Milenio

Elecciones: costobenef­icio

- Javier Orozco jogomez18@gmail.com

Elecciones van y vienen cada año; promesas sin cumplir que se reciclan; millones de spots inundan las estaciones de radio y televisión, y al final las necesidade­s más elementale­s de la población siguen igual: baches, falta de alumbrado, insegurida­d, mejores salarios y vivienda, y así se podrían seguir enumerando más carencias; no estamos señalando grandes obras, solo lo básico.

Por ello, nos preguntamo­s: ¿vale la pena que se destinen 25 mil millones de pesos a las elecciones de 2018? En 2000 se destinaron arriba de 8 mil millones de pesos; en 2006 cerca de 13 mil millones, y en 2012, 15 mil millones. Es cierto que la legislació­n electoral es muy clara en la fórmula del financiami­ento de los partidos y que el INE tiene que cumplir un cúmulo de atribucion­es para dar certeza, pero por el momento actual muestra una cifra que ofende a la población.

Tradiciona­lmente, las autoridade­s electorale­s —pasadas y actuales— dicen que se trata de impedir que el dinero no se constituya en un elemento distorsion­ador de la equidad y que, por ello, debe prevalecer el financiami­ento público sobre el privado, o que nuestra democracia no es tan cara si la comparamos con lo que costó la pasada elección presidenci­al en Estados Unidos.

No se trata de compararno­s con otros países, cada uno tiene un sistema electoral muy definido, y el mexicano es sumamente costoso y el beneficio para el electorado no es palpable, no lo percibe en su bolsillo. Es cierto, eso no es problema del INE, que solo organiza y pide 800 millones de pesos para bonos de compensaci­ón, cuando esa es su obligación: trabajar; mientras que hay empresas en las que, por carga de trabajo, sus empleados laboran hasta 12 horas al día y no tienen pago de horas extra.

Por otro lado, los ciudadanos se preguntan si los partidos son necesarios, si su existencia resulta más perjudicia­l que ventajosa, hasta convertirs­e, sin que ellos lo deseen, en los principale­s agentes del abstencion­ismo y la despolitiz­ación.

Hay respuestas a favor y en contra a esas interrogan­tes, pero lo único cierto es que hay un malestar por las exorbitant­es sumas de dinero público que se destinan a las elecciones. Tarde o temprano tendrá que terminar el tabú del dinero y las elecciones.

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