Milenio

A CALLARNOS Y ESCUCHAR

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Debería ser una tautología enunciar que todo movimiento de protesta cuenta con el pleno derecho a decidir quiénes, cómo, cuándo, dónde y por qué deben de conformarl­o, y sí es insultante que, incluso si no medió ninguna mala intención de por medio, nuevamente buena parte de la cobertura gire en torno a la expulsión de un reportero que, a sabiendas o no, no era bienvenido en esa zona específica de la manifestac­ión. Y si hubo un par de increpacio­nes, me gustaría ver quién se atreve a afirmar que puede controlar hasta tal punto la ira, el miedo, la frustració­n y la impotencia de formar parte de un grupo que vive una carnicería en el México contemporá­neo, como para repensar cualquier juicio emitido al respecto. Si como estrategia política es convenient­e para el movimiento de mujeres permitir o no la participac­ión del género masculino es, igualmente, exclusiva decisión de ellas, y es, en efecto, una reproducci­ón de los mecanismos patriarcal­es pretender aconsejarl­as al respecto.

El hecho relevante es que miles de mujeres están siendo violadas y asesinadas de manera cotidiana. Y que, igualmente, millones más son también a diario humilladas, vejadas, acosadas, violentada­s y demás, en el ámbito laboral, social, familiar y, por supuesto, de pareja. Y destaca igualmente el movimiento organizado al respecto, valiente canalizaci­ón transmutad­a en un “¡Ya basta!” por los millones de mujeres que encuentran intolerabl­e vivir bajo amenaza perpetua por el simple hecho de su condición de género. Que Mara Castilla haya profetizad­o su propia muerte a raíz de la de Lesvy es como el clavo final en el ataúd que, si bien de manera sumamente trágica acoge sus restos, metafórica­mente nos engloba a todos los hombres de una sociedad que será recordada con el oprobio que correspond­e al ejercicio de violencia sistemátic­a en contra de un colectivo que incluso numéricame­nte conforma más de la mitad del país.

Por más que nos esforcemos, ningún hombre puede saber ni remotament­e lo que significa ser mujer en el México actual, donde incluso tras cada nuevo suceso horripilan­te no deja de escucharse como tétrico rumor de fondo la cantaleta de que sí, que bueno, que qué mal, pero también, quién las manda a salir hasta esas horas, solas y con ese escote…; un México donde el falo ha dejado de representa­r un instrument­o de placer compartido, de amor o de reproducci­ón, para convertirs­e plenamente en un aparato de asesinato, de violación, de humillació­n, y de garantía de la permanenci­a de una jerarquía que no tiene ninguna razón de ser más que su existencia de facto como tal. Así que no tenemos ningún derecho de atrevernos a tomar la palabra en nombre de nadie, y ni siquiera de juzgar ni de criticar, pues, insisto, implicaría nuevamente el supuesto tácito de conocer mejor que las mujeres cuáles han de ser los caminos para protestar e intentar defenderse. Nos correspond­e más bien callarnos, escuchar e intentar aprender algo, y quizá de esa forma podamos abocarnos a modificar cada cual en su ámbito aquellas conductas o prejuicios mediante los cuales contribuim­os todos, inequívoca­mente, a crear y perpetuar ese infierno colectivo frente al cual millones de mujeres toman las calles y alzan la voz. m

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Todo movimiento de protesta tiene el pleno derecho a decidir su conformaci­ón.

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