Cultura científica, ciudadanía y… sismos
Después de los sismos, ha circulado mucha información falsa, pero también mucha con buen fundamento científico para entender qué causa y en qué consisten los terremotos. ¿De veras es útil saberlo?
A los divulgadores científicos nos gusta pensar que nuestra labor “promueve la cultura científica de la población”. Pero no es fácil definir con claridad qué queremos decir con eso.
A veces se dice que una cultura científica consiste en tener suficiente información sobre temas científico-tecnológicos, conocer ciertos conceptos, entender cómo funcionan algunas cosas…
saber ciencia. Y es cierto: saber ciencia puede ser importante. No solo porque el conocimiento científico es en sí mismo un logro humano valioso que tiene el mismo derecho a ser conocido y disfrutado por los ciudadanos que las obras de arte. Sino porque tiene utilidad práctica.
Pero el concepto de cultura científica no se reduce solo a
saber cosas: también implica interpretar e incorporar los conceptos y datos científicos al resto de la cultura y la vida humanas. Desde la posibilidad de aplicar ese conocimiento científico para mejorar directamente nuestras vidas, hasta concebir la ciencia como una manera de interpretar el mundo y de relacionarse con él.
La ciencia, vista desde esta perspectiva, tiene que ver no solo con sus aplicaciones y la producción de tecnología, sino con nuestra visión del mundo y nuestro actuar en él. La ciencia y la cultura científica, se ven así como parte de los recursos que nos permiten desarrollar nuestras potencialidades para convertirnos en seres humanos mejores, más plenos.
Así, la ciencia y la tecnología nos permiten entender que los sismos no son castigos divinos ni consecuencia de las manchas solares o las pruebas atómicas norcoreanas. También nos permiten entender sus verdaderas causas.
Y eso, ¿en qué nos ayuda? Al menos a tener una comprensión real de lo que pasa, que no es poco. Pero además, a entender de manera detallada precisamente por qué algunos edificios resultaron dañados o destruidos; a prevenir, desde el punto de vista técnico, que esto vuelva a ocurrir —el mejoramiento de los reglamentos de construcción en el antiguo DF redujo enormemente el daño potencial—, y finalmente a tener herramientas como las alarmas sísmicas o los mapas de riesgo que pueden también evitar que los fenómenos naturales se conviertan en tragedias humanas.
Pero eso son solo datos y la aplicación de los mismos. Una verdadera cultura científica incluye además adoptar la perspectiva que la ciencia nos ofrece para interpretar lo sucedido y la manera como responderemos a ello: desde rechazar la desinformación que solo manipula o distrae, hasta exigir, con base en información fiable, que haya rendición de cuentas para los culpables en los casos de corrupción que permitieron la construcción de edificios fuera de la norma. Desde la decisión de ayudar a los damnificados a considerar de una mudanza de casa o de ciudad, no con base en creencias o rumores sino en conocimiento confiable.
Al igual que los valores humanísticos, democráticos, sociales o artísticos, los valores derivados de una visión científica del mundo nos hacen ser mejores ciudadanos. La cultura científica no es solo saber ciencia, sino incorporarla a nuestras vidas.