Diamonds? No, dictators are forever!
No hay que darle vueltas: lo primerísimo que define a un dictador es su tajante determinación a perpetuarse en el poder. Esto, que debiera en sí mismo provocar el más visceral e inmediato rechazo de todos los ciudadanos, se vuelve un detalle menor cuando los juzgadores del tirano pertenecen a la subespecie de los izquierdosos: ¿no llevamos toda una vida escuchando la cantilena de que el régimen castrista alcanzó portentosos «logros sociales» sin que sus sectarios adeptos se sientan siquiera movidos a denunciar lo otro, a saber, el avasallamiento de un pueblo que debía rendirle obligada y permanente pleitesía al caudillo? ¿No basta eso, el hecho de que generaciones enteras sean gobernadas por un mismo sujeto —sin la menor opción de cambiarlo en unas elecciones democráticas—, para que todo el entramado pierda cualquier legitimidad moral? ¿No resulta colosalmente sospechoso que la práctica totalidad de las acciones de un sistema político se encaminen a preservar la supremacía de una sola persona? ¿Y no tendría que resultar abominable, bajo cualquier punto de vista, que dicha dominación se mantenga gracias a la persecución de los opositores, a la instauración de un Estado represor, a la práctica de brutales estrategias intimidatorias, a la supresión de la libertad de expresión y a la arbitraria confiscación de los recursos económicos de todo un país?
El esperpéntico líder chavista de Venezuela (aquí seguimos advirtiendo en todo su esplendor el germen del personalismo, señoras y señores: lo de «chavismo» es impronta ya indisoluble del antiguo mentor y se deriva, miren ustedes, del patronímico «Chávez» con el que el prócer fue presentado en el Registro Civil) no esconde ni disimula tampoco sus anhelos de perpetuidad: la mentada revolución «bolivariana», si lo piensan, podría ser conducida por otros individuos de la especie, así fuere que tuvieren que militar obligadamente en las filas del antedicho chavismo. Pues, no: el señor quiere gobernar él, hasta que le venga en gana o, mejor dicho, hasta consumar su maligno propósito de dejar una nación en ruinas. Ah, pero, es el «socialismo» del s. XXI, oigan… M