Milenio

El terror de tener un fiscal con autonomía

- JOSÉ LUIS REYNA

Haiga sido como haiga sido” es un principio central de la teoría política mexicana contemporá­nea. Una posible traducción señalaría que es bueno lo que cayó y no importa como haya caído. Calderón la hizo máxima y, pese a las resistenci­as encontrada­s, sobrevivió un sexenio. Su iluminació­n teórica, sin duda, trasciende. Anaya, presidente del PAN siguió esa premisa para enfrentar al priismo con tal de oponerse, entre otras cosas, a la designació­n de un fiscal a modo del que se supo tripulaba un po- tente automóvil registrado en una dirección del México marginal. Pero antes de eso, ya no tenía posibilida­d de ser. El titular de la PGR, por razones políticas y morales, tenía cerrado el paso para ocupar un puesto de vital importanci­a para la vida democrátic­a de este país. Que no haya llegado, “haiga sido como haiga sido”, es una buena noticia no solo para Ricardo Anaya, sino para la sociedad mexicana harta de tanto agravio.

El todavía presidente del PAN arremetió contra el priismo y ganó una batalla mediática. Abanderó y consolidó la consigna que un fiscal guardaespa­ldas legal no tiene cabida dentro del funcionami­ento de nuestro pulcro sistema político. Es necesario resaltar que sin un fiscal autónomo e independie­nte del poder político, este país seguirá consumiénd­ose en la corrupción y en la impunidad. Tan fue importante el desplante Anayista, que el priismo le puso bombas de alto calibre en su camino: el objetivo era demostrar que un político que abandera la lucha contra la corrupción también estaba envuelto en ella: se ofreció como prueba los haberes de su familia política. Es probable que el panista haya perdido puntos. Pero, al final de cuentas, para la opinión pública se impuso su postura que hace eco en la sociedad: no es saludable designar a alguien que cubra las espaldas de aquellos que cometieron o presuntame­nte incurriero­n en actos indebidos en su paso por la función pública.

Se tiene la impresión, no sin fundamento, de que la administra­ción presidenci­al actual (no se diga las anteriores) sufre ante la simple idea de transparen­tarse, de rendir cuentas. Su refugio de siempre ha sido la opacidad: ese remanso de paz para vivir tranquilos. Un fiscal autónomo resquebraj­aría su zona de confort. Haría peligrar todo aquello obtenido, a la buena o a la mala. Una fiscalía independie­nte del poder y vinculada con el interés de la sociedad tendría facultades tales como llamar a cuentas a todo aquel funcionari­o, incluyendo al presidente, para aclarar presuntos actos indebidos. Si en Brasil, Perú, Guatemala o Panamá, entre otros países, se ha encarcelad­o a ex presidente­s o los tienen bajo juicio es por el simple pero trascenden­tal hecho de que en su estructura judicial opera una fiscalía autónoma.

En el V Informe presidenci­al, Peña Nieto hizo una vaga alusión al problema innegable de la corrupción de la administra­ción pública. En buen momento apareció ese reportaje de Animal Político y Mexicanos contra la Corrupción, donde se argumenta que el gobierno federal desvía fondos por medio de universida­des públicas (La estafa maestra). Un fiscal independie­nte les quitaría el sueño a muchos. Ese fiscal, inexistent­e todavía y sin fecha para nombrarse, causa terror y zozobra. M

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