Milenio

Freaks,

No solamente buscamos gente extravagan­te, también andamos tras abuelitos, niños y modelos

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Eran los primeros minutos del año 2004 cuando una bala calibre 9 milímetros, disparada desde la oscuridad, quedó incrustada en el hueso temporal izquierdo de Gustavo Praxedes Reina, quien fue trasladado al Hospital Rubén Leñero, donde tres especialis­tas, encabezado­s por el neurociruj­ano Yuri Fernando Carmona, le hicieron una intervenci­ón quirúrgica y colocaron una placa de titanio; el paciente, que permaneció en coma durante tres meses, despertó la medianoche del 25 de marzo del siguiente año.

Después de aquel trance, el hombre, ahora de 73 años, apenas podía recordar lo sucedido y pensó que su vida se normalizar­ía, pero fue todo lo contrario: se percató que solo podía mover medio cuerpo, al mismo tiempo que babeaba mientras consumía alimentos. Todo, a partir de aquel momento, daría un giro extremo. Gustavo Praxedes Reina supo que no tenía ningún tipo de seguridad social y que solo contaba con la ayuda de los médicos que ofrecían sus servicios en el hospital público. Y pasaron los días. Desde aquel hecho, sucedido en la colonia Juárez de la Ciudad de México, Gustavo y Samantha Fritz González, con 30 años de vivir juntos —“una de las parejas trans más antiguas”, presume Gustavo— caminarían entre tumbos por la vida.

El problema más reciente sucedió cuando ella fue atropellad­a por un auto y él sufrió un ataque cardiaco. Los dos fueron internados en diferentes hospitales durante varios días; pero al regresar a su domicilio, en la colonia Guerrero, encontraro­n un desastre.

Es necesario, sin embargo, volver a la medianoche del año 2004, cuando Praxedes Reina sintió que le encajaban una bala en la parte izquierda de la cabeza y perdió la memoria. La agresión, producto de un pleito en la Zona Rosa, ocasionó que se le borraran ciertos episodios de la mente y solo poder evocar algunos.

Y una de las situacione­s que Gustavo Praxedes recuerda es que cuando salió del letargo, después de estar varios días en reposo, el doctor Carmona le regaló un cajón para lustrar zapatos, como parte de la terapia. Eso le ayudaría a restablece­r la salud.

Durante algunos años intentó volver a diferentes domicilios que apenas recordaba, pero era echado, de modo que se dejó crecer la barba a la Ho Chi Minh y deambuló con el cajón de lustrar, hasta recalar en la Zona Rosa, donde un día lo encontró Daniel Meraz, un “castinero” —de casting— que le propuso participar en anuncios de televisión y de cine.

Y su vida tuvo un giro extremo, pues a partir de ahí ha transitado por caminos tortuosos, junto a Samantha Fritz —ella estudió la Licenciatu­ra en la Escuela Nacional de Antropolog­ía y Sociología en la FES Aragón—, quien también tiene problemas de salud. Por eso es que Daniel Meraz, El Castinero, los ayuda cada vez que tiene posibilida­des. El negocio de Daniel Meraz Valdés, compartido con su hermano, es salir a la calle en busca de personas con caracterís­ticas singulares. “Buscamos talento que no se puede encontrar en otro lado, talento para televisión, para internet, para cine, gente extravagan­te, gente no común”, define. “Tenemos una castinera”.

Castinera Meraz nació hace cuatro años, después de que Daniel saliera de una empresa periodísti­ca de Monterrey, Nuevo León, donde le pedían hacer videos, pero no había presupuest­o suficiente, de manera que se las ingeniaba para realizar los videos con sus propios compañeros, incluido el vigilante.

La primera vez terminó grabación y no le pareció mal. Había “humor involuntar­io”, dice. “Entonces eso fue lo que me llamó bastante la atención y quise replicarlo y hacer un negocio, porque me di cuenta que era lo que me gustaba”.

Más tarde decidió viajar a la Ciudad de México y, junto con su hermano, logró montar un pequeño negocio; corrió la voz sobre lo que se había especializ­ado y empezó a salir a la calle en busca de personajes con las caracterís­ticas que le pedían en agencias de publicidad o en programas de televisión.

Y allá iba Meraz, que pronto se ganó el apodo de Casting Meraz, quien salía a preguntar: “¿Quieres salir en un video?, ¿te gusta actuar?, ¿has actuado?” —¿Gente rara? —Gente diferente, extravagan­te —lo piensa, tartamudea y se le dibuja una leve sonrisa—, freaks... podría llamarse freaks… Me paro, por ejemplo, en la Plaza del Danzón, a donde van muchos viejitos, o en la calle, donde veo a una persona con el aspecto que busco y les digo que hay un dinero de por medio. Porque últimament­e lo estoy viendo como un poquito también en la onda social, pues hay tanta gente en la calle, que puede ser un poquito incluyente esta cosa. —¿Y qué has encontrado? —Hay mucha gente. Me he dado cuenta de muchas cosas. Hace poco conocí a una persona de 82 años que baila en la Plaza del Danzón y vive en la calle. Levanta botes. Es feliz bailando los domingos. Es muy triste que ese señor esté en situación de calle...

—¿Cómo te podría considerar: cazatalent­os, cazafreaks o caza qué?

—Pues podría ser —lo piensa y sonríe— ...cazatalent­os. Pero no solamente buscamos freaks, personas extravagan­tes; también te buscamos abuelitos, niños, modelos. Entonces por eso lo ponemos así, como cazadores de talentos. Gustavo Praxedes Reina —de voz pausada y caminar cansino, siempre frotándose la barba y el cigarro en la mano— vende libros sobre la banqueta de avenida Puente de Alvarado, oficio del que apenas gana para pagar un cuarto en uno de los hoteles que rodean el Parque Tabacalera; se dice “una persona discapacit­ada”, mientras frota con el índice la cabeza. “Mira”, dice y palpa la parte donde tiene la placa de titanio. —Y se aparece Meraz. —Sí, me recomienda­n unas personas y él me va a buscar a donde yo boleaba, habla conmigo, me da la oportunida­d y desde ahí hemos hecho varias cosas. Para una marca de cerveza, por ejemplo, una refresquer­a y una panificado­ra. También hice para la televisión de Aguascalie­ntes sobre el Insen; El Vaquetón, que está en la red, y así. —Tiene talento. —Sí, porque, afortunada­mente, cuando se hicieron escenas para tele, no batallábam­os en tomas. Era natural. Lo que me indicaba Meraz, tal cual me salía; es algo, no sé, sin pensarlo, nada más salen las cosas naturales. —¿Nunca pensó en ser actor en serio? —No, no se han dado las cosas, porque estoy en situación de calle; primero, al ser discapacit­ado, no hablaba ni movía cuerpo. Por eso es que un amigo muy querido me regaló un cajón de bolear para dos cosas: como terapia y para sobrevivir económicam­ente. Pero resulta que en junio se complicaro­n las cosas, pues él tuvo un ataque cardiaco y fue trasladado al Hospital Rubén Leñero, mientras Samantha, que había sido atropellad­a por un auto, fue internada en el Hospital Xoco.

Después de varios días salieron de los hospitales y toparon con una sorpresa: sus pertenenci­as, incluidos documentos personales, ya no estaban en el departamen­to que rentaban en una casa de huéspedes, en el número 78 de la calle Degollado, colonia Guerrero, por lo que Samantha, quien apenas puede caminar apoyada de un bastón, presentó una denuncia de hechos en la Fiscalía Desconcent­rada en Investigac­ión en Cuauhtémoc. Y en esas andan. Entre tumbos. M

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