Costa chiapaneca está en pie en gran parte, pero varias familias temen no tener tanta suerte la próxima vez que se presente otro desastre
Este municipio de la
Tres semanas después, en Pijijiapan, Chiapas, sigue temblando desde el sismo magnitud 8.1 del pasado 7 de septiembre. Este municipio de la costa chiapaneca fue el más cercano al epicentro y no solo eso: su nombre es frecuente en los reportes del Servicio Sismológico Nacional. Aquí tiembla siempre, dicen algunos pobladores. “Siempre” es frecuentemente.
Sus habitantes han tenido que acostumbrarse a vivir así, en el temblor constante. Asumen los movimientos telúricos con aparente normalidad, pero no dejan de registrarlos. Este jueves fueron al menos siete, de magnitudes entre 3.2 y 4.2, la mayoría en la madrugada.
Contrario a lo que pudiera pensarse, Pijijiapan no ha sufrido daños mayores. Un recorrido por las calles del centro arroja un saldo favorable: si bien hay viviendas e inmuebles dañados, la mayoría de las casas está en pie, como el humor y la voluntad de un pueblo amable.
Eso sí, todos tienen una anécdota para compartir sobre “el gran sismo”. Para algunos, desafortunadamente, la historia continúa en puntos suspensivos. Es el caso de Guadalupe Solís, de 73 años, cuya vivienda quedó inhabitable.
El recuerdo de esa noche aún está fresco: “¡Ay, Dios! Todo se nos caía, apenas pudimos abrir la puerta y salir a la calle”, rememora la mujer. “Ese día no dormimos nada. Fue hasta la mañana que nos dimos cuenta de todo lo desecho”. Su habitación estaba llena de lodo, piedras y tejas rotas.
Fue entonces que esta abuela chiapaneca se mudó a una pequeña cocina en la casa contigua. Su fachada tiene pintado un folio de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), pero el número no significa nada hasta ahora; ella misma inició la reconstrucción con dinero prestado.
“Necesitamos material, varilla y cemento”, dice doña Lupita y acusa: “Vino el presidente de barrio y nos dijo que solo con Prospera nos van a ayudar, ¡y yo no tengo eso!”.
A tres calles de ahí, la promesa de la reconstrucción es la esperanza de 160 niños y sus familias. Los alumnos de la escuela primaria
“No hemos tenido apoyo de nadie y con los sismos tengo miedo que la casa se caiga”
Rodolfo Figueroa no tienen clases desde el 8 de septiembre. Sus aulas resquebrajadas y agrietadas son una zona de riesgo.
Su director, el profesor David Cueto, habla con MILENIO junto a la oficina donde despachaba.
Sobre su escritorio descansa un globo terráqueo abollado por el golpe de una piedra que cayó durante el temblor, y justo encima la República Mexicana. El símbolo incidental de un país golpeado por múltiples desastres.
“Piensa uno lo peor, imagínese que hubieran caído sobre la cabeza de un niño”, reflexiona el docente con 34 años de servicio.
Hace dos semanas, él mismo acompañó a las autoridades estatales y federales en su recorrido por el plantel.
Junto con el gobernador Manuel Velasco, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, le prometió al director una escuela nueva. Y todo indica que así será. Sin embargo, los estudiantes no tienen fecha de regreso. “Algunos padres de familia están preocupados y nosotros les pedimos que nos aguanten tantito, es una emergencia de la naturaleza”, explica el profesor.
La emergencia es peor en las comunidades rurales, a varios kilómetros de la cabecera municipal. Así ocurre en Gustavo López, donde una veintena de casas se derrumbó, pero solo algunas fueron censadas, acusan los vecinos.
Por eso, María del Rosario Tirado duerme con su bebé recién nacida bajo un techo a medio caerse. Su esposo logró sostenerlo improvisadamente con algunos troncos, pero la familia vive con miedo.
“No hemos tenido apoyo de nadie. Las paredes están cuarteadas y con los temblores tengo miedo de que la casa se venga abajo”, comparte María en entrevista con MILENIO.
Pijijiapan está en pie, en gran parte sí. Pero, con daños sin atender, varias familias temen no tener tanta suerte la próxima vez... M