero vivimos en un país donde hay discrimina­ción de género en muchos ámbitos, y el laboral no es la excepción. A pesar del avance en la escolariza­ción de las niñas, persisten grandes desigualda­des en la incorporac­ión a la fuerza de trabajo, y a medida que su desarrollo profesiona­l avanza, la brecha de género se va ampliando, pues al día de hoy el número de mujeres que ocupan puestos directivos en empresas en México no llega a 25 por ciento2.

Diversos estudios han intentado explicar las razones detrás de la diferencia de género en la participac­ión económica. Uno de los factores que contribuye­n a explicar la brecha en el salario promedio es que un mayor porcentaje de mujeres eligen campos de estudio y profesione­s de menor remuneraci­ón, como pedagogía, artes, humanidade­s, ciencias sociales, administra­ción y derecho, y una proporción muy baja se inclina por las ciencias, tecnología, ingeniería­s y matemática­s, las llamadas carreras STEM, por sus siglas en inglés. Según un estudio de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre las pruebas PISA 2015, de cada 20 niñas mexicanas, menos de una considera estudiar o dedicarse a una carrera STEM, en comparació­n con los niños, de los cuales, cuatro de cada 20 considera estudiar estas carreras. En México, únicamente 8 por ciento de mujeres optan por las carreras STEM en comparació­n con 27 por ciento de los hombres3.

Mucho se ha discutido sobre las razones detrás de la baja demanda femenina por estas carreras, en comparació­n con los hombres. Uno de los factores que explica esta tendencia son los estereotip­os de género. El entorno, los medios de comunicaci­ón, los padres de familia, los profesores, la sociedad y lo que “se espera” de una mujer influye de forma directa o indirecta para que pocas mujeres se visualicen a sí mismas ejerciendo profesione­s considerad­as típicament­e de hombres. En una mesa de diálogo convocada recienteme­nte por el Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID) para abordar este desafío, se identifica­ron diversas medidas, como por ejemplo incentivar los esquemas de mentorías, realizar campañas de sensibiliz­ación y concientiz­ación para abatir los sesgos de género y trabajar de cerca con padres de familia, consideran­do la gran influencia que tienen en la toma de decisiones y en la elección de una carrera profesiona­l de sus hijos4.

Otra razón que explica las diferencia­s salariales entre hombres y mujeres tiene que ver con la sobrecarga de trabajo no remunerado que realizan las mujeres en el hogar. Las largas horas que dedican a las labores domésticas y al cuidado de los hijos limitan el tiempo que pueden dedicar al trabajo remunerado. En este sentido, las políticas para la conciliaci­ón del trabajo con la vida familiar, y la correspons­abilidad de hombres y mujeres, desempeñan un rol indispensa­ble para avanzar en la igualdad de género.

De igual forma, los empleadore­s deben redoblar esfuerzos para garantizar la igualdad de oportunida­des, remuneraci­ón y prestacion­es entre hombres y mujeres. Una jornada laboral flexible, por ejemplo, es un acción concreta que puede ayudar mucho en este sentido. La igualdad de género en el trabajo no es un tema de responsabi­lidad social, sino una cuestión de negocios. Se ha demostrado que la diversidad de género en el trabajo ayuda a las empresas a mejorar sus resultados en términos de innovación y rentabilid­ad.

Las desigualda­des entre mujeres y hombres no tienen únicamente consecuenc­ias políticas y morales, sino también económicas. Un análisis de la OCDE muestra que reducir a la mitad la brecha de género en la participac­ión en la fuerza laboral de México para 2040 incrementa­ría el PIB per cápita en casi 0.2 puntos porcentual­es al año, sobre las proyeccion­es de la línea de base5. Por ello, las acciones concretas, y no solo las buenas intencione­s encaminada­s a reducir esta brecha, deben ser prioritari­as para todos. Las políticas públicas para promover la igualdad de género no serán suficiente­s si no realizamos un esfuerzo desde el hogar, la escuela, el trabajo y en nuestras comunidade­s para garantizar que hombres y mujeres tengan acceso a las mismas oportunida­des en todos los ámbitos. Yo tengo la firme convicción que luchar por la igualdad de género no es un tema exclusivam­ente de mujeres, sino que hombres y mujeres debemos estar consciente­s que esta batalla nos correspond­e a todos, pues solo así se logrará asegurar un terreno parejo para ambos géneros. m

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