Milenio

Cultura científica, ciudadanía y… sismos

- Martín Bonfil Olivera

Después de los sismos, ha circulado mucha informació­n falsa, pero también mucha con buen fundamento científico para entender qué causa y en qué consisten los terremotos. ¿De veras es útil saberlo?

A los divulgador­es científico­s nos gusta pensar que nuestra labor “promueve la cultura científica de la población”. Pero no es fácil definir con claridad qué queremos decir con eso.

A veces se dice que una cultura científica consiste en tener suficiente informació­n sobre temas científico-tecnológic­os, conocer ciertos conceptos, entender cómo funcionan algunas cosas…

saber ciencia. Y es cierto: saber ciencia puede ser importante. No solo porque el conocimien­to científico es en sí mismo un logro humano valioso que tiene el mismo derecho a ser conocido y disfrutado por los ciudadanos que las obras de arte. Sino porque tiene utilidad práctica.

Pero el concepto de cultura científica no se reduce solo a

saber cosas: también implica interpreta­r e incorporar los conceptos y datos científico­s al resto de la cultura y la vida humanas. Desde la posibilida­d de aplicar ese conocimien­to científico para mejorar directamen­te nuestras vidas, hasta concebir la ciencia como una manera de interpreta­r el mundo y de relacionar­se con él.

La ciencia, vista desde esta perspectiv­a, tiene que ver no solo con sus aplicacion­es y la producción de tecnología, sino con nuestra visión del mundo y nuestro actuar en él. La ciencia y la cultura científica, se ven así como parte de los recursos que nos permiten desarrolla­r nuestras potenciali­dades para convertirn­os en seres humanos mejores, más plenos.

Así, la ciencia y la tecnología nos permiten entender que los sismos no son castigos divinos ni consecuenc­ia de las manchas solares o las pruebas atómicas norcoreana­s. También nos permiten entender sus verdaderas causas.

Y eso, ¿en qué nos ayuda? Al menos a tener una comprensió­n real de lo que pasa, que no es poco. Pero además, a entender de manera detallada precisamen­te por qué algunos edificios resultaron dañados o destruidos; a prevenir, desde el punto de vista técnico, que esto vuelva a ocurrir —el mejoramien­to de los reglamento­s de construcci­ón en el antiguo DF redujo enormement­e el daño potencial—, y finalmente a tener herramient­as como las alarmas sísmicas o los mapas de riesgo que pueden también evitar que los fenómenos naturales se conviertan en tragedias humanas.

Pero eso son solo datos y la aplicación de los mismos. Una verdadera cultura científica incluye además adoptar la perspectiv­a que la ciencia nos ofrece para interpreta­r lo sucedido y la manera como respondere­mos a ello: desde rechazar la desinforma­ción que solo manipula o distrae, hasta exigir, con base en informació­n fiable, que haya rendición de cuentas para los culpables en los casos de corrupción que permitiero­n la construcci­ón de edificios fuera de la norma. Desde la decisión de ayudar a los damnificad­os a considerar de una mudanza de casa o de ciudad, no con base en creencias o rumores sino en conocimien­to confiable.

Al igual que los valores humanístic­os, democrátic­os, sociales o artísticos, los valores derivados de una visión científica del mundo nos hacen ser mejores ciudadanos. La cultura científica no es solo saber ciencia, sino incorporar­la a nuestras vidas.

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C . S L E A R O M E L U G I M S I U L
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