Milenio

Recorría el subsuelo, así describen los pobladores de Ecatzingo, Estado de México, el sismo de magnitud 7.1 que les robó la tranquilid­ad y afectó 2 mil viviendas, entre las colapsadas y otras por derribar

Como una serpiente que

- EN POBREZA

En Ecatzingo, Estado de México, en las faldas del volcán Popocatépe­tl, la tierra “viboreó” el pasado 19 de septiembre. En uno de los municipios marginados del Edomex, a 70 kilómetros del epicentro, el sismo de magnitud 7.1 terminó por derrumbar el poco patrimonio de sus habitantes.

Como una serpiente que recorría el subsuelo, así describen los pobladores el movimiento que les robó la tranquilid­ad y afectó alrededor de 2 mil viviendas, entre colapsadas y por derribar, según un censo preliminar de la autoridad municipal. No hubo pérdidas humanas.

“Aquí las construcci­ones son de adobe y otras de concreto, todas se cayeron por igual, es algo que nunca habíamos vivido en esta comunidad, ni siquiera en el 85. Era como si pasara por debajo de la tierra una víbora, eso, ¡la tierra viboreaba!”, relata Antonio Moreno, habitante del barrio San Miguel, colonia Xolaltengo.

El hombre, moreno y corpulento lleva un casco rojo con la leyenda “No hay beneficio, solo satisfacci­ón”, que lo identifica como parte de la brigada Tuzos, conformada por una veintena de vecinos que decidieron ayudar en la reconstruc­ción de hogares.

Junto con sus compañeros, se dedica al campo y la albañilerí­a, pero ahora sus manos están ocupadas en ayudar a la propia comunidad, por ello, les inquieta el futuro, una vez que la comida se acabe.

“Ahorita tenemos víveres para 15 o 20 días. Agradecemo­s mucho la ayuda que ha venido, sobre todo de personas de otros estados y hasta del extranjero, pero nos preocupa que nosotros que trabajamos en nuestras parcelas o como albañiles aquí o en los pueblos cercanos estamos ayudando a nuestros vecinos, pero llegará el momento en que también tendremos que buscar el sustento, y ¿cómo le vamos a hacer para reactivar todo esto, con qué actividad, cómo, si lo poco que teníamos se derrumbó?”, lamenta Antonio, quien no perdió su casa, pero sus familiares se quedaron sin hogar.

Su madre, Paula Castillo, una mujer de 73 años, abraza a su esposo mientras observa las ruinas de su vivienda. Un grupo de jóvenes voluntario­s le ayudaron a

“Ahorita tenemos víveres para unos 15 o 20 días; después, no sabemos qué pasará”

derribarla, debido a que las grietas la dejaron inhabitabl­e.

“Yo fui a vender yerbas a Ozumba, porque eso hago para ayudar a mi esposo que se quebró el pie. Por allá me agarró el temblor y se movió bien feo, ya cuando regresé encontré mi casa muy mal; aquí estaba mi cama, aquí estaba mi mesita donde tenía mis cobijitas, aquí estaba mi cocinita”, explica mientras mueve sus manos en el aire, como tratando de reconstrui­r los sitios y objetos que conformaba­n su hogar, pero del que ahora solo queda un cascarón sin techo ni paredes, solo el piso de cemento.

En Ecatzingo viven alrededor de 9 mil 369 habitantes, 72.1 por ciento de su población se encuentra en pobreza, unos 4 mil 461, de los cuales unos mil 867, están en pobreza extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) con datos del Censo 2010. El Consejo Nacional de Población (Conapo) lo cataloga municipio de baja marginació­n.

Lo cierto, es que para muchos habitantes de la colonia Xolaltengo, ubicada en la cabecera municipal, el sismo agravó su miseria, pues ya ni siquiera tienen casa de adobe. “Unas construcci­ones son de adobe y otras de concreto, todas se cayeron por igual” Incluso, ahora sus peticiones son más sencillas.

“Es muy difícil hacer una casa, cuesta mucho trabajo, por eso yo ya lo único que pido son unas maderas y unas láminas para el techito, ya no quiero una casa buena, ya solo quiero donde poder meter mis cosas y dormir”, asegura Paula con rostro ajado y compungido, ya que además del sismo, a esta comunidad también se agrega la preocupaci­ón por la reciente actividad volcánica del Popocatépe­tl.

“No salimos de un susto y ya pasamos a otro, estamos azorados”.

Son familias que no acostumbra­n acudir a los albergues. Prefieren mantenerse unidos y armar sus propios campamento­s en pequeños espacios entre las modestas casas que lograron permanecer de pie. Así está María Isabel Moreno, quien desde hace dos semanas comparte los colchones en el piso, entre el lodo, con su esposo y cinco familias más, unas 20 personas en total.

Apenas unas lonas los protegen del frío y la lluvia, que no ha cedido desde hace tres días. Al ver su casa derruida, la tristeza y la intranquil­idad la invaden: “Nosotros nos dedicamos al campo, es muy difícil hacerse de un techito y ahora todo derrumbado, ¿cómo le vamos a hacer?”, lamenta.

Pero de lo que más duele en este municipio son los daños en la escuela primaria Isidro Fabela, que deberá ser demolida, pues sufrió daños estructura­les.

Su directora y personal docente manifiesta­n su tristeza, pero sobre todo sus alumnos, los niños que ante la suspensión de clases corren por las calles y juegan en las casas, esperando que la contingenc­ia pase.

“Es muy triste ver cómo en segundos se pierde todo. Habíamos estrenado mobiliario después de años de gestión y esfuerzo, y ahora todo está a la intemperie, deteriorán­dose. Es muy triste porque somos las comunidade­s a las que nos cuesta más trabajo salir adelante y ahora nos viene esto”, expresa con el llanto contenido, Guillermin­a Reyes, profesora de la mejor escuela del municipio, cuya matrícula es de 400 alumnos.

En las calles húmedas y frías de este municipio aún se observan escombros. La población se ayuda en comunidad. Ellos solo piden que autoridade­s y gobierno no los borren del mapa de las labores de reconstruc­ción. M

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Los habitantes perdieron todo.
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Una mujer observa su vivienda que quedó inhabitabl­e.

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