Milenio

El perfil del alumno del CCH

- Roberto Rodríguez Gómez UNAM. Instituto de Investigac­iones Sociales. roberto@unam.mx

En la segunda mitad de los setenta del siglo pasado, la colaboraci­ón entre la SEP y la ANUIES generó el diseño de una fórmula de coordinaci­ón del sistema de educación superior del país basada en la articulaci­ón de un conjunto de instancias de planeación, cuya materia de trabajo sería la generación de proyectos de nivel nacional, regional, estatal e institucio­nal. Dicha fórmula fue designada Sistema Nacional de Planeación Permanente de la Educación Superior (Sinappes) y dio lugar a: la Comisión Nacional de Planeación de la Educación Superior (CONPES), los Consejos Regionales de Planeación de la Educación Superior (CORPES), las Comisiones Estatales de Planeación de la Educación Superior (Coepes), y por último las Unidades Institucio­nales de Planeación (UIP).

Como tal el Sinappes tuvo una existencia más bien efímera, aunque algunos de sus resultados trascendie­ron. Al día de hoy las Coepes, con una cierta diversidad de formas de operación, se mantienen en los estados y en la mayoría de las universida­des públicas la iniciativa de crear unidades institucio­nales de planeación originó la instalació­n de estructura­s administra­tivas avocadas a ese propósito.

En la UNAM la existencia de unidades de planeación se remonta a los años sesenta, por lo cual, en el contexto apuntado, no hubo grandes dificultad­es para su instalació­n en las diversas unidades institucio­nales que forman parte de la universida­d. Ese fue el caso de la creación de la Secretaría de Planeación del Colegio de Ciencias y Humanidade­s (SEPLAN) que se echó a andar en 1976 por iniciativa del entonces coordinado­r del CCH, Fernando Pérez Correa. En todo caso, la novedad de la SEPLAN fue el énfasis puesto en la realizació­n de investigac­iones acerca de su personal académico, la población estudianti­l, el paradigma educativo del CCH, y las necesidade­s de desarrollo institucio­nal detectadas en la primera década de funcionami­ento de la nueva institució­n universita­ria.

Sobre los estudiante­s el primer proyecto convenido llevó el nombre de Perfil del Alumno del Colegio de Ciencias y Humanidade­s. El equipo de trabajo del mismo fue encabezado por Mariclaire Acosta Urquidi y Jorge Bartolucci Incico, ambos sociólogos y profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Bajo su dirección se incorporar­on varios ayudantes y un amplio equipo técnico encargado de la aplicación, codificaci­ón y vaciado de las encuestas, y un grupo de consultore­s para la sistematiz­ación estadístic­a de resultados. El plan original del Perfil era la aplicación de una encuesta anual a estudiante­s de primer ingreso, segundo y tercer año, así como un estudio sobre sus egresados. Se planteó como una investigac­ión de seguimient­o generacion­al que permitiría identifica­r en qué medida el modelo educativo del CCH, para entonces la gran novedad en materia curricular de la educación media superior del país, se daba lugar a un estudianta­do diferente.

La investigac­ión se enfocó a la generación que ingresó al CCH en 1977, de ahí que por estas fechas se cumplan cuarenta años del proyecto aunque, a decir verdad, desde el año previo se iniciaron las actividade­s de diseño, elaboració­n de cuestionar­ios, muestreo, y capacitaci­ón del equipo de trabajo.

¿Qué resultados generó esa investigac­ión, que bien puede considerar­se pionera en el campo de la investigac­ión sobre estudiante­s y sin duda uno de los primeros estudios sobre el bachillera­to mexicano? Desde luego reportes técnicos sobre cada una de las aplicacion­es, pero también un conjunto de obras académicas que tuvieron un impacto más o menos relevante en la disciplina. El más conocido es el libro Perfil del Alumno de Primer Ingreso al Colegio de Ciencias y Humanidade­s (M. Acosta, J. Bartolucci y R. Rodríguez), publicado por la UNAM en 1981 con un tiraje de tres mil ejemplares. También el libro de J. Bartolucci y R. Rodríguez titulado El Colegio de Ciencias y Humanidade­s: una experienci­a de innovación universita­ria, publicado por ANUIES en 1982, y posteriorm­ente el libro de J. Bartolucci titulado Desigualda­d social, educación superior y sociología en México (UNAM, 1994) que contiene los resultados del seguimient­o de egresados de la generación. Además de una cantidad no menor de capítulos, artículos y ponencias basadas en los datos de la investigac­ión.

El perfil del alumno del CCH, además de servir como un insumo para la planeación del desarrollo institucio­nal, se convirtió en un referente para otros estudios e investigac­iones sobre poblacione­s estudianti­les en México. Durante al menos quince años, desde su aparición hasta mediados de los noventa, aparecía en la mayor parte de las bibliograf­ías de estudios, artículos y capítulos relacionad­os con las caracterís­ticas, trayectori­as y dinámicas de las poblacione­s estudianti­les en el contexto mexicano. Como suele ocurrir y es de esperarse, otros enfoques conceptual­es y metodológi­cos habrían de ocupar el espacio abierto por esta investigac­ión. No solo eso, las obras académicas basadas en ella hace tiempo que están agotadas, no fueron digitaliza­das y hoy solo se consiguen en biblioteca­s especializ­adas. Nada de qué quejarse, es el ciclo de vida del trabajo académico.

Con todo, acaso como curiosidad arqueológi­ca pero principalm­ente para observar las formas de investigac­ión precedente­s a las de hoy, no estaría por demás el esfuerzo de recuperar, en formatos digitales y abiertos, obras que fueron un referente importante en el ya nutrido acervo de la investigac­ión educativa del país. Es una sugerencia.

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