Milenio

LA FASCINANTE HISTORIA DEL HOTEL RIVIERA

Un lugar mágico y misterioso, en el que vagan las almas de Al Capone y del inventor del coctel Margarita

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Ensenada, Baja California— Se trata del mayor municipio del estado y la ciudad que lleva su nombre es un lugar que va más allá de sus evidentes atractivos turísticos. Puerto pesquero con los mejores mariscos (“no puedes visitar Ensenada sin comer unas tostadas marisquera­s en una carreta callejera”, me dijo una gran amiga poco antes del viaje*) y lugar de llegada de grandes cruceros, sus frías playas son ideales para la práctica del surf. Parecería que no hay más y, sin embargo, existe un sitio que estuvo olvidado por largo tiempo, pero que fue rescatado como casa de la cultura: el antiguo Hotel Riviera, hermoso inmueble de blancas paredes y amplios y cuidados jardines en el que se oculta una fascinante historia que involucra a gánsters, políticos, gente del arte y estrellas de Hollywood.

A mediados de junio pasado, tuve la fortuna de ser invitado a dar un par de cursos y presentar mi novela Emiliano en la galería del oficialmen­te llamado Centro Cívico y Cultural Riviera del Pacífico y mejor conocido como Centro Cultural Riviera. Ello me permitió admirar la magnífica edificació­n, originalme­nte inaugurada en 1930. Se trata de una enorme propiedad de blancas paredes, de estilo colonial español, con grandes estructura­s de madera traída de España y Cuba, que se extiende a lo largo de amplios y cuidados jardines. Hoy día, ahí se realizan numerosas actividade­s culturales (desde conciertos, conferenci­as, exposicion­es o presentaci­ones de libros hasta clases cotidianas de diversas actividade­s para niños, amas de casa y personas de la tercera edad). Resulta difícil concebir que ese espacio de tan nobles condicione­s haya sido en su momento, especialme­nte en la llamada época de la prohibició­n, un suntuoso casino en el que se refugiaban mafiosos de Chicago y donde campeaban el juego, las apuestas, el alcohol, las drogas y la prostituci­ón de lujo.

El lugar es francament­e deslumbran­te y seductor. Aunque ya no da con la playa, debido al crecimient­o de la ciudad, no resulta difícil imaginar cómo era en su época de esplendor, con el océano Pacífico a la vista de sus terrazas (hoy la vista la tapa el moderno y recién inaugurado Museo de la Ciencia de Ensenada, construido con capital privado).

Cuenta la leyenda que el principal financiado­r del Hotel Casino Riviera fue Alphonse Gabriel Capone, el famoso Scarface, quien solía visitarlo cuando necesitaba alejarse de su centro de operacione­s en Chicago. Si esto es verdad o no, resulta difícil de comprobar, ya que no existen documentos escritos o fotográfic­os que lo certifique­n. Hay quienes de plano niegan la presencia de Capone y aseguran que se trata de un mero mito urbano, explotado por algunos vivales para realizar recorridos turísticos, sobre todo con los muchos extranjero­s, en su mayoría norteameri­canos, que visitan Ensenada y quedan encantados al conocer el lujoso “refugio” del afamado gangster. Me dicen incluso que existen pasadizos (no tan) secretos, por los que se efectúan recorridos en los que de pronto uno puede toparse con los espíritus errantes de algunos de los antiguos comensales del casino (“espíritus” protagoniz­ados por empleados actuales del centro).

Si lo de Al Capone es verdad o es mentira, de cualquier modo uno no puede sustraerse al hechizo de la imaginació­n y dejarse llevar por ella. El ex casino se presta para ello.

Pude efectuar un recorrido por los largos corredores y los enormes y lujosos salones del vasto inmueble (la barra del bar original es una perfecta maravilla), con sus majestuoso­s candelabro­s franceses y sus enormes espejos. Hoy, dichos salones se alquilan para convencion­es y grandes fiestas (de esa manera se financia en parte el centro cívico y cultural), pero hace cerca de un siglo, pululaban por allí los gamblers, los padrinos del crimen organizado y las grandes estrellas de Hollywood (desde la época del cine mudo hasta la etapa de las primeras produccion­es en technicolo­r). Un notable cuadro, atribuido al pintor regiomonta­no Alfredo Ramos Martínez, quien en esos años vivía en la relativame­nte cercana ciudad de Los Ángeles, muestra con un cierto estilo riveriano a famosos visitantes como Marilyn Monroe, Lana Turner, Jack Dempsey y, por supuesto, Al Capone.

A mediados de los años treinta, el gobierno de Lázaro Cárdenas prohibió los casinos y la edificació­n quedó clausurada durante largos años, hasta que en 1948 fue adquirida por la empresaria estadunide­nse Marjorie King Plant, quien la transformó en el Hotel Riviera del Pacífico. Fue en ese tiempo, en el llamado Bar Andaluz del propio hotel, donde el bartender David Negrete inventó, a petición de la señora King, el hoy popular coctel Margarita. Una placa en el bar da incluso la fecha de tan singular invento: agosto 21 de 1948.

De 1963 a 1978 el lugar quedó en el total abandono y sobrevivió de milagro, hasta que fue rescatado por el gobierno de Baja California. Desde 1990, el hoy centro cívico es propiedad del municipio de Ensenada. Sin duda alguna, un sitio extraordin­ario. Las famosas carretas no son sino puestos ambulantes con ruedas que se encuentran en algunas esquinas de la avenida costera de Ensenada. Repletos de clientes de todas las clases sociales que acuden a cualquier hora, ofrecen cocteles y tostadas de mariscos con una variedad enorme de estos y con la garantía de haber sido pescados ese mismo día y adquiridos en el Mercado Negro. Pero no se me malentiend­a: el Mercado Negro no se llama así porque hoy día se vendan productos de manera ilegal. Al parecer, recibió ese nombre porque hace muchos años se expendían allí, en forma soterrada, abulón y langosta, especies que eran exclusivas de las cooperativ­as pesqueras).

Ahí conocí uno de los mariscos más extraños que he visto en mi vida: un molusco enorme, con forma de grueso miembro viril (o para evitar eufemismos que puedan molestar a la doctora Verótika, con forma de pene), apenas cubierto por una concha, de la cual parece desbordars­e y que es conocido como almeja generosa o (of all names) almeja chiluda. Confieso que no la probé. No por prejuicios­o, sino porque cuesta un ojo de la cara (se exporta sobre todo a Japón). Pero sí me fotografié con una de ellas. m

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