OCURRENCIAS DISPARATADAS EN EL FOMENTO DE LA LECTURA
A falta de estrategias y mecanismos eficaces que promuevan esta actividad, tenemos lemas que transgreden la lógica y occurrencias fuera del sentido común
Afalta de conceptos sólidos sobre los procesos de comportamiento lector, que conduzcan a formas eficaces de promover y fomentar la lectura, en México existe, desde hace años, una clara predilección por las ocurrencias. Lo mismo en las instituciones públicas que en las empresas privadas, la ocurrencia se privilegia sobre cualquier idea sensata. El tema de la lectura es a tal grado “noble” que sirve para ennoblecer cualquier disparate.
Desde hace décadas es así. Las investigaciones, estudios y reflexiones sobre conducta lectora, y las propuestas surgidas de estos trabajos se ignoran o se tergiversan. Por ejemplo, de un estudio serio que se tergiversó nació la ocurrencia de la SEP de los 20 minutos de lectura de los alumnos, cronometrados por sus padres, con la medición de velocidad y número de palabras leídas por minuto. ¿Resultado? Un enorme fracaso que ya había sido previsto por especialistas
en la materia. (Regresivo, medir la velocidad de lectura en las escuelas,
La Jornada, 5 de septiembre de 2010). Pero alguien le vendió la ocurrencia al entonces secretario de Educación, Alonso Lujambio, o él mismo se convenció de que aquella era una buenísima idea pues, con frecuencia, los estudios serios de lectura ni siquiera merecen la lectura de quienes se ocupan de “la lectura” y de la educación. De lo único que entienden o dicen entender los “entendidos” es de estadísticas de lectura. Y a partir de éstas (siempre desfavorables), invariablemente reaccionan con resueltas ocurrencias.
Una “ocurrencia”, según la define María Moliner, es la “idea sobre algo que hay que hacer que se le ocurre a una persona”. Y hay ocurrencias que tienen efectos buenos (las menos), y otras (las más) que llevan a consecuencias desastrosas. En su Diccionario
de uso del español, Moliner pone dos ejemplos muy precisos (uno para cada efecto): “Has tenido una feliz ocurrencia” y “Tiene unas ocurrencias disparatadas”.
Ante la ausencia de ideas sustentadas en la experiencia exitosa o en el proyecto meditado, estas ocurrencias disparatadas son las de mayor abundancia en el fomento y la promoción de la lectura. Cuando, alrededor de una mesa “de trabajo” de las tantas que se hacen en las oficinas públicas, el jefe exclama ante sus subordinados: “¡A ver: lluvia de ideas!”, lo que llueve en realidad son ocurrencias torrenciales: llanezas y no precisamente agudezas. Cualquier ocurrencia puede ser llevada a la práctica sin análisis ninguno. Programas, campañas y eslóganes de lectura han nacido así y no han servido para nada, o solo para desperdiciar el presupuesto: un dinero público que merecía mejor destino.
He aquí el ejemplo de otra ocurrencia ya sea del jefe o del subordinado que se la vendió al jefe: “¿Y por qué no promovemos la lectura con cantantes, futbolistas y actores? En Estados Unidos ya se hace”. Y, diligentísimos, ponen manos a la obra. Contratan, con el dinero público, a empresas de mercadotecnia, asesores y “creativos” para que “diseñen” un programa “igualito al que se hace en Estados Unidos”. Y, sí, dicen y redicen los contratados (ya con el dinero en el bolsillo): “será igualito, y hasta mejor, que el de la American
Library Association (ALA)”. En cosa de semanas se arma el “programa” y, del parto de los montes, nacen como portavoces de la lectura Adal Ramones, Jorge Campos, Hugo Sánchez, Salma Hayek, entre los más notorios y denodados lecturófilos, y que según los diseñadores del programa son los “equivalentes” (es decir, los similares) de Hugh Laurie, Denzel Washington, Derek Jeter, Tim Howard, Susan Sarandon, Emma Watson, Yo-Yo Ma y Stephen Hawking, entre otros voceros de la campaña Read de la ALA.
Eso de que “a imitar nadie nos gana” es una mentira. En realidad, imitamos pésimamente. En Estados Unidos es factible creer que Hugh Laurie, Susan Sarandon, Emma Watson y Yo-Yo Ma lean libros y disfruten hacerlo. En nuestro país difícilmente podemos dar algún mínimo crédito a que Ramones, Campos, Sánchez y Hayek hagan lo mismo, pues de acuerdo con sus famas públicas, incluso si leen libros o han leído uno, están muy lejos de proyectar algún entusiasmo por la lectura. Lo que proyectan es todo lo contrario, pues son modélicos en lo único que realmente pueden ser modélicos desde su esfera de proyección pública. Incluso pueden ser símbolos aspiracionales (hoy en México hasta los narcotraficantes y gobernantes corruptos lo son), pero no por su relación con la lectura, sino por lo que reflejan en los medios: espectáculo banal e ignorancia.
Desde su origen fue, por ejemplo, una incongruencia escandalosa ser portavoz de la lectura y monologuista de “Otro rollo”. Y que hoy, en sintonía con los youtubers, algunos escritores se comporten, en las ferias libreras, y a donde vayan, como estrellas del pop y que esto parezca una evolución en la lectura, lo único que revela es que descubrieron el camino más fácil para la gloria que no es precisamente literaria. Creen que ser escritor, ante su público, es mostrarse como un consumado “estandupero”, hábil en lograr la carcajada.
Después de experiencia tan fallida por parte del gobierno, a la empresa privada le dio por lo mismo pero con más ganas y con más dinero. El Consejo de la Comunicación (Voz de las Empresas) invitó como voceros de la lectura a gente del cine, la radio, la televisión, los espectáculos y los deportes a quienes, en una apabullante mayoría, se les puede creer cualquier cosa, menos que sean lectores. Pero esos son los que “invitan a leer”.
Lectura y reguetón
Hace poco más de dos años, a la UNAM le dio por invitar a leer por medio del perreo y el reguetón. Su efímera campaña se denominó Perrea un libro. Mientras perreabas, leías, aunque resultó evidente cuán difícil era concentrarse en la lectura y al mismo tiempo en los vigorosos frotamientos de ingles y nalgas. ¿Alguien habrá cambiado el perreo por la lectura? Nunca lo sabremos, pero el episodio fue hilarante.
Hace muy poco, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) siguió esos mismos derroteros, pues su Coordinación Nacional de Literatura generó un meme que mostraba, de acuerdo con su planteamiento sarcástico, que el cantante Maluma (con un libro de Albert Camus en la mano derecha, no leyéndolo exactamente, pero sí posando con él para la fotografía) les pone la muestra a los universitarios remisos en su titulación. “Maluma ya leyó a todo Camus y tú todavía no terminas la tesis”, es el mensaje institucional.
Quizá lo más sorprendente es que la cuenta oficial de Twitter de una institución gubernamental se utilice para gastar bromas y transmitir chistes, cuando en general el gobierno siempre ha sido un ámbito carente de humor. Lo cierto es que se trata de una desatinada ocurrencia más en el tema de la lectura, pues, por lo demás, ni siquiera da en el blanco. El mensaje del meme tratadeimitarlosanunciospublicitarios de la campaña comercial de la Librería Gandhi (ejemplo: “Si dices ‘cercas’ es porque todavía estás muy lejos”), pero en la institución pública pasan por alto que un meme es, por definición, una burla, y que las institucio-
nes públicas no están para burlarse de nada ni de nadie.
Lo que le da sentido a un meme es su carácter jocoso. Si no hay burla no hay meme. Su propósito es hacer reír, y alguien debe ser la víctima de esa risa. En el caso del meme del INBA, ¿la víctima de la burla es Maluma o es el “tú” generalizado que interpela a quienes todavía no terminan la tesis? Un análisis semántico del mensaje revela que se trata de una burla doble. La decodificación del discurso admite la siguiente traducción: “Mira a Maluma, incluso él, un reguetonero, lee a Camus, en tanto que tú, holgazán, por andar perreando y escuchando a Maluma, no has terminado la tesis”. ¿Puede una institución plantear algo así? Puede, sin duda. (Pudo.) Pero no debe. Además, ¿qué tiene que ver el terminar la tesis universitaria con el gusto de leer a Camus, Balzac, Rulfo o Juan de las Pitas, especialmente en un país donde el presidente de la República terminó su tesis (con un pequeño “olvido” de las comillas en las citas textuales) y se graduó de licencia do en Derecho, pero sin ser capaz, después, de recordar los títulos de tres libros que hubiesen marcado su vida ?¡ Ni siquiera uno de su propia carrera!, ¡ni siquiera la Teoría pura del derecho, de Hans Kelsen, todo un clásico! que, partiendo de la broma del INBA, quizá hasta Maluma ya leyó. ¿Podría el INBA sustituir la foto de Maluma por una de Peña Nieto? Podría. Pero no lo haría. Y esta autorregulación oficial es prueba fehaciente de que las instituciones públicas no están para bromas, ni siquiera en tuits, mucho menos por medio de memes, pues el mensaje del meme tendría que ser el siguiente: “Peña Nieto no recuerda tres libros que hayan marcado su vida, pero, a diferencia de ti, ya terminó la tesis”. No sabemos si Maluma ha leído más y mejores libros que Peña Nieto, es decir ¡más de dos! de quien reveló en 2011, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que había leído “algunas partes de la Biblia y La silla del
águila de Krauze (sic)”, pero si así fuese y hubiera leído, como dice el
meme del INBA, “todo Camus”, y quizá a Balzac, Baudelaire, Tolstói y Pessoa, resulta obvio que no estaríamos hablando de Maluma, sino de Leonard Cohen. Por lo demás, si partimos de lo que Maluma “compone” e interpreta, junto a él incluso Arjona parece Bob Dylan.
Con sinceridad involuntaria, cada vez más las instituciones públicas revelan que, en el tema de la lectura, todo se improvisa cada día. “¿Por qué no sacamos un meme para dirigir nos a los jóvenes que escuchan reguetón, y los invitamos a leer y a concluir su tesis? Podemos hacer un montaje con esta foto de Maluma y lo ponemos leyendo un libro de Camus”. “¡Ándale, buenísima idea!”.
¿Promueve esto la lectura de libros o, siquiera, la conclusión de tesis? No, por supuesto. En todo caso promueve la lectura y retuiteo del meme y la hechura de otros
memes. Pero no más. O, sí, hay algo más: promueve la chacota institucional como para mostrar que no hay que tomar nada en serio, ni siquiera el machismo, el sexismo y la misoginia de quien escribe y canta: “Estoy enamorado de cuatro babies./ Siempre me dan lo que quiero./ Chingan cuando yo les digo./ Ninguna me pone pero.../ La primera se desespera,/ se encojona si se lo echo afuera./ La segunda tiene la funda/ y me paga pa’ que se lo hunda./ La tercera me quita el estrés./ Polvos corridos siempre echamos tres.../ Estoy enamorado de las cuatro.../ y a las cuatro les encanta en cuatro”.
¡No es Camus, es Maluma!: autor no de La peste, sino de una peste llamada “Cuatro babys”, letra que cantan y perrean quienes, en irritada reacción previsible contra el meme del INBA, protestan así: “Pensar que Maluma no es capaz de leer a Camus por hacer reguetón habla más de ustedes que de él”. Por supuesto, este “argumento” revela una ausencia total de lógica. No es que Maluma (alfabetizado) sea incapaz de leer a Camus, pero tendríamos que ser muy ingenuos, por decir lo menos, para pensar que el tal Maluma lee a Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Stendhal, Balzac, Sor Juana, Emily Dickinson, etcétera, y que pese a esas lec- turas, escribe tan elevadas letras
intelectuales como “Cuatro babys” que los perreadores le celebran. Cuando la gente no conoce el uso de la lógica, pierde absolutamente la capacidad de distinguir y razonar.
El propio reguetonero colombiano cuando vino a nuestro país, en mayo de 2017, y se presentó en la Arena Ciudad de México, “justificó”, ante su público, con las siguientes palabras, la hechura de ese éxito musical tan celebrado: “Ha sido la canción más criticada de la década, pero saben que yo no mando, los que mandan son ustedes, y si a ustedes les gusta ese tipo de canciones yo voy a seguir haciendo esas canciones. ¡Que viva la libertad de expresión, y ese es el lenguaje de los jóvenes!” (El Universal, 21 de mayo de 2017.) O sea que, además de todo, quien escribe esas letras se lava las manos y les endilga la culpa del machismo y el mal gusto del lenguaje y el mensaje de sus canciones a sus fanáticos. Y si alguien, después de esto, todavía cree que Maluma puede leer a Camus es porque aparte de escuchar a Maluma no hace otra cosa.
Formulamos nuevamente la pregunta: ¿Promueve el tuit del INBA la lectura de libros o, siquiera, la conclusión de tesis? ¿Sirve siquiera para acercar a los jóvenes (que, a decir de Maluma, son quienes lo impelen a su sexismo y a su chatura de espíritu) al diálogo con las instituciones culturales? Hay que ser realmente ingenuos para responder que sí.
Y no se necesita ser clasista para decir que muchos reguetoneros y no reguetoneros poseen déficits de lectura. Se trata de un hecho incontrovertible, porque incluso en gente con buen nivel socio económico y alta escolarización este déficit de lectura está comprobado. Si leer libros no es una práctica cultural frecuente entre la mayor parte de las personas, es obvio que en unos sectores más que en otros escuchar reguetón, perrear y dedicarse a este tipo de menesteres gozosos sustituyen absolutamente la lectura de libros.
Pero es obvio también que este déficit de lectura no se resolverá con ocurrencias “culturales”, incluidos discursos, me mes, le mas, campañas y programas fuera de la realidad y de la lógica. Más allá de nuestras ingenuidades intelectuales, los reguetoneros seguirán poniendo más fervor en perrear que en leer si su pasión está en perrear y no en leer. Y quien piense que se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo es porque nunca ha leído otra cosa que memes.
Expectativas irreales
Con bastante frecuencia los optimismos intelectuales sin sustento en la realidad conducen a absurdos como el del editor comercial que, con motivo del Mundial de Futbol de la FIFA Brasil 2014, publicó en México un libro con muy altas expectativas de ventas. ¡Pero el 95 por ciento del enorme tiraje se le quedó en sus bodegas! Y ello a causa de no saber que el 95 por ciento de quienes están locos por el futbol quieren verlo en los estadios o en la televisión, pero no leer sobre futbol en los libros. Los únicos que leen libros sobre futbol (incluidos los de Galeano, Marías, Simeone, Valdano, Vázquez Montalbán y Villoro) son los intelectuales en los que opera, en no pocos casos, el denominado “mecanismo de compensación”: al igual que en el caso del ex portero Camus, su discurso apasionado sobre el futbol compensa el que sean, básicamente, “hombres de ideas” negados, o frustrados, para las hazañas y las glorias deportivas.
En México, además, tenemos la firme creencia de que los mensajes edificantes (sean discursos, lemas,
spots, tuits, etcétera) transforman radicalmente a las personas, incluso si estos mensajes son expresados por personas nada edificantes. He aquí un spot: “Juntos decidimos cambiar... Castigos más severos, controles sólidos y fiscales con dientes [¿de
férrea mordida?] para castigar a los corruptos. La tarea apenas inicia: no desniaceptesmordidas,cumplamos la ley. Prevenir, denunciar y castigar... Si todos cambiamos, México cambia”. El spot es del Senado de la República. ¡Y si lo dicen los senadores, muy pronto ya no habrá corrupción en México!
Lo mismo pasa con la promoción y el fomento de la lectura. A falta de estrategias y mecanismos eficaces, tenemos lemas que transgreden la lógica y se convierten en líricas mentiras. Surgieron de ocurrencias que nadie examinó bajo la lupa del sentido común o de la más elemental semántica. Ejemplos: “Leer es estar vivo”. ¿Ah, sí? ¡Cómo no nos habíamos dado cuenta! Los muertos no leen ni necesitan campañas de lectura en los panteones. “Leo... luego existo”. Sí, porque los que no existen no leen. ¡Están, bien quietecitos, en los panteones!
Por cosas como éstas es que las instituciones públicas no deben jugar ni hacer chistes con las cosas serias, pues ya es suficiente que las cosas serias parezcan burlas.
“¿Promueve el tuit del INBA la lectura de libros o, siquiera, la conclusión de tesis? Hay que ser realmente ingenuos para responder que sí”