Alfareras de Tláhuac, la solidaridad artesanal
Rita Reséndiz, quien vivió el drama hace 32 años, lidera una cooperativa de mujeres ceramistas que ya ha expuesto sus piezas hasta en Estados Unidos
Rita Reséndiz tiene dos recuerdos del 19 de septiembre de 1985: primero, la estampa de un hombre que alcanzó a tomar de la bata a su esposa para impedir que cayera desde un segundo piso, por el ventanal de su departamento.
Segundo, solidaridad a toda prueba. La experimentó tras el sismo, cuando llegaban jóvenes pasantes de psicología a ayudarle a superar su obsesión por dormir vestida y con zapatos, las personas que le ofrecían comida y ropa, o la música de Amparo Ochoa, quien llegaba a los campamentos armada de guitarra a intentar reducir un poco el dolor, el miedo y la confusión de aquellas horas.
La casa de huéspedes en donde vivía Rita quedó dañada; se dedicó a ayudar como rescatista en la búsqueda de sobrevivientes y durmió en varios albergues: “De la noche a la mañana me vi durmiendo en una casa de campaña sobre el camellón de la avenida Álvaro Obregón. Posteriormente la delegación hizo unos módulos o campamentos, donde vivimos como 10 años. La vivienda me la otorgaron hasta 20 años después”.
En la Unión de Vecinos Damnificados conoció a León Valencia, quien le enseñó a producir cerámica con un horno que estaba en una azotea; ella era la única mujer. “La idea —recuerda— era ayudar y apoyar a los damnificados con esa cooperativa. Empezamos pegando calcomanías, que se me hacía muy bonito, pero cuando ya entramos al mundo de la alfarería para transformar una bola de barro entendí muchas cosas: que además de hacer una pieza con mis manos y vivir de venderla, también podía comunicar”.
En 1986, gracias a una donación de la Iglesia Católica de Nueva York, la cooperativa adquirió un terreno en el barrio Selene, entre la delegación Tláhuac y el Estado de México. Dos años después comenzó a funcionar la cooperativa, que entonces era mixta, con un horno del tamaño de una recámara que se llenaba cada cuatro meses y el liderazgo masculino. “Ellos tomaban las decisiones, qué se hacía con el dinero, cómo se iba a trabajar, entre ellos había disputas. Yo no estaba de acuerdo: en una cooperativa hay igualdad de derechos y de obligaciones, somos patrones y somos trabajadores. Pero ellos se querían instalar en el papel del patrón, y como solamente éramos dos o tres mujeres hacían oídos sordos a lo que decíamos”. Un día de 1989 ellos se fueron; pero se llevaron su pedazo de horno dividido a fuerza de segueta. De los pedazos que ellas conservaron nació David, en comparación del primer Goliat que “desde la primera horneada nos dio de comer”.
Fundó Mujeres Alfareras de Tláhuac: “Nunca quise apropiarme de ella, sino que a mí el concepto de cooperativa me gustó porque después de los sismos conocí mucho el trabajo comunitario, cómo llegaba la gente y decía ‘Ten una torta, ¿ya comieron?’. Ahí conocí a Amparo Ochoa, quien llegó con su guitarra y nos dijo: ‘Vénganse aquí, júntense’, y les cantó a los niños. Un espíritu hermoso. Yo no conocía otra cosa más que esa situación solidaria. “Me di a la tarea de reunir a mujeres, de enseñarles. Aquí el lema era: ‘Sí se puede’. A veces era de ‘a ver, clava esta tablita’, ‘¡ay, no puedo’, ‘sí puedes’. Así aprendimos a soldar, a pegar tabique, a poner nuestra luz, pegamos esa bardita, todo lo hicimos nosotras”.
Esta cooperativa no solo produce hermosas piezas de alfarería con grecas prehispánicas, glifos o apantles —las flores acuáticas que se dan en Xochimilco—, sino que ha impartido talleres a personas de la tercera edad y a niños vulnerables.
Además la cooperativa creó en 2001 una obra de arte: Rostros del olvido. Son 60 caras de tamaño natural con expresiones reales de las mujeres que han sufrido a causa de los feminicidios. Han sido expuestos en el Zócalo capitalino, en los museos de la Ciudad de México y Regional de Tláhuac, el Ex convento de San Lorenzo y en Pittsburgh, EU. “Un día estábamos trabajando y escuchábamos en un programa de radio el testimonio de la madre de una de las víctimas. Pensé: ‘¿Qué puedo hacer si no podemos ir y ayudar a buscar a la hija? ¿Qué hacemos? En las manos teníamos la respuesta: el barro”.
Hubo un tiempo que la cooperativa fue integrada por 10 mujeres, pero solo son cuatro: Rita, Rosalva Mejía, Martha Flores y Araceli Hernández. Además rescatan perros y gatos callejeros, los vacunan, operan y tratan de darlos en adopción. Ahora tienen unos 20 en el taller y otros tantos en sus casas, más otros 20 a los que les dan de comer en la calle. M