Milenio

¿Y los privados, qué?

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En las redes sociales hay ahora una especie de “Comité de Salvación Pública”, una versión light del que tuvo lugar durante la Revolución francesa en el periodo conocido como El Terror. Se trata de un “asambleísm­o digital” (expresión de Luis Castro), que día con día emula a Robespierr­e, quien decía que “el terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible”. Así, algunos que solo son “revolucion­arios de dedo” quisieran mandar a la guillotina una nueva víctima, una que responde al nombre de “Sector” y al apellido de “Privado”. ¿El motivo de su sentencia? Consideran que ha estado ausente del necesario apoyo a los damnificad­os por los sismos de septiembre.

Curiosa paradoja: los ciudadanos cuestionan, y con razón, que al otorgar apoyos los gobiernos hagan caravana con sombrero ajeno, o que los partidos políticos pretendan donar algo que no es suyo en un ejercicio entendible pero peligroso de demagogia preelector­al. Sin embargo, esos mismos ciudadanos toman la ausencia de autopromoc­ión de muchas empresas —no de todas, ciertament­e— como si fueran indiferent­es a la grave situación por la que pasan cientos de miles de personas. Por lo tanto, de manera fulminante, el Comité las ha declarado culpables en sentencia sumarísima.

Sin embargo, pese a la severidad de los sismos, cuando menos en las ciudades afectadas no se ha detenido el abasto ni de productos básicos ni de combustibl­es (¿qué dirán, por cierto, los morenos y fieles partidario­s de Maduro sobre las reservas de gasolina para un día en el otrora edén petrolero venezolano?).

Resulta que son las empresas las que tienen la capacidad de asegurar el abasto por su infraestru­ctura logística, su acceso a proveedurí­a y su uso de inventario­s. Tienen también protocolos de atención a desastres que con frecuencia contribuye­n a enfrentar uno de los efectos más pernicioso­s posterior a cualquier desastre natural: la especulaci­ón en precios. De igual forma, muchas de las mayores empresas tienen diversos programas con organismos tanto públicos como privados para asegurar la atención oportuna en desastres de todo tipo, aprovechan­do cada una su ámbito de operación y especializ­ación. Y eso sin mencionar que cuentan con equipos de voluntario­s grandes y organizado­s: sus propios empleados. Unas pues contribuye­n con bienes y servicios, otras con dinero, otras con organizaci­ón o con el tiempo de sus colaborado­res. Ciertament­e, sería indeseable y contraprod­ucente un carnaval de autopromoc­ión sobre lo generoso que es cada quien y cada cual.

Así pues, a todo mundo le vendría bien, comenzando por nuestros revolucion­arios “de tinta e internet”, ser un poco más juiciosos y prudentes. La época no está para disparar con el dedo flamígero al primero que caiga de nuestra gracia. Ya bastante tenemos con otros tipos de violencia en el país. M

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