Esta inquieta mujer sale de su casa con muñecos para hablar a niños sobre el valor de la cultura
De ama de casa a dama de los museos”. Es lo que dice Verónica Müller, de padre alemán y madre mexicana, quien trabajó durante dos décadas como secretaria bilingüe. La primera vez que fue a un museo quedó fascinada. Frisaba los 31 años. Ese día, verano de 1983, cambiaría su vida, pues fue encumbrada por la curiosidad.
En aquella ocasión iba acompañada de Verónica y Lucero, sus hijas de ocho y seis años, que no dejaban de hacer preguntas. Era temporada de vacaciones. Horas antes había pensado: “Sería fantástico ir a Europa, pues las agencias de viajes te incluyen una visita a museos”. Estaba en su casa, sin saber adónde ir.
Enseguida reflexionó: “¿Y por qué mejor no comienzo por conocer los museos de mi ciudad?”. Parecía una frase común, pero fue algo que saltó como resorte en su cerebro, precisamente cuando estaba a punto de salir. Tomó de las manos a sus niñas y se dirigió al Centro Histórico de la Ciudad de México.
Y llegaron a la emblemática calle de Moneda y entraron por el portón marcado con el número 13, domicilio del Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
Lo primero que Müller observó con detenimiento fue las puertas y las fachadas. Dieron los primeros pasos y quedó deslumbrada. “Una belleza sin igual”, pensó.
Comenzaron a recorrer las salas que, recordaría, muestran piezas originales de diversos países y de otros tiempos.
Fue atraída por las cabezas enjutadas que caben en una mano. Ella y sus hijas se aproximaron. Leyeron la cédula: “Pueblo indígena amazónico que habita entre las selvas de Perú y Ecuador, cultura de los shuar, llamados jíbaros, con boca y ojos cosidos y cabello”. En diferentes momentos sus hijas le preguntaron: —¿Mamá, qué es esto? Ella respondió: —No lo sé, pero qué tal si nos vamos ahora mismo y lo investigamos en la enciclopedia de la casa.
Había bibliotecas, pero no internet, recuerda Verónica Müller, quien a partir de entonces quedó atrapada por la curiosidad en aquel museo.
Y fue tan intensa la atracción, “que al ir e investigar más información sobre una pieza del museo se abrió mi panorama a un mundo nuevo”. —¿Fue el principio? —Esta fue la génesis de una aventura que me atrapó e insospechadamente se volvió parte de mi vida. Y me ha permitido aprender, descubrir y divertirme en el fantástico mundo de los museos.
Y todo eso la llevó a estudiar la carrera de turismo —“era uno de mis sueños”— y hacer una maestría en habilidades directivas.
Su tesis versa sobre una propuesta administrativa de los museos en las 16 delegaciones políticas de la Ciudad de México.
“El título de esta tesis tiene una historia muy bonita —recuerda—, pues plasmé 30 años de mi vida y cinco de investigación de campo”. Verónica Müller, una mujer de abundante palabra y eterna sonrisa, tiene un programa semanal de radio y participa en las reuniones mensuales que organiza el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México. Su experiencia, dice, la ha llevado a conocer 600 museos en todo el país.
“Poco a poco, al visitarlos, me fui adentrando en un mundo espectacular, pues he aprendido que los museos tienen mucho que contarnos y nosotros mucho de qué sorprendernos”, dice. “Los hay de variados temas; en pocas palabras, los museos me atraparon y comenzó un museorromance que lleva ya treinta y tantos años”.
Sin darse cuenta, relata, ya sea en reuniones familiares, en la fila del banco, en la espera de la consulta médica, en el mercado, en los supermercados, en el transporte público, entre otros, “yo platicaba de museos y motivaba a las personas a descubrirlos y aprender económica y lúdicamente”.
Se describe como “una mujer con múltiples roles: hija, esposa, madre, abuela, estudiante, que trabajó como secretaria bilingüe durante 20 años”.
Contrajo matrimonio a los 19 años y medio. “Me di cuenta que me faltaba mucho por aprender y decidí estudiar en el sistema abierto la secundaria”, se sincera. “Por incompatibilidad con mi esposo nos separamos. Mi vida había tomado otro rumbo: comencé a trabajar y decidí continuar y estudiar la preparatoria abierta”.
Un día cayó en la cuenta de que se había convertido en promotora voluntaria e independiente de museos. “En aquellos ayeres”, evoca, “buscaba más información de museos para visitarlos, pero no encontré un registro ordenado, actualizado y reeditable de los museos de las 16 delegaciones de la Ciudad de México; es por ello que el tema de mi tesis habla de esta problemática vivencial, de una exhaustiva investigación de campo”.
Esta inquieta mujer sale de su casa con muñecos para divertir a niños sobre el tema de los museos. Estudió para guía de turista en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, dice, y locución en la Asociación Nacional de Locutores, pues su interés ha sido difundir de diferentes formas lo que sabe.
Siempre anda colmada de proyectos, y conoce hasta el más remoto monumento histórico, como es la capilla dedicada al culto de Santa María Guadalupe, que data de mediados del siglo XVII, situada entre una unidad habitacional del Peñón de los Baños, en la colonia Moctezuma. “Estamos exactamente en el Peñón de los Baños, aquí, a unos pasitos del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México”, sitúa la dama de los museos, quien presenta al matemático Jorge Hebert Espinosa Soriano, administrador de Los baños de aguas termales y medicinales, donde está la capilla. “Nos dividió el Metro”, dice Espinosa, quien menciona que la capilla, de estilo barroco, es considerada monumento nacional. “Es la única que tiene en sus cuatro pechinados la imagen de la Virgen de Guadalupe”. Un aroma a flores secas irradia en el interior. “Tenemos el retablo; más allá a San Marcos, con su representación del león, por la forma como él predicaba”, explica. “Tenemos también una pintura muy amplia donde está San Mateo; a sus espaldas, un ángel, escribe un libro donde está la genealogía del pueblo judaico: desde Abraham, Isaac, Jacob, llegando a los babilonios”. En lo alto está, asimismo, la figura de un Cristo hecho con caña de maíz. Tiene un dedo mutilado. “Tenemos también la pintura de San Lucas, que la acompaña una cabeza de un toro; los Evangelios de San Lucas inician con los sacrificios de Zacarías”. —¿Y por qué la capilla quedó entre la unidad habitacional? —En un principio lo cuestionamos. Lo que pasa es que aquí iba a ser un centro de salud. Tenía una parte para el acceso de la comunidad y a los peregrinos enfermos que venían a disfrutar de las aguas termales, pero construyeron estos edificios. El profesor asegura que, de acuerdo con estudios de geología realizados por la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales, aquí hay un manantial con antigüedad de entre 400 y 500 años. “Y tenemos un segundo testimonio —agrega orgulloso—: aquí se encontraron los fósiles más antiguos de toda América: La mujer del Peñón, que se encuentran en el Museo Nacional de Antropología e Historia”. Además, narra Espinosa Soriano, posee un documento del año 1554 en el que se describe a un personaje que, después de estar en la conquista de Jalisco y Zacatecas, le pide a Carlos V dejarle la custodia de Los Baños del Peñón, a lo que éste se niega, pues aquél, dijo, estaba más enfermo de “la entraña que del cuerpo”. La dama de los museos sonríe. M