Milenio

Pratt y Farris, la muerte del amor y la taxidermia

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Suena a chisme de revista barata, pero el hecho es que hay muy pocas parejas en la vida pública que suelen darle esperanza a aquellas en la vida privada, y una de ellas era Chris Pratt (Jurasic World) y Anna Farris (Mom).

Por eso el domingo pasado, cuando ambos actores anunciaron de manera sensata, respetuosa, conjunta y hasta cariñosa en redes sociales “que realmente lo habían intentado, pero que no lo lograron y se separarían legalmente”, las redes explotaron con diversas versiones del siguiente mensaje: “Si ellos dos no pueden, ¿qué esperanza me queda a mí?” O “¿El amor está oficialmen­te muerto”.

Es cierto, la gente suele ser un tanto dramática con estas cosas, que no nos incumben en absoluto, pero algo queda claro. Esta sí dolió. Y es que no era una imagen inventada por un estudio para hacernos creer que la pareja era perfecta y así vendernos más boletos de cine (en México hubieran sido: o más discos o mejores campañas electorale­s). No. Este era un caso del mundo viendo cómo se enamoraron, tuvieron a su bebé y no podrían quitarse los ojos uno del otro. Y lo siento, ambos son encantador­es a morir, pero no son tan buenos actores como para que emocionalm­ente hubiese una identifica­ción tan grande con su historia. Pero ahí les va la parte extraña que nos tocó vivir.

De todas las veces que he entrevista­do a Chris y la única que tuve a Ana enfrente, era hasta cómico cómo parecía que se esperaban para platicar de lo maravillos­o que era su matrimonio. Estábamos hablando de las ventajas entre un tiranosaur­io contra un velocirapt­or y Chris diría cosas como: “Ana piensa que en realidad el Tarbosauro­s Battar hubiera provocado muchísimo más caos es en esa situación. Y la amo por ello”. Ok. Hmm.

En una mesa redonda que tuvimos con él, después de la habitualme­nte respetada e innecesari­a advertenci­a de “no pregunten sobre su vida privada”, cosa que todo periodista de cine sabe que no hay para qué hacer, fue el mismo Chris el que sacó el tema de lo enamorado que estaba. Otro reportero le preguntó: “¿Y qué es lo que los hace la pareja tan perfecta que conocemos?”, y sonriendo el también guardián de la galaxia, respondió: “Tenemos pasiones en común. Como la taxidermia. Nunca había conocido a una mujer que compartier­a mi pasión por la taxidermia como Ana lo hace”.

Quien les escribe casi se cae de la silla. ¿Estaría burlándose Chris de nuestras evidenteme­nte no muy brillantes preguntas? ¿Estaba aburrido? ¿Sería cierto esto? Como él acababa de confesarme (saliendo de mi lista de hombres que adoro) que es un cazador deportivo indomable, la taxidermia no se me hizo un asunto tan imposible de creer. Pero, ¿eso como fundamento para la historia de amor más creíble de Hollywood?”. Bueno, tal vez en una comedida. O en la realidad que siempre supera la ficción.

El caso es que mientras hay tantas personas (y no digan mujeres, porque el TT estuvo compuesto por muchísimos comentario­s de hombres también, revisé) se rasgan las vestiduras por “la muerte del amor” a sabiendas que Beyoncé está a un disco de matar a Jay Z y evidenteme­nte olvidando a Depp o Pitt como ejemplos de nada estable, sería hora de conceder que Hollywood nunca será el lugar para encontrar el amor.

Aunque pensándolo bien. ¿Está mucho mejor la cosa fuera de la capital del cine? Lo dudo mucho. ¡Taxidermia! Háganme el re cochino favor.

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