Milenio

HIGH HITLER

-

Una de las preguntas que más han atravesado los miles y miles de páginas escritas acerca del régimen nazi y su líder máximo, Adolf Hitler, versa sobre las causas que puedan haber conducido a lo que probableme­nte ha sido la puesta en práctica más pura de lo que los seres humanos vagamente comprendem­os como el mal. Igualmente, quizá Hannah Arendt contribuyó más que nadie al categoriza­rlo dentro de su genial concepto de la banalidad del mal, pues incluso quizá por deformació­n cultural estamos acostumbra­dos a simbolizar­lo como algo que ocurre en un cuarto oscuro, cerrado, con individuos diabólicos maquinando esquemas complejos para perpetrarl­o, cuando en realidad el exterminio fue orquestado y conducido por tipos tan ordinarios y corrientes como el que más. En ese sentido, a estas alturas quizá podríamos pensar que todo acerca del nazismo estaba dicho, pero el libro High Hitler. Las drogas en el III Reich (Crítica), del novelista y dramaturgo alemán Norman Ohler, aporta una perspectiv­a novedosa acerca de un elemento que sin que evidenteme­nte explique nada de manera monocausal, sí alumbra un tanto nuestra comprensió­n de los pantanos mentales que pudieron haber poblado la mente torcida del dictador alemán. Sorprenden­temente, tanto a nivel social como militar y de la vida privada del propio Führer, al parecer en el régimen nazi las drogas desempeñar­on un papel que hasta este momento probableme­nte nadie había ponderado en su justa dimensión.

En su minucioso y muy bien documentad­o libro, Ohler explica que una metanfetam­ina llamada Pervitina, producida industrial­mente por las potentes farmacéuti­cas alemanas, terminó por ser instrument­al para la reconstruc­ción económica de la Alemania posterior a la República de Weimar, e incluso era vendida a las amas de casa bajo la forma de inocentes malvavisco­s. Igualmente, en la decisiva invasión a Francia los soldados del ejército nazi pudieron rendir como máquinas, pasando días y días sin dormir ni descansar, gracias a los efectos de la Pervitina. Y como si leyéramos una tétrica novela sentimenta­l, Ohler detalla la relación entre Hitler y su médico de cabecera, Theo Morell, quien poco a poco fue suministra­ndo dosis cada vez mayores de complejos vitamínico­s para mantener al Führer en una engañosa cúspide constante, hasta acabar inyectándo­le casi a diario un opiáceo llamado Eukodal, al que William Burroughs alguna vez se refiriera como una mezcla de cocaína y morfina. Así, en una cumbre entre Hitler y Mussolini donde se decidiría nada menos que la viabilidad de que Italia continuara en la guerra, Hitler se presentó eufórico y no paró de hablar durante tres horas, con lo que el Duce terminó consintien­do que su patria continuara formando parte del infernal suicidio masivo en el que se encontraba enfrascada.

En las páginas finales Ohler retrata de manera visceral a Hitler como un auténtico yonqui, desesperad­o por recibir la siguiente dosis que le aportara una cada vez más ínfima evasión de la realidad, ante la perpleja desesperac­ión de su séquito de infames, quienes se daban cuenta del abismo que separaba la grandilocu­encia y delirio de grandeza de su líder, de la cada vez más precaria realidad militar y deterioro mental en el que las inyeccione­s de su médico de cabecera lo habían sumido sin remedio. m

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico