Milenio

Paredón, municipio de Tonalá, Chiapas, los trabajos de reconstruc­ción avanzan a paso lento, en su mayoría, de la mano de los pobladores

En la comunidad de

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Atres días del terromoto en Chiapas, que afectó a 16 municipios, en la comunidad de Paredón, Tonalá, los trabajos de reconstruc­ción avanzan a paso lento, en su mayoría, de la mano de los pobladores.

En esta comunidad pesquera, de la región del Istmo Costa, las casas muestran la evidencia de lo rápido que los habitantes debieron dejar sus hogares. Platos servidos, libros a medio leer, medicinas, ropa, muebles y muñecos, conviven entre los escombros y la lluvia que no ha cedido.

La familia López Zavala trabaja desde temprano para sacar las pertenenci­as que puedan servirles.

Orlando, jefe de familia, de oficio pescador, explica que es estos momentos no pueden salir al mar. Lo revuelto del oleaje tras el temblor se los impide.

Es un hombre joven, fornido, fortalecid­o por el diario trabajo con las redes de pescar. Su cabello enmarañado da cuenta de las horas de trabajo que lleva para recuperar lo más que su pueda de sus pertenenci­as.

“Somos pobres, esa es la verdad”, señala mientras pierde la mirada en el piso lleno de lodo. Recuerda que además de su esposa, tiene que procurar la alimentaci­ón de cuatro menores: “Tengo dos niñas y dos gemelitos”.

Pide que el gobierno, no importando cuál sea, se ocupe de los damnificad­os. Sabe que lo ha perdido todo y mientras una de sus hijas le pide que la cargue, cuenta que la ropa que usa es regalada.

Su esposa, Magaly, da gracias a Dios, porque nadie en esa familia resultó herido: “Nosotros ya vivimos y ya gozamos. ¿Pero ellos, los niños?” Se pregunta mientras ve a su pequeña hija que, sonriente juega a clavar un palo de escoba rota en una de las grietas que cruzan por lo que antes fue el comedor.

En otra habitación, hay evidencias de la presencia de niños en esa casa. Las paredes están rayoneadas y en el piso, un papel roto deja ver la leyenda “Reconocimi­ento”. En el patio, las redes de pescar se amontonan en medio del barro y los escombros.

La calle Niños Héroes, es la más dañada de esa comunidad. Algunas casas perdieron sus fachadas, otras ya no pueden llamarse casas. Son montones de adobes, maderos, loza y trozos de electrodom­ésticos

El estado comenzó la entrega de despensas a quienes lo perdieron todo tras el terremoto

que se riegan por todo el terreno.

En un inmueble a medio derruir sobresale entre la destrucció­n una placa que adornaba antes la entrada de ese hogar: “Familia Zavala Vázquez. Dios bendiga nuestro hogar”.

En la calle, el lodo guarda en algunas zonas un penetrante olor a pescado. Las muestra de solidarida­d se multiplica­n. Brigadas de vecinos, descalzos unos, con sandalias otros, forcejean con una puerta de metal.

En varias casas, explican los vecinos, las puertas quedaron selladas con el mismo peso de los muros a medio derrumbar, impidiendo la salida de sus habitantes.

Donde antes estaban las salas, comedores, cocinas y recámaras de los primeros niveles, ahora solo se observa el piso hinchado y reventado. Las casas ya no tiene techos y los pedazos de paredes pueden observarse sobre muebles, estufas y mesas, o lo que quedó de ellas.

Frente a la casa de los López Zavala, un grupo de muchachos observan, sentados en la banqueta, a los adultos que llenan de cascajo un camión de volteo.

No hay luz y por lo tanto no hay posibilida­d de obtener agua para beber o cocinar, menos para bañarse. Esta comunidad obtiene el agua potable de pozos y solo puede extraerse por medio de bombas.

Pedro, un hombre de pelo blanco, tez morena y arrugas, recuerda que su esposa, quién debía recibir diariament­e diálisis, se encuentra ahora en a clínica del IMSS.

Tuvo que ser llevada ahí tras el sismo, pues la casa quedó inhabitabl­e. Él espera la llegada de las autoridade­s que hacen el censo de damnificad­os. Mientras, pasa las noches en una hamaca frente a su casa.

De la comida no se preocupa. Come lo que le llevan sus “hermanos de Dios”, de la comunidad evangélica. Desde la calle puede verse el fondo de otras viviendas y los objetos dejados.

A Paredón, la ayuda llega por distintas vías. El Ejército está presente, también el gobierno estatal, que inició el reparto de despensas a quienes lo perdieron todo. m

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Muchas familias tratan de rescatar sus pertenenci­as.

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