De encuestas y transparencia
Transparentar y difundir la información es lo menos que se puede pedir para que un sondeo sea punto de consenso y no de disenso, de conciliación y no de controversia, de acuerdo y no de desencuentro
Las encuestas se han convertido en un instrumento práctico y racional para llegar a acuerdos en los partidos políticos. De manera especial, para seleccionar candidatos a cargos de elección popular.
Sin embargo, no son la panacea. Técnicamente tienen sus márgenes de error y políticamente suelen ser usadas como un martillo: por un lado puedes sacar un clavo y, por el otro, encajarlo.
Los partidos de izquierda, que prefieren auscultar de manera directa y sin anteojos la voluntad ciudadana, suelen tener grandes reservas respecto a los instrumentos demoscópicos. La mejor frase que refleja esta desconfianza es atribuida a Mark Twain (aunque también Benjamin Disraeli y Leonard H. Courtney la usaban): “Existen tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”. Una adaptación contemporánea advierte: “Existen tres mentiras: las pequeñas mentiras, las grandes mentiras y las encuestas”.
No obstante esta desconfianza, los partidos de izquierda en casi todo el mundo acuden hoy a las encuestas para procesar decisiones clave.
En España, por ejemplo, el PSOE y Podemos realizan sondeos periódicamente a través de sus propios equipos de encuestadores o mediante casas externas (generalmente universitarias), previamente consensuadas entre los integrantes de las dirigencias y los aspirantes a cargos de elección popular.
En ocasiones se permiten las encuestas espejo (una o dos) y, en caso de empates técnicos, se acude a la insaculación como recurso extremo. Todo ello acompañado del máximo de transparencia y de información oportuna sobre la metodología, el tamaño y diseño de la muestra, el contenido del cuestionario y hasta los puntos de levantamiento de la información.
El Partido del Trabajo en Brasil y los integrantes de la Concertación de Partidos por la Democracia y Nueva Mayoría en Chile realizaron en su momento ejercicios con reglas similares.
Todo lo que abone a crear un clima de transparencia, confianza y credibilidad en el ejercicio demoscópico es bienvenido y promovido.
En el caso de Morena, el partido de izquierda más joven de América Latina y probablemente del mundo occidental, sus estatutos prevén tanto el acuerdo como las encuestas para seleccionar a sus aspirantes a cargos de elección popular. No contempla elecciones primarias.
En sus tres años de vida, la mayor parte de sus candidatos ha sido seleccionada mediante encuestas. De hecho, se prevé que 90 por ciento de las candidaturas que presentará Morena en 2018 (cerca de 3 mil 445 cargos de elección popular, desde presidente de la República hasta alcaldías) será seleccionado por sondeos. Esto obliga a la mayor transparencia y apertura en el uso de este instrumento.
Recién participé en una encuesta para designar al “coordinador de organización” de Morena en CdMx (no para ser candidato a jefe de Gobierno, ya que aún no son los tiempos para ello), donde resulté en tercero y hasta en cuarto lugar, diametralmente opuesto a lo que señalaban otros ejercicios del dominio público. Antes de poner en duda los resultados de la encuesta de Morena, lo que cuestiono es la opacidad y discrecionalidad con que se realizó el ejercicio.
Transparentar y difundir la información es lo menos que se puede pedir para que una encuesta sea punto de consenso y no de disenso, de conciliación y no de controversia, de acuerdo y no de desencuentro, sobre todo si es realizada por un partido que busca acabar con la simulación y las mentiras en la vida pública del país. M