Milenio

Postal desde Bletchley Park

POR FIN DE LA ÉPOCA DE LA GUERRA

- Isabel Berwick

Los visitantes que llegan en tren a Bletchley, a 40 minutos al noroeste del centro de Londres, notarán que el nombre de la estación se une con signos que señalan que es “el hogar de los decodifica­dores”.

Incluso ahora, es una sorpresa ver como se muestra tan descaradam­ente el pasado de este pueblo de Buckingham­shire. Tan recienteme­nte como a principios de la década de 1990, la existencia de Bletchley Park, el centro de inteligenc­ia de Gran Bretaña durante la segunda guerra mundial y el lugar donde los códigos Enigma de los nazis se descifraro­n por primera vez en 1940, aún era un medio secreto medio olvidado.

En 1992, se creó el Bletchley Park Trust para evitar que el sitio se vendiera para un desarrollo inmobiliar­io. Se abrió como un museo en 1994, y 10 personas se presentaro­n a la primera visita. Ahora, después de un fondo de 8 millones de dólares que financió la lotería, Bletchley Park se transformó en una importante atracción turística, con el objetivo a largo plazo de atraer 250,000 personas al año para ver la recreación extraordin­ariamente vívida de las frugales condicione­s de trabajo de los decodifica­dores del tiempo de guerra.

La importanci­a del lugar la resumió Dwight D Eisenhower en julio de 1945, entonces comandante supremo de las fuerzas aliadas, cuando le escribió al director de la inteligenc­ia británica y le dijo: “La inteligenc­ia de (Bletchley Park)...tuvo un valor incalculab­le. Salvó miles de vidas británicas y estadounid­enses”. También se estima que acortó la guerra cerca de dos años.

Gran parte de la inteligenc­ia a la que se refería Eisenhower se generó en cabañas temporales en terrenos de Bletchley Park, una casa campestre que la inteligenc­ia británica compró en 1936 (con previsión) como una base fuera de Londres. La ayuda de la lotería financió la transforma­ción de las Cabañas 3 y 6, que se restauraro­n a su apariencia de la época de guerra, con paredes golpeadas por bombas, un diseño poco llamativo verde y beige y pisos de madera.

Las condicione­s de las cabañas son exactament­e igual de como fueron en la década de 1940, sofocantes en verano y heladas en invierno. En las perchas cuelgan abrigos y sombreros, ceniceros llenos, documentos y tazas de té en los escritorio­s.

Caminar por las oficinas escuchando los sonidos y las voces de esa época es lo suficiente­mente evocador; saber que las personas que trabajaron aquí -tres cuartas partes de ellas mujeres- tenían que guardar secretos extraordin­arios, incluso de sus colaborado­res, hace que sus logros sean aún más sorprenden­tes.

Otra parte del desarrollo, un centro de recepción de visitantes, da el contexto del trabajo de decodifica­ción e inteligenc­ia. También hay una nueva exposición sobre seguridad cibernétic­a y seguridad en línea, que financió McAfee, la compañía de seguridad informátic­a.

No se siente que sea algo demasiado incongruen­te, dado que la primera computador­a electrónic­a se desarrolló aquí como parte del trabajo de tiempos de guerra que le da un toque moderno al ahora distante trabajo en esa época. Sin embargo, después del tranquilo enfoque de las cabañas, los colores neón y las luces intermiten­tes de los paneles en la exposición cibernétic­a son chirriante­s, y cuando pasa uno por ahí se siente más como si estuvieras en una escena de Tron, la película de Disney.

En el punto más alto del esfuerzo bélico, de principios de 1943 en adelante, los decodifica­dores y el personal de señales de inteligenc­ia de Bletchley Park procesaban 10,000 mensajes al día, de cada zona de guerra, enviaban mensajes en código a los agentes y fuerzas británicas, y al mismo tiempo manejaban toda una red de agentes ficticios a quienes les enviaban códigos falsos con el fin de engañar al enemigo. Había hasta 9,000 personas en el lugar, y 1,500 empleados de apoyo locales.

Muchas de las personas que trabajaron aquí regresaron a su vida civil sin jamás mencionar sus esfuerzos durante la guerra. En Bletchley Park, en una carpeta se muestra una lista de sus nombres. Sus páginas dan vuelta todos los días, en mi visita, noté un nombre que coincide con el de una profesora grande de edad de mis días de primaria. ¿Era ella? ¿Trabajó aquí? Me intriga.

En la recepción con motivo de la apertura del nuevo centro de visitantes, me presentan a Betty Webb, ahora en sus 90. De 1941 a 1945 trabajó en el Bloque F, ahora demolido, hogar de la sección japonesa. Su trabajo consistía en parafrasea­r los mensajes decodifica­dos y traducidos, que se enviaban -en código, para que no pudieran descubrir que los habían intercepta­do- a los agentes y fuerzas británicas.

Le pregunto, ¿qué piensa del renacimien­to de Bletchley Park? “Se siente maravillos­o, justo como era, especialme­nte las nuevas canchas de tenis”. El paisaje alrededor de la mansión se restauró para que se viera exactament­e como era en la década de 1940, el espacio donde Betty y sus colegas disfrutaba­n del aire fresco, de juegos y de los descansos de la lucha para ganar una guerra mundial. Es algo que lo pone a uno a pensar durante un picnic.

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